Don Donald tiene
pensado (lo de pensado es un decir) pasar la noche del domingo cenando con 50
gobernadores. Parece ser que después también van a darle al baile. Y hacer eso
hoy en EE.UU, nación de estrellas rutilantes, cosecha pitos y palmas. Pitos por
parte de la prensa, del todo Hollywood y de Meryl Streep en particular. Palmas
por parte de los 50 gobernadores dispuestos a bailar con don Pato, de un
sindiós de millones votantes y de una señora de Ohío muy beata de Donald.
Por tanto no resulta
aventurado decir que ambos, Donald y Meryl, la noche de hoy estarán separados
por miles de kilómetros de alfombra roja.
Los expertos más
recalcitrantes nos dicen que este año hay dos grandes películas favoritas a
ganar todos los premios. La La Land y Manchester frente al mar. A la primera le
conceden aglomeración de estatuillas y de la segunda ponderan con entusiasmo
dos cosas: es una obra de arte, y la actuación del prota es increíblemente
buena.
Es por esta razón que,
llegado a este punto, tengo que reafirmarme en la sospecha que tengo
últimamente acerca de la supuesta cabalidad de los humanos. Porque, ¿lo dicen
en serio o están de coña?
Yo, como todo el mundo,
descargué La La Land y a los cinco minutos estaba hasta el mismísimo occipucio (no confundir con
prepucio) de la pretendida obra de arte. Hemorragia de colorín, de caras
amables y de cánticos regionales. Pese a todo la aventura acabó bien para mí,
sin efectos colaterales. Borré la película y a otra cosa mariposa. Costo de la
operación: cero. Bueno, casi. Queda por descontar el atraco que es en España es
pagar el ADSL que va más caro que el LSD. Pero… es lo que hay. O sea, lo de
siempre. Otro atraco más.
Lo que no sabía es que
lo peor estaba por llegar. Y como todo lo malo acaba llegando, en esto tampoco
hubo ninguna excepción. Llegó. Llegó una tarde en la que inopinadamente fui
invitado a ir al cine. Destino: Manchester frente al mar. Bien, dicen que es
muy buena y que el hermano de Ben se sale. Estupendo. Sólo faltó comprar
palomitas para consumar el despropósito. Y es que si esa peli es lo mejor que
puede ofrecer el actual Hollywood es para imponerles a todos penas de harakiri
cuando menos. Porque… hay que ver. Un dramón estúpido y banal. La actuación del
prota tan loada a mí me pareció la de un sieso. Dos horas y veinte minutos de
pestiño. En fin… el compendio de los horrores hecho película.
Tan es así y tan
desesperado me dejó el trasunto que este año he decidido no asistir a la
ceremonia de entrega de los Óscar en señal de disconformidad con el producto
ofrecido. Pongan como se pongan. Lo siento, Meryl. Llevas toda la vida
aburriéndome, darling. Este año prefiero cenar fuet de pato mientras bailo con
la gobernadora de Arkansas a ritmo de reguetón. Con suerte acabamos en la suite
de algún hotel viendo una película de Toni Leblanc (¿Los tramposos?) o algo
así.
Y es que… un poquito de
nivel, Maribel. O sea, sis plau. ¡Mecagonsoria!
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