Decir que fui un pésimo
estudiante sería quedarme corto.
A partir de los doce
años dejé de interesarme por los estudios. Antes había sido de sobresaliente.
Cuando llegué a los quince empecé a ir a clase de vez en cuando. A la lotería
de los exámenes y siempre a la repesca de septiembre. Las únicas clases que me
gustaban eran las de filosofía, en sexto, las de Lengua y literatura y las de
Historia. Cuando vivía en Madrid, por mis veintisiete años o por ahí, cursé el
COU a distancia. Lo aprobé por el sistema “virgen
santa, virgen pura, haz que apruebe esta asignatura. Y con la ayuda de Santo
Tomás haz que apruebe todas las demás”. Se produjo el milagro de los panes
y de los peces versión chuletas. La
vigilancia era laxa y la profesionalidad se hizo carne.
Alguna vez se me había
pasado por la cabeza la idea de escribir, pero como no tenía formación
suficiente, y como mi vida estaba ocupada en otros menesteres, desistía del
empeño en cuanto se me ocurría. Además, ¿quién se puede dar el lujo en este
país de vivir de lo que escribe? Muchos son los llamados pero poco los
elegidos. Porque independientemente de que seas bueno o malo, el mercado es el
que es, y las editoriales, como es natural, apuestan siempre a caballo ganador.
Y aun así.
Además, me he pasado la
vida tan ocupado tratando de ganármela que nunca tuve tiempo para escribir.
Ahora el mundo ha
cambiado. Quien quiere escribir escribe, aunque sean sus bobadas. El que quiere
hacer música la hace, aunque sea en asonante. Y el que quiere pintar pinta,
incluso sus monadas. Los aficionados no dependemos de terceros porque tenemos
Internet, y si deseamos publicidad,
marketing y gozar de ingresos suficientes, lo mejor es escribir la carta a los
Reyes Magos del Oriente, expresarles nuestros deseos y trabajar en otra cosa.
Sin embargo, yo soy
feliz.
He publicado una
novela: Alambique, 28.
¡Quién
me lo iba a decir!
Es la primera y espero
que no la última. No será la mejor ni tampoco un éxito de ventas. Seguro. A
estas alturas, si algo sé, aparte del consabido no saber nada, es que si no
cuentes con promoción, marketing y medios suficientes, vender algo, lo que sea,
es posible en teoría e imposible en la práctica Pero, es un camino. Un trabajo que me he
inventado, el hobby que no tenía y una distracción siempre. Aquí ni hay
jubilación ni mandangas. Y eso me gusta, porque incluso los que nacimos “vagos”
y con “mal de asiento” para los estudios, tenemos una segunda oportunidad. El
tiempo todo lo atempera, y si antes me era imposible estar siquiera media hora
sentado, ahora soy capaz de sentarme en otoño y levantarme en primavera.
Pero cumplir sueños
trae otras quimeras. Ahora quisiera,
¡quién me diera!, encontrar editorial para publicar. Al fin y al cabo, una
novela es un producto y un aspirante a escritor pura mercancía. Y como el
milagro de virgen santa, virgen pura ya
funcionó una vez, a ello me encomiendo. Y de paso añado, Santo Tomás, si me envías editor tampoco estaría demás.
Pd. Se rumorea por ahí
que a mí me hizo la boca un fraile. En todo disculpar, esta carta es para los
Reyes Magos no para vosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario