Tengo la sensación de
que la democracia española hubiera alcanzado su punto máximo de inflexión, de
que reiniciara camino hacia atrás y de
que se dirigiera hacia 1978. De tal suerte que, aún sin estar siquiera cerca de
los países más desarrollados de nuestro entorno, el objetivo hubiera cambiado y
que en el regreso al pasado estuviera la esperanza.
Aviados vamos.
Y tengo esa sensación,
agravada por esa sonrisa perpetua que exhibe
el nuevo presidente del PP y que en el fondo sólo esconde mal humor y
retroceso acelerado.
También tengo esa
sensación porque, otra vez, se ponen en riesgo derechos aceptados
mayoritariamente por la sociedad como pueden ser divorcio, aborto y derechos
sociales, a cambio de nada. Sensación que se agrava, cuando veo que la derecha estándar, la del PP, cree intuir
en la ultraderecha rancia que es Vox, un objetivo y que todos juntos parecen
creer que una forma de cohesionar España es a base de porrazos, de crear
discordia y de agravar los conflictos. Encima, y gracias a ese colaborador
necesario que es Ciudadanos, siempre dispuesto a cambiar de opinión y situarse
al sol que más caliente sus intereses, los españoles estemos abocados a revivir
el año 1978 cíclicamente como si ante un vulgar día de la marmota estuviéramos.
Esa, al menos, es la
sensación que yo tengo. No lo puedo evitar. En todo caso, ojalá esté
equivocado.
Más cuando veo que la
izquierda se atomiza y se desintegra en sí misma y en sus propias ideas; cuando,
otra vez, salen a la luz discusiones bizantinas, y cuando el Frente Judaico
Popular compite con el Frente Popular Judaico, en transparencia democrática y
cuando las primarias de los partidos se convocan señalando con el dedo a
candidatos desde lo alto de las cúpulas de sus partidos.
De tal suerte que 2019
parecería que va camino de convertirse en 1978. Y aunque, ahora afortunadamente
ya no tenemos a ETA como fuente de tormento, tenemos el lío catalán que estos
belicosos sonrientes utilizan como bellotas con las que alimentar al cerdo
ibérico de toda la vida y al que tienen por votante y como colaborador
necesario. También tenemos el “marrón” demográfico y a una pléyade de herederos
de Blas Piñar a punto de entrar en el Congreso cabalgando a lomos del caballo
de Espartero. Invocando siempre a lo mismo: a los cojones, a la testosterona y
a la furia española. Esa furia de pandereta, de caspa y propia de cavernícolas,
que tardamos 40 años en tratar de superar y a la que ahora estos tres descerebrados
quieren hacernos regresar por la vía acelerada.
Y es que, algunos sabemos
que detrás de las sonrisas de estos tres sólo se esconden tres especímenes de
Atapuerca convencidos de que gracias a los votos de sus homólogos cavernícolas
volverán los golondrinos de nuestros balcones a colgar.
Ojalá se equivoquen,
ojalá me equivoque.