Cuando los jueces se fueron de rositas.



Un mal día Timoteo Buendía empinó el codo más de la cuenta y cuando vio en el televisor del bar en el que estaba a Franco dijo:
“¡Me cago en Franco!”.  
En contra de lo que se pueda pensar hay que aclarar que, Timoteo Buendía, no es un personaje de ficción y que, por tanto, nada tiene que ver con la saga de los Buendía que García Márquez utilizó en su excelsa novela Cien años de soledad.
No, Timoteo Buendía fue un ciudadano español.
La institución encargada de depurar el exabrupto del ciudadano Buendía no fue otra que el Tribunal de Orden Público (T.O.P.) desaparecido en 1977 con la llegada de la democracia a nuestro país.
Y lo hizo de forma ejemplar: Timoteo Buendía fue condenado a 10 años de cárcel.
Fue el primer caso, hubo  3.798 más.
Esta banda de magistrados y fiscales, que actuaba con el Código Penal vigente, maza y puñetilla incluida, fue disuelta  pacíficamente y jamás se depuraron sus responsabilidades. Al contrario. La mayoría de sus integrantes fueron promovidos, ascendidos, posteriormente al Tribunal Supremo o a la Audiencia Nacional y a ninguno se le retiró la medalla al médico jurídico, San Raimundo de Peñafort, que instauró el dictador Franco en 1944 en el momento más álgido del fascio español y que todavía sobrevive en nuestros días.
Como es natural, y por razones meramente biológicas, todos estos magistrados y fiscales han desaparecido de la vida pública española.
Creo que no exagero ni un ápice si afirmo que, todos ellos, eran personas intelectualmente solventes y grandes juristas. Sin duda. Claro que, tampoco faltaría a la verdad, si también digo que todos ellos fueron cómplices del dictador Franco y que pusieron a su servicio su supuesta sabiduría, con férreo proceder y que convirtieron a la Justicia en terror, oprobio e ignominia para los ciudadanos.
Si algo demuestra todo lo anterior es que, cuando los hombres ponen su sabiduría y buen hacer al servicio del mejor postor, posiblemente estemos ante aquel famoso aguafuerte de Goya que llevaba por expresivo título El sueño de la razón produce monstruos.





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