¿De verdad es necesaria gente así hoy en
día? ¿Por qué, qué aporta este tipo de personaje al bien común?
Porque, al menos supuestamente, algo debería
aportar la gente así, rancia, a este mundo. Si no, para qué. Aunque, claro, si
lo que aportan es belicosidad, estrechez de miras y ganas de dar la murga en
todos los asuntos, quizá, a lo peor, lo que aporta este tipo de gente es algo de lo que nos convendría huir.
Estamos ante gente tóxica, frente a personas
que envenenan los argumentos con sofismas ya superados, que estaban en el
candelero hace 40 años. Estamos, por tanto, ante personas que estarían muy
felices viviendo en otros tiempos
cuando, según ellos, cualquier tiempo
pasado fue mejor. O dicho de otra manera, cuando los políticos hacían y
deshacían a su antojo lejos de este ojo avizor y cuasi transparente con el que
desarrollan ahora sus actividades.
Casado es un político oscuro, rehén de sus
propias añagazas y víctima de su viejuna juventud. Casado representa el
anquilosamiento, la marcha atrás y parece empeñado en convertirse en el coitus
interruptus de la política nacionalista española.
Si por él fuera, por él y por su siamés
Rivera, dos hombres y un desatino, los
contenciosos políticos se resolverían a palos, las mujeres que abortaran serían
criminalizadas y el dictador Franco sería paseado bajo palio por nuestras
principales avenidas los domingos a la hora del vermú.
Si no fuera porque Scott Fitzgerald adelantó
los acontecimientos cuando escribió el El
curioso caso de Benjamín Button, las historietas para no dormir de las que,
a menudo, se ocupa Casado, podrían dar para escribir un opúsculo de la derecha
española, sus incongruencias y sus similitudes con el apasionante mundo de los
berberechos. Lo malo es que, aun pareciendo el tema suficientemente sugestivo, la novela sería
una auténtica mierda ante lo irrelevante de las propuestas de ese par de
bivalvos.
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