En estos días asistimos a
una representación en Palma de Mallorca de la famosa obra Jara y sedal que habla de la evolución de las especies.
El cuervo Horrach, un ave defensora de pleitos
ricos, expone argumentos para defender y sacar de atolladero al avejuco común Talonmano Consortis. Dicho bicho Consortis está casado con Infantas Borbónicus, hija de Emérito Zanganus, y sister de Felipe Seis Palitos.
Conformaban una pareja
feliz. Se reproducían por esporas, respiraban a través de reales branquias, y
vivían bajo el paraguas de una real casa.
Talonmano
Consortis, emprendedor y pro activo él, fundó una
especie de ONG de sus antojos, robó a deficientes, estafó a contribuyentes y se
compró un palacete en la parte más alta de la Barcelona independentista.
Le asesoró un amiguete. Lo
tuteló el equipo habitual que prestaba servicios a las órdenes de Emérito Zanganus, y todos juntos en
amor y compañía bailaron al son de la odalisca de la especie de las Corinnas Cachondis.
Todo iba bien. De San Jaume
a Santa Rita, y al grito de lo que se da
no se quita, un grupo de graciosos le quitó la patria potestad del título
de Empalmado, y lo relegaron a la
categoría subyacente de disfunción eréctil, provincia de Viagra.
Ahora pulula. Como buen
animal depredador se mantiene agazapado, y por él, y por todos ellos, vela un
antiguo soldado de la Constitución, con apellido de cagadero, experto en
detritus y operaciones políticas fallidas.
El hombre de Pujol, como fue conocido en los
ochenta, es un experto en viajes a ninguna parte. Aduce el muy letrado que Infantis Borbonicus debe ser exonerada
porque sí, porque el amor todo lo nubla, y para ello articula el silabario Botín en la esperanza de que todo el
campo sea orégano, y la Justicia el colador habitual para estos replicantes.
No
son reales.
O sea, están haciendo lo
habitual. Los avejucos de plantilla
están haciendo el trabajo sucio. Tiempo al tiempo.
También se está estudiando
la posibilidad de poner en la rampa de bajada a los reclinatorios unas
escaleras mecánicas. Más que nada para que sus excelencias no se cansen con el
trajín de subir y bajar.
O sea, otra pesadez
perpetrada por los pesados habituales.
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