AL NATURAL.

Creerme, he sido aficionado a los toros.
Es más, muy aficionado. Tanto lo fui que, recuerdo una ocasión en la que el ABC sacó un oferta en la que ofrecían que si te suscribías al periódico, un gran periódico, regalaban el Cossio, la enciclopedia de los toros, que sopesé hacerme suscriptor.
Lo superé.
Atrás dejé tardes en Las Ventas, en el ruedo improvisado que hacen en Chinchón y en otros muchos sitios, incluido La Coruña. Tertulias taurinas en Madrid, finos hasta sentir el afilamiento de los pómulos y noches de parranda.
Pero pese a todo creces y maduras.
Escuchas a unos, a otros, y a veces reflexionas. Los toros me siguen gustando. Mucho, pero encuentro inaceptable que para mí diversión muera ningún animal. Así de sencillo. Cosas de la ética.
Lo superé, y me saqué de la droga taurina. Adiós. No la echo de menos en absoluto.
Ahora estoy en contra de los toros. Matizo. Estoy en contra de que estos espectáculos sean ayudados con dinero público. Soy de la idea de que los vicios se los pague cada cual.
Por tanto, y siendo consecuente, no soy de los que está en contra de las corridas de toros. Estoy en contra de la palabra prohibir. La cosa es más grave y sencilla. Estoy totalmente a favor de que esta actividad sea subvencionada con dinero público. A partir de ahí el tiempo dirá. Si los toros pasan a olvido porque sus adictos no pagan lo suficiente ellos sabrán. Ellos, los adictos, serán los responsables. Sinceramente, a mí me importa un huevo y la yema del otro lo que pase con los toreros. Pero de ahí a vilipendiar, hacer mofa y befa de un torero muerto va un abismo. Simplemente, como siempre, todo es cuestión de educación y de estilo, aunque a raíz de la muerte del último torero ha quedado claro una cosa: gilipollas hay en todos los sitios, y además en este caso IDIOTAS que gozan de una gran bajeza moral.
Anda que… ¿por qué no os buscáis otro divertimento? Y que conste, va para los unos y también para los otros.


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