Que los refranes pueden ser sentenciosos es
tan cierto como que todos somos víctimas de los prejuicios y del miedo a lo
desconocido. De tal manera que cuando las personas sienten que se amenaza el
orden preestablecido, el comúnmente aceptado por la mayoría, son capaces
de defender lo indefendible y de aliarse
con el enemigo para salvaguardar sus opciones de cara a un supuesto futuro
mejor. Es en ese momento, cuando los criados defienden la ortodoxia de sus amos
con más vehemencia incluso que los
propios señoritos. Algunos van más allá y se hacen más papistas que el
mismísimo Papa. Empatizan con los señoritos, confunden los roles y dan por buena la injerencia sin darse cuenta,
ni por un momento, que han sido colonizados. Conquistados. Y así, sin siquiera
ser conscientes, utilizan los argumentos de sus señoritos contra los que están
por debajo de ellos en el escalafón social. Armados con argumentos peregrinos, los criados combaten a los aspirantes a serlo.
Utilizan, para ello, como munición la desmemoria, y se creen la falacia de que todos gozamos de las mismas
oportunidades. Olvidan anteriores pesares y están prestos a defender el status
recién adquirido con uñas y dientes. Pertenecen al sistema y contribuyen a su
sostenimiento, por tanto tienen derecho a los bienes básicos de consumo. A esos
bienes que adquieren, sintiéndose émulos de los oligarcas, dejándose la piel en
la tarea. Tan contentos y satisfechos están de sí mismos que reniegan de su
procedencia e incluso de su ascendencia, y se inventan pátinas y ringorrangos
cosméticos que atenúen sus miserias. Parecería, viendo a algunos convertidos en
anuncios andantes de marcas de ropa (a menudo falsificada), que estamos ante
personas bien formadas, con criterio, que goza de un patrimonio ingente. Sin
embargo, lo cierto es que estamos ante una de las hordas de imbéciles mejor
organizadas, y encima de las más numerosas, que hay en este país, dedicada a
presumir de lo que no tiene. Así vemos como hijos, o descendientes de
emigrantes, como somos la mayoría, claman contra aquello que todos fuimos hasta
hace poco y que gracias a las bondades de nuestros políticos nuestros hijos
están en riesgo de volver a ser. Sociedades enteras poniéndose una venda ante
el dolor ajeno de los migrantes y consintiendo tropelías de sus dirigentes,
cuando apenas hace un par de horas éramos nosotros los ayudados. Europa
comienza a ponerse de nuevo del revés; parece que los Salvinis de la vida
cobran protagonismo y cabalgan de nuevo. Y lo peor es la sociedad que tolera,
que excusa esos inexcusables comportamientos. Lo peor es la desmemoria de lo
propio, la desvergüenza de dar lecciones
sin aportar ninguna solución. Lo peor son los criados reconvertidos en
señoritingos. Lo peor son las personas que, además de consentir, utilizan el
término “buenismo” como arma arrojadiza contra sus semejantes. Sus solas actitudes
justifican los refranes.
Y si queréis otro ejemplo ilustrativo
acordaros del encontronazo entre el ministro del Interior italiano Salvini y el
ministro de Relaciones Exteriores luxemburgués Jean Asselborn, cuándo éste
último exasperado interrumpió el habitual discurso fascista del italiano y lo
puso en su sitio al recordarle:
“¡En
Luxemburgo había decenas de miles de italianos! ¡Vinieron como migrantes,
trabajaron en Luxemburgo, para que ustedes en Italia tuviesen dinero para sus
hijos, mierda entonces!
Creo que uno de los
denominadores comunes a todos los “fachas” es creer que siempre tienen la
razón. Salvini, como buen “fachilla” nacionalista, no es ninguna excepción a
esta regla. Lo malo es que, como recordó el luxemburgués, Salvini sufre de
desmemoria aguda y de que este mal tiende a extenderse y a cronificarse en toda
Europa.