Estos días se habla
mucho de que Facebook ha comerciado, filtrado o puesto a disposición de
terceros los datos de sus clientes incumpliendo flagrantemente la Ley de
Protección de Datos vigente en la mayoría de los países occidentales.
Aprovechando la
ocasión, los gerifaltes han puesto el grito en el cielo y han exigido
explicaciones y responsabilidades sobre tal cuestión.
Sin embargo, sabemos
que son ellos, los gerifaltes, y algunas empresas, las que se benefician del
tráfico ilegal que sufren nuestros datos.
Los políticos porque,
en base a estos datos, sus asesores
pergeñan elaboradísimos programas informáticos para hacernos llegar sus
mensajes, sus eslóganes en épocas electorales, sus globos sonda y para conocer,
a la perfección, el perfil de sus votantes potenciales.
Las empresas, al menos
algunas, porque gracias a esos datos, saben a quién dirigirse, qué ofrecer y cómo
ofrecerlo de la forma más conveniente para sus intereses.
Para ello, aparte de la
connivencia de los responsables de las redes sociales, cuentan con la
inestimable ayuda de los hackers en plantilla. Gente altamente especializada,
que a menudo trabaja a cuenta del mandamás de turno, y que pone al servicio del
gerifalte o de la empresa que mejor pague, sus habilidades. Se sabe que estos
cabrones, que normalmente empiezan como meritorios espiando a la cachonda de la
vecina (es un mal ejemplo, disculpen), acceden a su puesto después de haber
cometido piraterías diversas.
No creo que sorprenda a
nadie si digo que todo el mundo está al cabo de la calle de lo que sucede. Es
tan obvio que no sé siquiera como alguien todavía se sorprende. La prueba la
tenéis en vuestro propio teléfono móvil. Entras en un sitio y el móvil te dice: ”Panadería Maripuri, un sitio estupendo para
hacer fotos”. Y así continuamente, incluso sacando los datos saben dónde estás
y presuponen lo que estás haciendo. Tanto que, se dice de una conocida marca
china de teléfonos espía todo lo que dices, lo que haces y a quién se lo dices
y cómo lo haces.
Así que, como diría un
cachondo, procura hacerlo bien. ¡Tienes público!
Pero para que veáis que
lo de la Protección de Datos de chiste malo no pasa, cuento algo personal:
Un día fui a Fenosa a
cambiar el titular de la luz contratada con ellos. ¿Motivo del cambio?
Fallecimiento de mi esposa. Tiene que traer el certificado de defunción y el
testamento. ¿El testamento?
Oigan, y me pregunto y
les pregunto a ustedes, ¿hay algún papel más íntimo y privado que un
testamento?
Por tanto, y ustedes
disculpen, ¿la Ley de Protección de Datos para qué sirve?