El curioso caso de Pablo Casado.


   ¿De verdad es necesaria gente así hoy en día? ¿Por qué, qué aporta este tipo de personaje al bien común?
   Porque, al menos supuestamente, algo debería aportar la gente así, rancia, a este mundo. Si no, para qué. Aunque, claro, si lo que aportan es belicosidad, estrechez de miras y ganas de dar la murga en todos los asuntos, quizá, a lo peor, lo que aporta  este tipo de gente es  algo de lo que nos convendría huir.
   Estamos ante gente tóxica, frente a personas que envenenan los argumentos con sofismas ya superados, que estaban en el candelero hace 40 años. Estamos, por tanto, ante personas que estarían muy felices  viviendo en otros tiempos cuando, según ellos, cualquier tiempo pasado fue mejor. O dicho de otra manera, cuando los políticos hacían y deshacían a su antojo lejos de este ojo avizor y cuasi transparente con el que desarrollan ahora sus actividades.
   Casado es un político oscuro, rehén de sus propias añagazas y víctima de su viejuna juventud. Casado representa el anquilosamiento, la marcha atrás y parece empeñado en convertirse en el coitus interruptus de la política nacionalista española.
   Si por él fuera, por él y por su siamés Rivera, dos hombres y un desatino, los contenciosos políticos se resolverían a palos, las mujeres que abortaran serían criminalizadas y el dictador Franco sería paseado bajo palio por nuestras principales avenidas los domingos a la hora del vermú.
   Si no fuera porque Scott Fitzgerald adelantó los acontecimientos cuando escribió el El curioso caso de Benjamín Button, las historietas para no dormir de las que, a menudo, se ocupa Casado, podrían dar para escribir un opúsculo de la derecha española, sus incongruencias y sus similitudes con el apasionante mundo de los berberechos. Lo malo es que, aun pareciendo el tema  suficientemente sugestivo, la novela sería una auténtica mierda ante lo irrelevante de las propuestas de ese par de bivalvos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario