La Transición en mil palabras.


Es sabido que cuando una cosa se repite hasta la saciedad, algo siempre queda. Aunque los hechos demuestren claramente lo contrario. Aunque sea mentira. Siempre habrá gente que piense: “cuando el río suena, agua lleva”. Y por mucho que le expliques que no es verdad, (incluso, aunque lo demuestres), siempre creerán lo mil veces repetido. Y es que, el español es un pueblo exagerado, creativo y botarate como pocos. Capaz de lo mejor, de lo peor y de lo contrario de lo contrario. Habituado a creer en mentiras, a propalarlas como si de un dogma de  fe se tratara y a hacer el memo. Es nuestra idiosincrasia. Y aunque es verdad que en todos los lados cuecen habas, según el español, nuestras habas son insuperables. Son las mejores habas del mundo. El español, dicen, también es chillón, maleducado y, por supuesto, siempre tiene la razón. Tan es  así, que no hay español que se precie que en su interior no lleve un Seleccionador Nacional de Fútbol, un Teólogo, un Abogado o un Médico. Las cuatro cosas, por lo menos, van de serie en un español medio. Conste que los hay con más aplicaciones. El español lo sabe todo, lo entiende todo y lo confunde todo. El español es caótico en los horarios, deja todo para última hora y es amigo de la siesta. Y sin embargo, y pese a todo, el español vive en un país con una economía pujante. Pero como por ahí afuera nos tienen envidia no nos dejan estar ni en el G-20 (ya saben ese grupo de países que presumen de ser lo más de lo más en cuestiones de parné).  Para compensarnos del infortunio nuestras autoridades locales nos cuentan historias y nos cantan milongas. El español, ávido de historias, es amante de la lectura, de ir al  cine, y de leer el periódico los domingos. El español es culto. Rama: o sea. Gusta de milongas y, al igual que todo el mundo, tiene una tendencia natural a creer en las historias que le repiten hasta la saciedad. Siempre en la misma dirección. Por tierra, mar  y aire. O lo que es lo mismo. A través de cientos de  libros, de miles de periódicos y de decenas de películas. A través de montañas de programas de televisión y de los líderes de opinión más relevantes. La Transición, nos dicen, no se hizo bien. Se hizo súper bien. Lo dicen hasta  la saciedad. Hasta saturación. Tanto que incluso intentaron exportar el argumento a otros países. Señoras y señores, coman mierda. Un millón de moscas no se pueden equivocar. Y es que La Transición puso fin a 40 años de dictadura y favoreció la reconciliación de los españoles. Pasamos de la dictadura a la democracia, se legalizaron los partidos  que vivían en el exilio y se favoreció (desde el Estado) al PSOE como gran partido de la futura oposición en detrimento del que había sido la oposición más visible hasta ese momento (el P.C). De forma descarada, con el dinero del amigo americano y a través de los alemanes. Pero, esa es otra historia. La Transición, también fue posible  gracias al acuerdo alcanzado entre los presentes en aquellos momentos. Los derrotados en la guerra civil, sus hijos o sus herederos políticos tuvieron que refrendar (en favor del cacareado bien común) el acuerdo, y los ganadores (generosamente) fueron exonerados de sufrir purga alguna. Ni la policía, ni los magistrados, ni empresario alguno fue llamado al orden o apartado de su función. Nadie fue juzgado y todos siguieron impunes en sus puestos hasta el fin de sus días. Pese a todo, políticos, comunicadores y el mundo en general, está de acuerdo en que La Transición fue un éxito. Un éxito conseguido entre todos. Y puede ser  verdad. Al menos, si atendemos al viejo argumento de que “El fin justifica los medios” La Transición fue un éxito. Lo malo, conviene recordarlo, es que ese argumento tiene un claro trasfondo fascista. El problema es que ese final feliz se consiguió, otra vez, a costa de los mismos. De los derrotados, de los humillados, de los que le costó Dios y ayuda superar tanta obscenidad.
Ahora, después de 40 años de dictadura, y después de otros 40 desde La Transición, vemos que lo de La Transición fue una milonga muy bien montada. Un cuento chino, o si lo prefieren, otro cuento del prolífico cuentista que fue Calleja. Porque, a La  Transición, esa tarea inacabada, le queda mucho desarrollo todavía. La Transición tiene fallas en el argumento. La Transición tiene fallos en el desarrollo y La Transición está a medio camino del final. Es tiempo ya de que los vencedores habituales, los reconvertidos a la  fe de la nueva democracia, acepten, por el bien de todos (igual que antes hicieron los otros), las nuevas normas que demanda el ciudadano y concluir la tarea de La Transición de una dichosa vez. Harían bien, por la búsqueda de la concordia y por el bien común, en aceptar lo obvio. Estaría bien que los adictos que todavía quedan poseídos por el espíritu del zombi del abuelo Paco, el exagerado general, Caudillo por la gracia de Dios, aceptaran la realidad, pasaran página y avanzaran pantalla en este juego democrático que tenemos entre manos. Al fin y al cabo, sólo se les pide lo mismo que se les pidió antes a los otros. A los vencidos, a los humillados, a los arrinconados. Se les pide que dejen de dar la murga. Si aceptan, a lo mejor, dentro de otros 40 años, y con un poco de  suerte, podamos dar por finalizada de verdad La Transición. Será ese momento, el día que llegue, que llegará, en el que alguien podrá escribir un libreto que ponga en valor esa ópera nacional titulada La Transición. Mientras tanto, el español tendrá que conformarse con el género chico, y seguir soportando este cambalache en el que los herederos de Franco son los protagonistas en esta zarzuela conocida por todo el mundo como La Transición.

Los partidos pesadilla.


A mí me vais a disculpar, pero os pregunto una cosa: ¿si afirmo que las fuerzas políticas de este país son una mierda, qué estoy siendo populista o realista? Y que conste que no me gustaría ser ninguna de las dos cosas. Más que nada por aquello del que dirán. Populista, ¿del Partido Popular? Ni harto de güisqui. Realista, ¿del Real Madrid, de la Casa Real? Ni sonámbulo. Pues, lo cierto es que lo afirmo. Las fuerzas políticas de nuestro país son una mierda. No se salva ninguna.
El PSOE es un partido de mentirosos profesionales. Han alcanzado tal grado de profesionalidad que mienten hasta en las siglas. Además, sufren de bipolaridad. Son republicanos que defienden la monarquía. Por tanto, el PSOE es un partido de diván. Igual que los del PP. También denominado el partido-empresa. Presumen de Populares. 900.000 mil afiliados falsos dan mucha popularidad. Tienen un líder listo, hace media carrera en siete años y la otra media en cuatro meses. Raro. Y como Secretario General, el listillo, ha situado a un campeón mundial. Sí, de lanzamiento de hueso de aceitunas. Olímpico no es, pero todo se andará. Por si no lo sabéis, Casado es tan moderno como Aznar. Sí, ¿no os acordáis de Aznar? Efectivamente, el que le puso el culo de los españoles a disposición de George Bush II. Para lo que gustara. Otro moderno. Señor de las flexiones. Claro que, después viene Rivera. Por cierto, ¿Rivera no os parece Casado? Se parecen hasta físicamente  y proponen las mismas cosas. Eso sí, Casado lo hace con el desparpajo del que se sabe máster por Harward-Aravaca, sección Cifuentes varias. Casado aspira a que sólo roben los suyos y a que los demás hagan la vista gorda o, en su defecto, que roben poco. Lo que quiere Rivera es una entelequia. No lo sabe ni él. Girauta tiene una idea.  Un día quiere una cosa y al siguiente la contraria. En lo que coinciden ambos, Rivera y Casado, es en el personal que administran. Suelen ser profesionales de la política y, en el mejor de los casos, abogados del Estado interesados en medrar a costa de lo que sea. Y después vienen los de Podemos. Un partido, o lo que Podemos sea, cercado. Lleno de contradicciones y corrientes internas. En el que confluye todo y nada. Sin ningún campeón en el arte de escupir huesos de aceitunas, pero con verdaderos maestros en el arte del escupitajo. Los reyes del lapo. La auténtica izquierda de este país. Esquizofrénica, fuera de la realidad y dando tumbos. Pactando con la derecha, con el PSOE, y perdiendo después el compás justificando lo imposible. Y me pregunto yo, ¿la gente honrada, trabajadora, atea, republicana, la que cree en el derecho a decidir de todos los pueblo, a qué partido vota? Y que conste, la pregunto es meramente retórica.

La tribu de los gallegos.



Ayer fue Santiago apóstol, patrón de España. Día de la patria gallega. El día principal de las fiestas de mi aldea, de Cereixo. Sin embargo, no lo celebré. Al menos, no al uso. No estuve en la “manifa” de Santiago, tampoco fui a la aldea y no viajé más allá de la frontera gallega a ver cómo celebraban los españoles la festividad de mi patrón. Porque mi patrón no es sólo mío. Es de todos los españoles. Incluso de los gallegos con arrestos y cara dura para insultar a los que no tienen la suerte de ser como ellos, gallegos, y se tienen que conformar con ser españoles. O lo que es peor, de insultar a otros que siendo gallegos, igual que ellos, se creen en la obligación de defender primero lo de fuera y después lo de aquí. Santiago apóstol, pese a quien le pese, es el patrón de todos. De todos los españoles y patrón de la patria gallega. Lo uno puede convivir  con lo otro y lo otro con lo uno. 1.000 años de colonización demuestran que el olvido es común en todas las especies. Sí, porque llega un tiempo, después de mucho, mucho tiempo, en el que todo el mundo se acostumbra y se adocena a lo impuesto. Ya ni nos damos cuenta. Somos víctimas de una colonización muda y grata para muchos  todavía hoy en día. Protestan los de siempre. Los nacionalistas, los que siempre llevan la contraria y los que se creen en uso de la razón. Protestan los habituales. Galicia es una arcadia invadida. El sueño de Breogán y el paraíso en la tierra, dicen los que han viajado más bien poco. Un lugar en el que algunos lugareños desprecian su idioma y lo creen inferior, de la misma manera que creen que es inferior todo lo gallego. Son los acomplejados, los meapilas, los que se le llena la boca con frases chorras que nada dicen como “poner  en valor” o cosas así. Son los renegados. Los que no aceptan lo que somos,  ni como somos. Los que reniegan. Los que se creen mejores. Y lo son, aunque no lo parezca. Son mejores imbéciles, con la capacidad de raciocinio de los protozoos y prescindibles siempre. Son los que no aportan nada. Los que no tienen humor. Los que viven con permanente acidez estomacal. Sí, porque en Galicia hay mucho caníbal. Caníbal del urbanismo y también caníbales del pensamiento único. Caníbales con bandera estrellada que se creen con derecho de emisión de carnet de buen gallego. En Galicia, igual que en todos los lados, hay gente equivocada. Gente ociosa, desocupada, con ganas de tocar la gaita y con muchísimas ganas de chillar aturuxos. Personas dedicadas a negar la realidad y a protestar por lo obvio. Y lo mejor sería aprovecharse. Aprovechar que somos distintos y recalcar la diferencia. Mostrar al mundo nuestra creatividad y presumir de nuestras miserias. Hacer rutas para enseñar nuestra creatividad. Y así, entre fiesta de exaltación de algún producto local y verbena con orquesta desatada, hacer  rutas que muestren nuestros logros como aborígenes y mostrar a los turistas el buzón microondas, el cierre de finca somier o la antena parabólica paellera. Paseo de catástrofes, ruta 1. Si a eso le añadimos nuestro desaforado gusto por la arquitectura made en “ti vai facendo” y coronamos nuestras casas con una bandera de laurel, cosa que indica que la vendimia ha sido hecha, y dedicamos el bajo a poner un “furancho” y a dar tortillas a los que se vayan acercando, y nuestra inveterada costumbre de rapar crines a las bestas, de bajar en kayak por los ríos, de tirar bombas de palenque y de entregarnos a la alborada como forma de despertador, estaremos en condiciones de asumir que somos gallegos. Mientras tanto, lo suspendidos en tan sencillas asignaturas quedan a la espera de aprobado. Son gallegos por CCC, estrellado o de alguna variante desconocida. Todos los años se descubren nuevas especies de gallego. Los hay incluso de laboratorio. De tal forma, que mientras no recapacitemos en lo que somos, no lo asumamos y no lo cambiemos, los gallegos sólo seremos otros aborígenes colonizados que ni siquiera nos damos cuenta de lo mucho que llevamos tomado por el culo.

Casado, el Risitas.


Hay cosas que estando fuera no se entienden. Por ejemplo, si vives en Finlandia, ese país que nos venden como el que más felicidad aporta a sus ciudadanos, y ves que los del Partido Popular nombran presidente a un jovenzuelo que no para de reírse te preguntas, ¿y de qué se ríe, el muy fulanito, si no es finés? Normal. Yo también me lo preguntaría. Pero, como no soy finés, pues no me lo pregunto. Claro que si has visto el vídeo de Rajoy, haciendo de esfinge, acompañado de Casado el Risitas te das cuenta de lo que le pasa al chavalote. ¡Jopetas, lo acaba de conseguir! El empollón de Aravaca se ha hecho presidente utilizando el plan Pond`s presidente en 7 días. ¿Os acordáis? ¡Qué tersura! Este chico es el rey de la velocidad. Fernando Alonso, tiembla. “No me llames Casado, llámame Rápido”. Frase de actor de espagueti western de Almería. Aprueba varios cursos de una carrera en un cuatrimestre. Colecciona másteres y cabezas de Soraya´s adornan las paredes de su despacho. Y todo con una sonrisa. A partir de hoy el mundo está a salvo. El Armagedón se aplaza hasta pasado mañana. La memoria de Aznar vuelve a cabalgar. Las armas de destrucción masiva vuelven a los despachos y la hierba ha dejado de crecer. Los hunos tienen nuevo rey. Tiembla Finlandia. Se acabó la tontería. Casado va a hacer de España un país de fineses. Vamos a ser todos felices. Si lo dice él y el economista iluminado que llevan todos los Casados en la mochila, la cosa es inexorable. Es más, lo van a hacer por el método de siempre, pero con mejores resultados. Y para ello empiezan por hacer lo habitual: anunciarlo. Dicen estar actualizando el viejo mantra “hacer más con menos”. Ofrecen: rebaja de impuestos y una ronda de arcadias a la finesa. O sea, lo de siempre. La redundancia vende. Las gaviotas que engordan con mierda de finés amenazan con actualizar a la tribu de los carpetovetónicos. Y así, en este panorama desolador, viendo como la santísima trinidad política que es Casado, Rivera y Pedro se apresuran a transmutar el plomo en oro y al español en finés, conviene que no nos olvidemos los ciudadanos abocados a tanta bipolaridad que la pandilla de cantamañanas que alardeaba de conseguir tales proezas fueron declarados en el siglo XVIII eso: cantamañanas. Lo saben hasta los españoles. Claro que aquí, en Finlandia, aún andamos por la Edad Media y Casado el Risitas acaba de  iniciar su andadura como sacamuelas profesional. Por tanto, bacinilla de color para el ganador.

Cromos y mentiras.


Los límites de la manipulación del Estado son infinitos. Nuestros políticos, sabiéndolo, planifican estrategias, encargan campañas de marketing y hacen encuestas para hacernos creer que están preocupados por el bien común. Y pudiera ser, pero los hechos demuestran que no. Están preocupados y ocupados por lo suyo, por mantener las apariencias y por mantener su status quo.
   Tal es el grado de intervención que los ciudadanos, a menudo, ni siquiera somos conscientes de lo manipulados que estamos. Y esto sucede a través de la prensa (ahogada en sus penurias), de la televisión pública (siempre al capricho del gobernante de turno) y por los medios de comunicación privados dedicados al engorde del merluzo, y en tratar a sus ninis de plantilla (léase niños Pantoja y demás engendros) como si fueran personajes dignos de alguna relevancia.
   La última campaña de marketing se basa en lo de siempre: una de cal y toneladas de arena.
   La de cal: exhumar los restos de Franco. Es de imaginar que también los de José Antonio.
Se constata que durante los últimos 40 años no hubo presupuesto o gana alguna de hacerlo. Se constata la desidia y la anormalidad sistémica de nuestros gobernantes.  
   La arena.  A cambio de tan generosa dádiva nos piden confianza, fe ilimitada en sus actos y más impuestos.
Estamos ante el cromo más caro de los últimos 40 años. Lo que debería ser gratis lo pagamos en transparencia, en leyes que se prometieron derogar, en continuar viendo que las cosas se quedarán como estaban. En que la lucha contra el fraude fiscal se seguirá perpetrando contra los habituales, y que el asunto que afecta al Jefe del Estado no va a  ser investigado, ni que ninguna lista de amnistiados fiscales va a ser publicada. Se constata que, hemos cambiado de perro, pero que el collar antigarrapatas es un fraude. Siguen donde siempre.
   Se amparan, entre otras cosas, en lo habitual: la legislación vigente. Utilizan a los “expertos” como muñidores y los envían de gira por el territorio nacional a contar mentiras. Nos informan de esa extraña legislación que permite publicar listas de morosos, pero no listas de amnistiados. Nos hablan de legalidad los que escriben la legalidad. De esa extraña y farragosa legislación, contradictoria, que ellos han creado y que utilizan como arma arrojadiza.
   Resumiendo: seguimos con la misma gaita pese a haber cambiado de gaitero. Con el mismo perro que, aunque de otra raza sea siempre será lo mismo: mordedor. Seguimos en lo de siempre. Mentiras, promesas incumplidas. Más impuestos, nuevos brindis al sol y con la excusa de una exhumación mantienen la barra libre de mentiras marinadas con irresponsabilidades diversas. Lo habitual. Siempre a costa del dinero del contribuyente y en último término a beneficio de un real emérito semoviente.



Abogados espontáneos.


  Si algo no puedo comprender es a los abogados defensores de los corruptos. Y que conste, no estoy hablando de los profesionales. A esos, los comprendo. Cobran por ello, hacen su trabajo y punto. Me refiero a los otros. A los espontáneos. A esos, que aun siendo frecuentemente gente normal, con trabajo anodino y con familia, creen su obligación defender al Jefe del Estado, a los corruptos de la política y a todo aquel que ostente poder. Me pregunto, ¿qué se creen que defienden? ¿Acaso creen estar defendiendo al Estado? También me pregunto, ¿no se les pasará por la cabeza, tal vez, que flaco favor le hacen al Estado y al interés general la defensa a ultranza de estos personajes? Pues, no. Parece ser que no se preguntan nada. ¿Para qué? El Estado, según ellos, siempre tiene la razón. Aunque el Estado sea injusto, aunque  el Estado proteja corruptos, aunque el Estado se use como arma arrojadiza. El Estado siempre tiene la razón. Es como en los malos ejércitos. Artículo 1: El jefe siempre tiene la razón. Artículo 2: En caso de que el jefe no la tuviere se aplica el artículo 1. Fin de la controversia. El reino de las amebas está entre nosotros. La gente no se cree lo que revela alguna parte de la prensa. La gente no se cree que los políticos cuando roban, les están robando a ellos. La gente entiende como “normal” que los que nos gobiernan gocen de derechos vetados al ordinario ciudadano. La gente es así. Es eso y lo contrario. Incrédulos, permisivos y torquemadas. Todo a la vez. Tan exagerada es la cosa que los hay capaces de ser todo al mismo tiempo. Y no son pocos. Hablo de esos que se declaran republicanos, pero que cuando alcanzan el poder no hacen nada para abolir la monarquía. Ni siquiera plantear un referéndum. Ocupados como están en practicar el postureo. O esos otros, tan populares como ladrones y que gustan tanto a los sensatos pensionistas que los votan. Ya me gustaría saber por qué. Aunque, quizá sea porque estos ateos de la realidad (los votantes), los que nunca quieren que se investigue nada ni a nadie, están más cómodos llevando vida de amebas delante del televisor viendo como personajes chuscos, en algunos casos de tercera, roban a manos llenas y de propina a ellos les dan lecciones de leal y recto proceder. Es para mí un honor y una satisfacción…
Y tanto que lo debe ser.

El emérito golondrino.


   Ni siquiera es una sospecha. Es una realidad. La amiga, antes entrañable, ha hablado y ha puesto negro sobre blanco lo que ya sabíamos todos. El Rey emérito es un jeta. Un tipo que no distingue  lo legal de lo ilegal, lo público de lo privado, lo moral de lo amoral. Un ex Jefe de Estado ocupado en sus negocios privados y en su bragueta. La mano que meció la cuna en el caso Nóos. ¿O es que alguien, a estas alturas, se cree que desde Urdangarín&Cia hacían algo sin que él lo supiera? Lo sabía. Lo sabía todo. Sus consejeros, sus augures en la sombra eran los que daban las órdenes. Mandaban, disponían y cobraban comisiones para todos ellos. Pese a todo, incluso a las modernidades de nuestra Democracia, el rey es inviolable. No se le puede juzgar por nada de lo que hiciere. Hiciere lo que hiciere. Como si mata a alguien, como si roba España entera, como si miente, como si engaña. No se le puede enjuiciar. Bajo ningún concepto. Una real aberración que los gobiernos de turno (PSOE y PP) jamás se han molestado en corregir ocupados como estaban en sus cosas. Cuestión de prioridades. De la misma forma que, tampoco han encontrado tiempo para devolver los restos del Dictador a su familia. Cuarenta años es poco tiempo para peinar una momia. Y claro, tampoco se han acordado de ilegalizar la Fundación que idealiza la figura del dictador, la del abuelo enterrado en el valle. Al contrario, la han subvencionado. Es el mundo al revés. Es  el timo de la Democracia atada y bien atada que legó el Caudillo en su heredero político que es el Rey. Estamos ante un trampantojo de tamaño sideral. Una entelequia, una adivinanza. Un oro parece, plata no es. Estamos ante un Rey emérito de sí mismo. Caduco y trasnochado. Idealizado hasta el paroxismo por los mamporreros habituales del periodismo. Estamos ante un caradura profesional. Ante la marca España. Ante lo habitual. Pese a todo tenemos que dar gracias. La cosa podría haber sido aún peor. Sí, porque si Franco hubiera tenido un hijo varón, a lo mejor teníamos un Franco. 2. Prueba de ello es que, después de 40 años de dictadura y 40 de supuesta democracia, la caverna sigue entre nosotros. Y si en Corea del norte tienen un enano dictador muy famoso, y de segunda generación, en España podríamos haber tenido a Franco. 2. Versión ultraterrena de la democracia. Esa que a veces parece un chascarrillo. Pero como la genética fue inexorable, los demócratas de nuevo cuño ejecutaron el testamento y optaron por mantener el regreso de la oscura golondrina colgando como un pendón del balcón. Y fue así como el hijo político del aguilucho, un golondrino emérito y campechano, tuvo barra libre para acometer despropósitos a troche y moche.

El valle del abuelo.


   Todo el mundo que escuchó la frase pensó lo mismo. Sin embargo, todo el mundo se equivocó.
   Cuenta la leyenda que hubo un día en que un hombre ocioso levantó el brazo y señalando un lugar en lontananza exclamó presumido: “En aquel valle está enterrado mi abuelo”.
   El pueblo, mísero y esclavo del faraón (supusieron los bienaventurados) contuvo la respiración. Los devotos del sistema que lo escuchaban, que tropel eran, asintieron con la cabeza,  palmearon la espalda del dicente y ponderaron debidamente la memoria del ilustre ciudadano que  aun llevando  siglos muerto tantas obras había dejado. El país lucía calles y estatuas ecuestres que engalanaban su memoria; las placas conmemorativas cantaban sus proezas hasta la extenuación y una legión de adictos vivía entregada a su recuerdo.
   Un poco más abajo, casi a tiro de piedra, otro monumento más antiguo, magnífico y abigarrado albergaba otro osario. También muy venerado. En él, reyes y reinas del pasado estaban enterrados. La memoria histórica rendía rendibú  y pleitesía a aquellos muertos de tanta alcurnia y tan baja estofa. Aun así, el hombre que había dicho  aquello de “En aquel valle está enterrado mi abuelo”, despreciaba todo anterior y posterior porque sí. No abjuraba, ni por un momento, de la memoria de su abuelo. Siempre lo tenía presente. Había sido grande, gobernado sobre millones de personas e impuesto su santa voluntad a todo un país. Bajo su égida, contaba la leyenda, los ciudadanos habían alcanzado paz, habían tenido pan y habían saciado su hambre de justicia. Por lo menos, así lo veía él. Él y millones de acólitos que comulgaban con sus ideas.
   En este estado anómalo de las cosas, a quién le podía extrañar, por tanto, que todo el mundo se confundiera al escuchar aquella frase y que no fueran precisamente pocos los que levantaran la voz para decir: “Hay que ver lo ignorantes que son los egipcios. Mira que tener un valle entero dedicado a enterrar a sus faraones y otro para sus reinas… ¡Qué dispendio!”
   Era el pueblo domeñado el que hablaba.
   3.000 años después no se entendía que aquella gente esclava y mísera consintiera tanto dispendio y tropelía en honor de vulgares sátrapas.
   Estos egipcios no son gente de buena ley, pensaban. No son bien dados. Confunden los términos y venden miserias por grandezas.
   Lo malo de esta historia es que no ocurrió hace 3.000 años. Es peor. Está ocurriendo hoy. Y el que señala con el brazo y muestra un lugar en lontananza no es el nieto de Ramses II. Es  el nieto de un caudillo que una vez hubo en España. Sí, el mismo al que en Cortes cambiaron la prevalencia de los apellidos para mayor gloria del general exageradísimo que fue su abuelo. Uno que bien podría llamarse Francis; uno que nacido hombre mula pudiera ser. Él y toda la cohorte de esdrújulos que hacen de palmeros son los que señalan con el dedo.

Oferta: el PP busca Presidente.


La  “balasera” en el PP no ha hecho más que empezar. Se presentan seis, creo. Nadie los llamó. Pero como son emprendedores, se presentan. Pudieron ser siete, y aspirar a magníficos. Pero como a uno de ellos no lo avalaron ni cien, pues en seis quedó la cosa. De ellos, sólo puede quedar uno. Pese al mal augurio, pronto llegarán las componendas. Y pasará lo de siempre: ellos se lo guisarán, y ellos se lo comerán. Todo. Se trata de salvar la nómina, el momio. La prebenda viene sola. A mí el que más me gusta es ninguno. Pero como ninguno se llama ninguno, y como yo no soy afiliado del PP no tengo que votar por alguno. El mayor se apellida Margallo. Fue ministro de exteriores y en alguno de esos viajes que hacen los que tienen tal empleo, alguien le debió de regalar un libro de citas. Tan es así, que si lo oyes pudiera parecer eminencia. Sin embargo, y si el currículo no miente, sólo fue ministro. Que tampoco es poco. Que le pregunten, si no, a Màxim el Breve por la jeringonza. Otra, Dolores de Cospedal (el de es un ringorrango muy aplaudido por aquellos pagos), es conocida por sus trabucaciones diferidas. Se equivoca, entonces es ella. La pluriempleada. Supuesta esposa de corrupto. Dueña de cigarral toledano. No usa champú anticaspa. La caspa es ella. Después, y aunque el orden de factores no acepte a este producto interior bruto, viene Soraya. Abogada del Estado, duquesa de CNI e hija de uno de los supuestos padres fundadores del GAL. O  sea, hija de Sáenz de Santamaría. Un oso guapo o un hombre feo. Según se mire. DEP. En todo caso, ex Vicepresidenta. “Ahí es na”. Después está el Joserrá. No sé quién es. Queda todo dicho, pues. Y al final, el más joven. El Harward de Aravaca, que de Ávila viene siendo. El más preocupante. Capaz de decir una cosa, la contraria y la viceversa de la versa. Un estudiante fenómeno. Experto en convalidaciones y en sueños americanos a la española. El que parece que tiene la papela ganadora. Lo de siempre, pero elevado al cubo. El que insiste en recuperar al votante de Vox (los ultras de la derechona), y el que quiere arrebatar a Rivera el pódium de las aberraciones. Todos dicen ser de derechas. Eso sí, a la española. Versión catecúmeno. Ni liberales, ni conservadores. Dueños, propietarios, con cigarral en indiviso. Los que siempre prometen lo mismo: hacer más con menos. Los que se lo llevan. Los que consideran que España es su cortijo. Y los que se ven señoritos. Los cañí de toda la vida. Los que se apropian de la bandera  y alardean de España en la muñeca. Los que, si por ellos fuera, España andaría todavía en la caverna. Aunque, lo reconozco, si a Loquillo, un idiota troglodita, quería tener un camión, a mí lo que realmente me apetecía sería tener el libro de citas de Margallo. ¡Qué nivelón! Mucho mejor que El libro gordo de Pepete. En fin,  vamos que nos vamos.