Durante 30 años Jordi
Pujol fue un hombre alabado por los dirigentes españoles. Era un hombre de
Estado, dialogante y por tanto siempre dispuesto a colaborar con la gobernabilidad
cuando era requerido. A cambio de unas monedas ayudó al Psoe y al PP a gobernar
cuando estaban ambos en minoría. El Honorable se comportaba con honorabilidad y
el Estado a cambio silenciaba sus tropelías (y también las propias y menos
divulgadas) porque su partido siempre estaba dispuesto a echar una mano.
Artur Mas, príncipe de
Pujol, heredó la situación.
Se encontró con dos
problemas. Uno de ellos es que la Generalitat estaba arruinada, entre los suyos
y el tripartito bochornoso de Montilla, la caja se había deslocalizado. Tanto
robo y tanto latrocinio no hay caja de caudales que lo resista. Y el segundo
problema, también parte de la solución, que encontró radicaba y radica en que
cada vez hay más ciudadanos y partidos políticos en Cataluña que abogan por una
desconexión de España. Tal cosa la vio como solución de todos sus males, y
puestos a rizar el rizo quiso mejorar la estrategia del anterior Honorable y
usando el argumento de la independencia presionó al Estado hasta el límite. Sin
embargo, topó inopinadamente con algo con lo que no contaba: el autismo de
Rajoy y el enrocamiento absoluto por parte del Estado. Antes negociaban y ahora
no estaban dispuestos a seguir pagando más allá de lo pactado. Pese a ello algo
de dinero, quizá. Cariño, todo el que queráis. Es gratis – les decían. Pero,
que quede claro, ni independencia ni nada de nada. Para reforzar su actitud y
para amedrentar, los dirigentes españoles, a saber quién será la cabeza
pensante de tal estrategia, optaron por usar la artimaña habitual: la del
ventilador. Usaron información clasificada de cosas que ya sabían: comisiones,
robos, extorsiones, dinero en paraísos fiscales, trampas, ingenierías
financieras, oligarquía política y familiar, fueron exhibidos todos los pecados
a través de la prensa amiga sin que, en apariencia, pasara nada. La Justicia es
lenta y la paran cuando ellos quieren. Es un hecho. Por el lado catalán se
sublevaron y también amenazaron con desvelar las cosas que saben y que no son
pocas. Porque no sólo el Estado sabe.
Los catalanes también saben. Y
muchísimo. La prueba está en que ninguno de los Pujoles ha entrado en la
cárcel. La prueba está en que los únicos que están al borde de ser empalados y
crucificados son gentes de segundo nivel. Siempre se quedan del segundo nivel
para abajo. Y aunque de momento todavía no han llegado a echarle la culpa a la
señora de la limpieza… A todo se llega.
Entonces la
contradicción se hace carne. Cuando la banda terrorista Eta asesinaba y ponía bombas,
el Estado decía que esa no era la forma de pedir ni de exigir nada. Que las
cosas se hablan y que hablando se entiende la gente, que todo el mundo
legítimamente y democráticamente podía pedir lo que fuera, pero que matando,
asesinando y extorsionando, no.
Ahora con el tema
catalán se ha visto la hipocresía del Estado. Los catalanes usando su autonomía
y con mayoría suficiente han decidido convocar un referéndum que dilucide si sí
o si no. Y lo hacen de forma pacífica y ordenada, tal y como demandaba el
Estado antes a los vascos. ¿Y qué consiguen? Ira, estupor y venganza. Por lo
que se ve toda esta pandilla de demócratas parece desconocer el significado de la
palabra democracia, el gobierno del pueblo por el pueblo. Les asusta siquiera
convocar un referéndum que dilucide la cuestión. No lo hacen aun sabiendo que
sería bueno para los intereses del Estado por dos razones: ganaría España, y la
cuestión quedaría zanjada hasta la llegada de un nuevo Lázaro político.
Visto lo visto y
escuchado lo oído:
Son listos para lo
suyo, y tienen el sentido común de las amebas.
Eso sí, en cuanto a
quién es más trincón, pitos y palmas: maricón el último. Y en cuanto a ver
quién tiene más morro, tanto los unos como los otros tienen más belfo que un grupo
de negros cantando el Only you.
Añado que en este
heterogéneo como imaginario orfeón, los unos
se adornan de rojo y gualda y los otros de estelada.
O sea, de rompe y rasga
los dos.
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