No os acordaréis, pero
hubo un tiempo en el que Felipe González
se subía a las palestras y decía que había que terminar con los
señoritos que se sentaban en consejos de administración a cobrar un millón de pesetas
y a no hacer nada. Os prometo que es verdad. Y sin embargo, ya veis la deriva
que tomó el personaje que un día ilusionó a España. Se marcó un digo diego digno
de del mejor de los funambulistas, aprobó una ley que facultara a los
presidentes a cobrar pensión por el mero
hecho de ser ex, cosa insólita, y se puso a facturar favores y a promover
contactos al mejor postor. Siempre a las órdenes de millonarios y filántropos
diversos (je, je). El colmo del desparpajo alcanzó su culmen cuando acepto un
sillón en un consejo de administración en el rascarse los perendengues a la due
mani y cobrar a manos llenas.
Felipe González, sin
lugar a dudas, es el Dorian Grey de nuestra democracia.
Ahora, si os fijáis,
Pablo Iglesias parece haber cogido el relevo. No milita en un partido tan
hegemónico como fue aquel Psoe, pero tiene el mismo tirón y parecido carisma.
Eso sí, tiene una mejor formación, pues mientras Felipe González de modesto abogado
laboralista no pasaba, Pablo Iglesias tiene más carreras que el atleta Mariano
Haro en sus pies. Y aunque, las comparaciones siempre son odiosas, parece que
ambos personajes padecen las mismas derivas. Me lo temía. Casi desde el principio.
Demasiadas similitudes. Efectivamente, pero al final siempre es lo mismo, ¿qué
hay de lo mío?, y donde dije digo, digo diego. Así que, ya sabéis, si creéis en
las buenas intenciones, pues, creer; pero, los signos están resultando ser
inequívocos: tararí que te vi, que las señales indican que Pablo Iglesias de
Mesías lo único que tiene es la coleta y
poco más.
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