Me crie viendo la foto
de Pio XII. Recuerdo la foto de Juan XXIII colgada de la pared de la habitación
de la televisión y fui adolescente con Pablo VI. Pese a ello ni sufrí ni sufro
de ningún trauma. Creo. En casa de mis tías en Cereixo era una tradición. Pese
a ello, y aún sabiendo que mucha gente las tenía por unas beatas, yo que las
conocí bien aseguro que la cosa no era así. Era una costumbre y punto. También
podría considerar otra explicación más plausible si se quiere y se tiene ganas
de enredar. Eran unas innovadoras en materia decorativa.
Sin embargo, ellas y
yo, siempre tuvimos aprecio especial por uno. Juan XXIII. A mí Juan XXIII me
caía simpático por dos motivos. El primero es que había visto una película que
me había gustado mucho sobre él y que se titulaba Las sandalias del pescador. Anthony
Quinn. Y el segundo era porque Juan XXIII se parecía de carallo a Chindolo. Calcado.
Sólo había una diferencia. Mientras Juan XXIII, en blanco y negro, lucía sus
mejores galas de Papa de Roma, Chindolo andaba siempre luciendo pecho y
bandullo descamisado. Cosas del protocolo.
Mis tías demostraban su
predilección de otra manera. Cuando se moría un Papa, después del pertinente
luto, su foto era sustituida por la del siguiente. Me alegré mucho cuando Pio
XII fue descolgado. Menuda cara de pájaro tenía el muy pájaro. Sin embargo la de
Juan XXII jamás la sacaron. Eso por no hablar de que el marco de su foto era el
doble de grande que la del que estuviera de guardia en ese momento.
Cereixo es una aldea
pequeña y aunque en aquella época estaba más poblada la cosa tampoco llegaba a
la exageración. Lo digo, perdón, lo escribo, porque las aldeas pequeñas se
entienden si se saben algunas cosas. Mi tías vivían allí todo el año por eso a
mí nunca me extrañaron sus aficiones. Ir a misa, rezar el rosario, tomar mate y
ver la televisión con los vecinos. Algo hay que hacer para entretenerse, ¿no?
Así qué, ¿a quién le extraña? ¿Qué iban a hacer? ¿Pescar, cazar, andar de
bares? Perdón, esas cosas no las hacían las mujeres. Y mis tías que aparte de
ser mis tías también eran mujeres no las hacían. Punto. No le deis más vueltas
ni le busquéis tres pies al gato. Las cosas son como son. Además, mis tías eran
muy buenas personas. Excelentes. Y alcanzar la excelencia siempre lleva algún
tiempo.
El caso es que un día,
no sé por qué, llevé a casa a Chindolo.
Lo confieso: me costó.
Soy un puto tiquismiquis que algunas ocasiones. Lo cierto es que tampoco las
tenía todas conmigo, y por nada del mundo quería molestarlas ni a ellas ni a mi
amigo. Eso sí, le pedí una cosa. Chindolo, no digas tacos. Te lo pido por
favor. Mis tías son viejas y ya sabes cómo son las cosas. Chindolo, bonachón y
paciente como era, me dijo que no había problema con un escueto tes unhas cousas.
Se presentó afeitado y
con los botones de la camisa abotonados hasta las tetillas. Normalmente iba
desabrochado hasta el ombligo. Saludó, les besó la mano haciéndoles una
reverencia y lo primero que soltó fue: mecojonacona,
qué casa tan bonita teñen vostedes e que juapas son. ¿?. Mis tías quedaron
perplejas. De repente, Chindolo, alzó la vista, vio la gran foto de Juan XXIII,
cómo para no verla, y preguntó, ¿é ese home tan juapo tamén é da familia?
Mis tías se miraron entre ellas, después me miraron a mí que estaba rojo como
un pimiento y por último a Chindolo. No me lo podía creer. Estaban derretidas
de la emoción. Es el Papa Juan XXII. Se parece mucho a usted, dijeron al
unísono mis tías.
¡Cona!
¿De verdad? Igualito. Usted también es muy guapo,
señor Chindolo.
El ambiente se perfumó
de fragancia y porque no había música, que si la hubiera sonaría aquella tonada
que estaba tan de moda en aquel tiempo: Estoy sintiendo tú perfume embriagador…
Como os podéis imaginar
a mí que soy de natural sensible casi me da un parraque.
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