A
mí Borrell me parece muchas cosas. Casi todas buenas y algunas malas. Me parece
que sufre un extraño síndrome que a veces le hace actuar como lo haría el
doctor Jekyll y en otras ocasiones se comporta como el vulgar señor Hyde que
lleva dentro. Como diría Ortega y Gasset: Borrell
es él y su circunstancia. O circunstancias, añadiría yo. Porque a nadie le
cabe duda alguna que Borrell es mucho Borrell. Cosa ésta que ni siquiera a mí
se me escapa.
A
Borrell lo vi un día, allá por los años 80, en un bareto del barrio de Salamanca.
Inmediatamente me di cuenta de dos cosas: Borrell, que creo que ya era
ministro, estaba encantado de conocerse, y que los que lo acompañaban, todos
varones, le hacían la pelota con denuedo a lo que él correspondía con estrépito.
Me quedé observando la escena hasta el final. Tres cañas después sucedió lo
previsto. Borrell sacó la visa de empresa y pagó todas las consumiciones.
También
en aquella época, a lo mejor todavía hay alguien se acuerde, las lenguas
viperinas decían que Borrell andaba liado con Ortega Cano. Tal como oís. No sé
de donde salió el bulo, que fines tenía y a quien podía aprovechar la
propalación de esa basura. Pero el bulo se corrió tanto, que en Madrid todo el
mundo daba por bueno el affaire. Pese a todo, y pese a que el gobierno de
Felipe González ya empezaba a mostrar signos inequívocos de putrefacción, el
bulo fue abandonado y los dos afectados pudieron seguir con su vida y sus
quehaceres sin mayores contratiempos. Mucho después, Borrell, peregrinó por el
desierto, perdió en sus aspiraciones de ser Secretario General y para
compensarse se puso a hacer pasta gansa. Fichó por Abengoa, fue estafado a
través de Internet al contactar con una falsa empresa que ofrecía no sé cuántas
rentabilidades sin especificar bien para quién serían dichas plusvalías y Borrell
fue estafado por su codicia. Como todos los estafados. Después, cuando la
empresa del Ibex 35, Abengoa, en la que prestaba sus cualificados servicios
estaba al borde del rigor mortis aprovechó para vender sus acciones y salvar el
parné de esa pira.
Ahora
la CNMV, la Comisión Nacional del Mercado de Valores, popularmente conocidos
por ser ésa pandilla de julandrones que consienten las tropelías de los
mercados y a los que remuneramos generosamente por colarnos trampantojos,
sancionan a Borrell con 30.000 euros de multa por vender acciones de Abengoa
utilizando información privilegiada para ello.
El
gobierno de Sánchez vuelve a estar en el alambre, mientras el funambulista
Borrell recorre la cúpula de Europa a lomos del caballo del Ministerio de
Asuntos Exteriores. Para mí que, a Borrell, cualquier día de estos lo sacan en
el Ministerio del Tiempo haciendo un cameo de Ministro Atemporal. Ahora sólo
falta que Ortega Cano vuelva a los ruedos para que volvieran las circunstancias
de esos nidos a colgar.
Borrell,
un fulano que a veces parece Robespierre, otras un tierno lechón y que casi
nunca es lo que parece, y que por no ser, ni siquiera fue nunca novio de Ortega
Cano por muchas vueltas al ruedo que nos venga dando.
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