A veces ocurre que una buena
idea se transforma en una pesadilla. Uno de los casos más palpables ocurrió en
la España del nunca jamás, allá por los tiempos en que todo el campo antes
orégano se convirtió en crisis.
Las autoridades trataron de
enmendar el desaguisado. De tal suerte que lo que hasta ese momento se dejaba
al albur del más listo paso a ser organizado por los ayuntamientos, con el
consentimiento de las comunidades autónomas, y éstas a su vez observadas por el
gobierno central.
Estaba en cuestión la
creación de multitud de puestos de trabajo. Se trataba de regularizar,
organizar y distribuir entre la población los múltiples puestos de pedigüeño postulante
de nueva creación.
En principio el espacio de reordenamiento
elegido para ser puesto en valor (según propias palabras de los políticos del
ramo) fueron los de las iglesias. Se hizo un sesudo estudio de mercado
encargado a tal fin a una empresa de mercadotecnia. La cúpula dirigente de
dicha empresa privada subcontrató una brigada de zapadores-entrevistadores, y
comenzaron la prospección del mercado en busca de un nicho solvente en el que
pudiera desarrollarse de forma adecuada la nueva actividad económica.
El veredicto de la contrata que contrató a la
subcontrata fue tajante: es obvio que es posible. Incluso deseable. ¡Coño, cómo
no se le había ocurrido a nadie antes!
Esa fue la conclusión más
importante a la que llegaron. El informe de tres mil páginas, que incluía
gráficos y citas de personajes célebres que habían acabado sus vidas como
ilustres pedigüeños obró el milagro de los panes y de los peces, pero en
versión “dame algo, por favor”, y la idea echó a andar.
Se abrió un concurso de
méritos, se elaboró un grueso temario para el concurso-oposición, y se
convocaron las plazas de pedigüeño titular, pedigüeño ocasional, y pedigüeño de
fin de semana. Para hacer la oferta más atractiva e irresistible incluyeron
vacaciones, cotizaciones a la seguridad social, bajas maternales e incluso se
contempló la posibilidad de entrar en la dirección colegiada de templos, iglesias
y catedrales que previamente hubieran suscrito el acuerdo de colaboración con
su ayuntamiento, con su diputación, con la comunidad autónoma de su demarcación
regional o con Paquito, su vuecencia, obispo delegado por el Estado vaticano, y
encargado de velar por el cumplimiento de la moral escrupulosamente.
Los opositores además de
superar la prueba teórica tenían que demostrar alegría, buenas maneras, y don
de gentes en el trato con el público en general y con el feligrés en
particular. Vestir de forma adecuada al cargo, y observar vigilia de higiene.
También se valorará el uso de corbata en los hombres y de traje chaqueta en las
señoras. Y el uso de frases como “Buenos días, señora, sería usted tan amable
de darme un óbolo para hacer de mi una persona decente y honrada a carta cabal”
puntuarían con dos puntos. Las frases podían ser acumulativas, y podían ser
incluidas en el currículo de todos los demandantes. Si se alcanzaba la máxima
puntuación de diez puntos el ganador tenía derecho a una bacinilla de color.
Las iglesias más solicitadas
fueron la parroquia de los Jesuitas y la de los Franciscanos. Por contra casi
nadie se presentó al concurso-oposición de la Catedral de Santiago de
Compostela. Los requisitos eran altísimos, y eran muy pocos los que estaban en
disposición de reunir todos los méritos solicitados. Español, gallego, inglés,
francés, bávaro, máster en relaciones vaticanas, título superior y además se
valoraría experiencia previa en genuflexiones, novenas y vidas de santos.
Sólo un aspirante de
Porriño, provincia de Pontevedra, se presentó. Era ingeniero industrial, número
uno de su promoción, doctor cum laude, y había trabajado con anterioridad en
Berlín, Londres, Paris y Madrid, poniendo copas en diversos pubs donde también
había sido instruido en el uso de escoba, mocho y bayeta. En Londres había
adquirido espontáneamente la destreza en el llenado de pintas. Era educado,
frugal y gay por lo que encajaba a la perfección en el perfil que buscaba el
deán, subdelegado del nuncio delegado al efecto.
Se crearon miles y millares
de puestos de trabajo sólo con la imaginación, y tanto los pedigüeños titulares,
como los ocasionales o los que tenían turno de fin de semana, se mostraron
encantados de tener al fin un puesto de trabajo con el que poder sostener a sus
familias.
Y como todo el país estaba
en campaña electoral se dio por inaugurada la idea, y se apuntó el éxito en el
haber de la marca tour España: haciendo el gilipollas desde 1936.