La industria más
puntera que tenemos en España es sin lugar a dudas el turismo. Para satisfacer
la demanda de las hordas que nos invaden, las autoridades de este país apuestan
por la inversión en personal cualificado y por el desarrollo.
Pero acceder al Cuerpo
de Camareros del Estado cada vez es más difícil. Primero tienes que salir al
extranjero, encontrar trabajo allí y después, si tienes suerte, volver con la
cabeza alta y la frente marchita al lugar que te vio nacer.
Entonces puedes optar
entre poner un bar, emprendedor, o trabajar en un bar, pringado. Y aunque se
sabe que hay personas emprendedoras capaces de hacer las dos cosas al mismo
tiempo, también se sabe que el mundo está lleno de pringados.
Por tanto, y si quieres
acceder al salario mínimo interprofesional lo mejor es estar preparado. Así que
si eres experto en física cuántica o en Schopenhauer, ambas cosas muy
demandadas, estarás a un paso del doctorado en Echar Cañas. Aunque en los
sitios más refinados los prefieren poetas. De esa forma, y llegada la hora de
endosarle “la dolorosa”al cliente
tras aliviarle de sus penas, y si éste pone mala cara por lo surrealista del
importe, un ripio alivia las tensiones más crispadas. “Volverán las oscuras golondrinas…”- dice el camareta cuando
entrega la cuenta. A lo que el cliente indefectiblemente contesta: “… en
tu balcón sus nidos a colgar…”
Hay camareros de
sonetos y clientes muy endecasílabos. Sabido es. Poesía sabina e industrial y
refinadas letanías. Poetas y poetastros, camareros y clientes todos. De
zarzuelera narco sala o de fino velador.
Pero un bar necesita de
un buen atrezo. Porque hay más bares que lugares, y es entonces cuando la
autoridad incompetente actúa y no contento sobreactúa.
Las ciudades se
construyen a base de bares. Es un hecho. Para llegar a ellos, y pese a que
todos los caminos conducen a Roma, hay que hacer calles y aceras. Y aunque
estrechas sean las unas en comparanza de las otras, tampoco es cuestión de
señalar y hacer distingos arbitrarios. Porque las sensibilidades florecen en
los barrios y los vecinos andan a la competencia en baches. La autoridad tiene
siempre la razón. Y nosotros, mientras bares haya, siempre tendremos lugares
donde predicar la revolución vía consumición.
Pero hace falta más que
bares para atraer sandalias y calcetines blancos. Hace falta lucir cultura y
saber estirar el meñique. Los dueños de los bares así lo reclaman.
Hagamos, por tanto, un
museo. Pongamos una gran escultura floral en derredor y llenemos las rotondas
con cosas que distraigan la pupila. Hay que favorecer la industria nacional.
Puppys y Dinosetos
variados sustituyen a los antes mirtos. Cosas vistosas y muy floridas. Pongos
de rotonda.
Sin embargo, no sé por
qué, no abordamos lo principal. Lo primero es el turista y lo segundo su parné.
O sea, al revés. Sean todos bien venidos, dejen los cuartos aquí mientras miran
nuestros floripondios y saborean rica espuma de grifo.
Pese a toda esta
dislexia cultural el vecino nunca está contento. No me gusta Dinoseto. ¿Ah, no?
Pues toma quince más. Aunque bien mirado, dime tú, ángel de amor ¿qué es lo que quieres tú? Más temática que
es la guerra. Originalidad, por favor. ¿Dinoseto en Vigo? ¿Puppy Guggenheim? ¡Qué
paletada es esa, por favor! ¿Es que acaso somos prehistóricos o de la raza West
Higland por tal vez? No por favor. ¡Dónde vamos a parar! Somos españoles y por
tanto patrios patriotas. Queremos identidad. Necesitamos que las rotondas,
redomas al decir de alguno, que llevan a los bares representen nuestro sentir.
Abajo todos los Puppys y Dinosetos del mundo. Pongamos centollas florales,
hermosos percebes o nécoras de tamaño gigante. Atendamos a lo nuestro. Démosle
visibilidad y pongamos en valor. ¡Ay, qué risa! ¿Qué hace en una rotonda un Che
Guevara? ¿No quedaría mejor una vaca marela? ¡Pardiez! Además, ya va siendo
hora de que aprovechemos hasta los cuescos de las vacas. ¡Derrochones! Porque
si de los cerdos algunos gustan hasta el rabo, ¿por qué a las vacas no les
hacemos unas rotondas? ¿Acaso no nos tratan como a indios?
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