Hace unos meses, cuando
saltó a la palestra lo del máster de Casado, me sorprendió la ingenuidad de la
mayoría de la prensa española. Casi todos dieron pábulo a sus explicaciones y
dieron por buenos los documentos presentados.
Casado los desplegó en forma de abanico, los
videógrafos dieron fe y todos marcharon contentos y satisfechos con el trabajo
realizado.
No cabía duda alguna, Casado había hecho los
trabajos, los había presentado y había dado toda clase de explicaciones.
Casado, decía la verdad.
Como no podía ser de otra manera, Casado
quedó más contento que unas castañuelas. ¡Y no me extraña! Parecía haberse
librado del marrón que se le había venido encima, salió reforzado y ganó las
primarias de su partido que lo aupaban a la presidencia.
Sin embargo, a mí, que no soy más listo que
nadie y que posiblemente sea más tonto que la mayoría, la escena me recordó un
episodio que salió en la crónica de sucesos de hace unos años en toda la prensa.
En esta historia, un hombre, le cuenta a su
esposa la ilusión que le hace irse de caza con unos amigos durante unos días. Le
confiesa que todos ellos habían estado ahorrando durante un tiempo para
permitirse el lujo de ir a un coto fenomenal que había en la otra punta de la
península. Para reforzar su petición le enseñó a la parienta fotos del coto al
que iban, le dio la localización exacta y en el último momento le mostró los
billetes de avión y la reserva del hotel en el que se iban a hospedar. La
esposa, que abominaba de la caza, pero que transigía con el único “defectillo”
que parecía tener su “propio”, accedió a su petición, le deseó suerte y que se
lo pasara bien.
Cuando llegó el día de partir, el hombre,
se vistió como un paramilitar, traje regional de los cazadores avezados, y al ver en la cara de su
mujer de su mujer un rictus extraño al no llevarse al perro, rectificó sobre la
marcha y lo subió al coche. Después, pasó a recoger a sus amigos en sus
domicilios.
No había previsto lo del perro, pero
sabiendo que el animal era manso como un cordero, decidió dejarlo en la parte
de atrás del coche bien provisto de pienso y de agua. Sus amigos, embalados
como estaban todos, tampoco dieron mayor importancia a la cosa. Además, todos quedaron
convencidos cuando su amigo les repitió a ellos que el perro era manso como un
cordero y que no habría problema alguno.
La decisión, aparte de ser obviamente cruel,
también resultó ser un error garrafal.
A los tres días, la policía acudió alertada
al aeropuerto de Santiago de Compostela. Alguien había denunciado que un perro
no paraba de ladrar dentro de un coche. No tuvieron ni que romper el cristal
para ver a un perro al lado de un saco de pienso y de un bidón de agua.
Por la matrícula encontraron al dueño,
llamaron a su domicilio y hablaron con la esposa del cazador. Ésta acudió y se
encontró con el panorama.
Pero, ¿qué había sucedido?, le preguntaba la
esposa a la policía sumamente preocupada.
Por aquella época había empresas, imagino
que todavía las habrá hoy, que se encargaban de dar cobertura a los
emprendedores.
Ellos lo organizaban todo. Tú decías lo que
querías, y si eras del gremio de los obtusos, hasta proponían ellos a sus
clientes el plan a seguir. Se encargaban de proporcionar cobertura. Para ello,
facilitaban documentación con reservas, con billetes de avión, y en los
membretes de la documentación aportada aparecían números de teléfonos que ellos
controlaban. Todo absolutamente falso. El contratante, aparte de pagar, lo
único que tenía que hacer era escoger las fechas y pasarlo bien. Ellos se
encargaban de todo lo demás.
Como es natural, la policía llegó hasta el
fondo del asunto en un santiamén. Efectivamente, los cuatro amigos se habían
ido de caza. De pelo. A Cuba. Y aunque las crónicas de sucesos jamás contaron
la cantidad de piezas que se cobraron, yo sí puedo decir, porque a uno de ellos
lo conocía, que la esposa de aquél hombre le plantificó una demanda de divorcio
que hizo que se riera hasta a la jueza de familia a la que tocó en suerte el
expediente al enterarse de los pormenores.
El trilero fue descubierto, y su esposa se
quedó hasta con el perro.
Colorín, colorado.
Así que, aunque es verdad que todos somos
inocentes hasta que se demuestre lo contrario, el máster de Casado parece un hueso duro de roer. Además, blanco y en botella suele ser leche por más que algunos
se empeñen en que sea el caballo de Santiago.
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