Viví con Franco 17 años, y llevo soportando
su recuerdo toda de la vida. El día que
se murió fue la primera vez que me expulsaron del internado dependiente
del instituto en el que estudiaba. Motivo: negarme a ir a una misa en su
memoria. “Que vaya su madre” (la
madre de Franco), le espeté al cura que exhortaba la presencia de todos los
internos en dicho acto. Y, el cura me expulsó. Después volvimos a hablar del
asunto de mí expulsión, recapacitó de lo injusto de la decisión y me readmitió.
Nos llevábamos bien. Era un gran tío, lo apreciaba mucho. Años después, el día
mismo día que empezaba a trabajar en un juzgado como “meritorio”, fue el día
elegido por un coronel de opereta para dar un golpe de estado. Tejero y sus boy`s
entraron en el Congreso, dispararon unos cuantos tiros y todos los diputados
menos Suárez, Gutiérrez Mellado y el comunista Carrillo, se tiraron al suelo.
Al rato, Fraga incómodo se volvió a sentar en su asiento porque le dolía el
culo; recobró su célebre carácter, y montó (hasta donde le dejaron) medio pollo
queda bien. El postureo resultó equidistante; quedó a medio camino entre la
cobardía y entre el arrojo de los otros tres mentados. Tierra de nadie, tierra de Fraga. Durante esos años,
los españoles, vivimos con el miedo en el cuerpo de otro inminente nuevo golpe
de estado. Pero, de repente, ganaron los socialistas las elecciones por goleada
y las cosas empezaron a cambiar. Gracias a su generosa y hábil oferta, miles de
oficiales y suboficiales de los ejércitos pasaron a la reserva cobrando la
totalidad del salario, teniendo derecho a un ascenso más y a seguir viviendo en
el piso oficial que ocuparan en ese momento La medida fue certera, meridiana.
Desactivaron el peligro, y de paso regularon el anormal número de oficiales y
suboficiales que había en nuestras Fuerzas Armadas. Y ahora, casi 43 años
después de su muerte, Franco vuelve a ocupar portadas de periódicos. Otra vez,
los socialistas, quieren poner las cosas en su sitio y rematar la tarea
inconclusa. Quieren devolver los restos de Franco a su familia (que la familia
no quiera los restos del abuelo dice mucho de cómo son esa caterva) y liberar
al pueblo español del oprobio que es el Valle de los caídos. Y otra vez, unos
pocos miles de oscuras golondrinas vuelven a dar la tabarra. Esos pájaros que
viven anclados a la caverna sin atreverse a salir al mundo exterior. Esos a los
que les parece normal que Emérito repartiera títulos de nobleza a los herederos
del dictador, y esos que gustan que Franco esté enterrado en un lugar público.
Los insufribles, los que siempre atentan a la razón más elemental. La chusma
habitual que, brazo en alto, todavía después de 43 años, llevan alicatadas las
muñecas de pulseritas con la bandera de España como si ésta les perteneciera;
hablo de esos que quieren hacernos regresar al año 1975 por la gracia del
Caudillo. Hablo de esos, ¡descerebrados!, y me dirijo a ellos y les repito algo
que decía Camus: “La estupidez insiste
siempre”.
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