Después te enteras de que el hombre con
aspecto de zangolotino, el que dijo la “parida” se llama Pablo Hernández Cos,
que es gobernador del Banco de España y que cobra unos 13.000 euritos al mes
aproximadamente. Y vuelves a recordar lo
que dijo. Dijo que la subida del SMI a 900 euros puede costarle a este país
150.000 empleos.
Claro, te preguntas: ¿y éste como lo sabe,
de la misma manera que sabía que el rescate bancario, ése aquelarre que ellos
toleraron y por el que nadie jamás dio explicaciones, iba a costar 60.000
millones al Estado y que jamás nadie devolvería un céntimo?
En fin, zangolotino, ¿por qué no le vas a
dar la chapa a tú madre? Gente como tú,
sobra. Tenemos a demasiados zangolotinos en plantilla.
Claro que, lo peor, es que ya has oído a
otro zangolotino escandalizarse de que un trabajador pueda cobrar 900 euros de
salario mínimo, mientras él cobra el pastizal que cobra. Salario de diputado y
gastos de representación a tutiplén. Otro zangolotino más, éste del PP que
atiende por el nombre Pablo Casado, y quien no ha trabajado en su puñetera vida
en cosa alguna que no sea su partido u ocupando poltrona en algún puesto
público. O sea, la ameba ésta de la vida laboral, de otra cosa no se le puede
calificar, encima tiene el cuajo de dar lecciones. Se debe creer, el muy
zangolotino, que está preparado a más no poder con su máster regalado y con
su licenciatura cursada la mitad en
cuatro años y la otra mitad en cuatro meses. ¡Qué poca vergüenza! Además, a él
que un trabajador cobre 900 euros le parece una exageración. Él cobra muchísimo
más. Habla de la economía global, de la que se supone que es de todos con
desparpajo. Cree firmemente que la economía se rige por los consejos que dan
los zangolotinos, y dice tonterías marca España a todas horas para demostrar su
patriotismo desfasado y su ignorancia manifiesta. Tiene 38 años y ya es más viejo que Cascorro.
Claro que, para rematar la jugada, después
llega el otro zangolotino, el Albert Rivera de los cojoncios, el que un día
dice una cosa y al siguiente la contraria, y también se embala: que si cobrar
900 euros es una barbaridad, que si él tiene un economista que trabaja a su
dictado, uno que antes trabajaba, en Londres, que le dice que eso no puede ser, que
eso es cobrar demasiado y como prueba de lo que dice saca al zangolotino
economista, un tal Garicano, quien poniendo esa cara que ponen los economistas
cuando dan lecciones al populacho, nos ilustra con que cobrar 900 euros pone en
riesgo la estabilidad económica más elemental. En fin, sólo le falta añadir un
querido Watson al economista zangolotino y tenemos la cuadratura del círculo.
Otro idiota y… ¿cuántos van?
Ante lo cual, estupefacto, yo le pregunto al
zangolotino, ciudadano y economista que trabaja en Londres:
¿Vosotros no erais los que hace unos años
proponíais cobrar mil y pico euros como SMI? Entonces, dime; ¿qué ha cambiado,
zangolotino para que ahora 900 os parezca un despropósito? En todo caso: ¿Si
los que cobran 900 euros ponen en riesgo el sistema, qué habría que hacer con
los que cobran 13.000? ¿Colgarlos de los pulgares?
Quiera Dios que no, que no tengamos que
colgar a nadie de los pulgares. Ni siquiera a los zangolotinos. Aunque, por lo
que se ve, los hay que demandan a diario un serio correctivo. Por tanto, quizá
sea conveniente recapacitar y cambiar de opinión. Igual me estoy pasando, nos
estamos pasando, de campechanos y contemporizando demasiado con estos
zangolotinos, porque empezamos dándoles árnica y terminamos
arrepintiéndonos y encima soportando la matraca infumable de estos
zangolotinos. Porque, sabido es: las ranas croan y los zangolotinos dan la
matraca. No hay más. Es la única
explicación para entender a esos que te dicen que eres un peligro público si
cobras 900 euros mientras ellos cobran 20 veces más. En fin, zangolotinos y
además hijos de su madre,
Así que no sé, no querría ponerme drástico,
pero si con cada lechuguino que se desmandase, o meara fuera del tiesto, con
declaraciones inapropiadas y estúpidas, tomáramos medidas y, por ejemplo, lo
colgáramos de los pulgares, acabaríamos con el prescindible gremio de
zangolotinos videntes. ¡No valen para nada! ¡Ya está bien de tanto tonto y de
tanta tontería!