La tribu de los gallegos.



Ayer fue Santiago apóstol, patrón de España. Día de la patria gallega. El día principal de las fiestas de mi aldea, de Cereixo. Sin embargo, no lo celebré. Al menos, no al uso. No estuve en la “manifa” de Santiago, tampoco fui a la aldea y no viajé más allá de la frontera gallega a ver cómo celebraban los españoles la festividad de mi patrón. Porque mi patrón no es sólo mío. Es de todos los españoles. Incluso de los gallegos con arrestos y cara dura para insultar a los que no tienen la suerte de ser como ellos, gallegos, y se tienen que conformar con ser españoles. O lo que es peor, de insultar a otros que siendo gallegos, igual que ellos, se creen en la obligación de defender primero lo de fuera y después lo de aquí. Santiago apóstol, pese a quien le pese, es el patrón de todos. De todos los españoles y patrón de la patria gallega. Lo uno puede convivir  con lo otro y lo otro con lo uno. 1.000 años de colonización demuestran que el olvido es común en todas las especies. Sí, porque llega un tiempo, después de mucho, mucho tiempo, en el que todo el mundo se acostumbra y se adocena a lo impuesto. Ya ni nos damos cuenta. Somos víctimas de una colonización muda y grata para muchos  todavía hoy en día. Protestan los de siempre. Los nacionalistas, los que siempre llevan la contraria y los que se creen en uso de la razón. Protestan los habituales. Galicia es una arcadia invadida. El sueño de Breogán y el paraíso en la tierra, dicen los que han viajado más bien poco. Un lugar en el que algunos lugareños desprecian su idioma y lo creen inferior, de la misma manera que creen que es inferior todo lo gallego. Son los acomplejados, los meapilas, los que se le llena la boca con frases chorras que nada dicen como “poner  en valor” o cosas así. Son los renegados. Los que no aceptan lo que somos,  ni como somos. Los que reniegan. Los que se creen mejores. Y lo son, aunque no lo parezca. Son mejores imbéciles, con la capacidad de raciocinio de los protozoos y prescindibles siempre. Son los que no aportan nada. Los que no tienen humor. Los que viven con permanente acidez estomacal. Sí, porque en Galicia hay mucho caníbal. Caníbal del urbanismo y también caníbales del pensamiento único. Caníbales con bandera estrellada que se creen con derecho de emisión de carnet de buen gallego. En Galicia, igual que en todos los lados, hay gente equivocada. Gente ociosa, desocupada, con ganas de tocar la gaita y con muchísimas ganas de chillar aturuxos. Personas dedicadas a negar la realidad y a protestar por lo obvio. Y lo mejor sería aprovecharse. Aprovechar que somos distintos y recalcar la diferencia. Mostrar al mundo nuestra creatividad y presumir de nuestras miserias. Hacer rutas para enseñar nuestra creatividad. Y así, entre fiesta de exaltación de algún producto local y verbena con orquesta desatada, hacer  rutas que muestren nuestros logros como aborígenes y mostrar a los turistas el buzón microondas, el cierre de finca somier o la antena parabólica paellera. Paseo de catástrofes, ruta 1. Si a eso le añadimos nuestro desaforado gusto por la arquitectura made en “ti vai facendo” y coronamos nuestras casas con una bandera de laurel, cosa que indica que la vendimia ha sido hecha, y dedicamos el bajo a poner un “furancho” y a dar tortillas a los que se vayan acercando, y nuestra inveterada costumbre de rapar crines a las bestas, de bajar en kayak por los ríos, de tirar bombas de palenque y de entregarnos a la alborada como forma de despertador, estaremos en condiciones de asumir que somos gallegos. Mientras tanto, lo suspendidos en tan sencillas asignaturas quedan a la espera de aprobado. Son gallegos por CCC, estrellado o de alguna variante desconocida. Todos los años se descubren nuevas especies de gallego. Los hay incluso de laboratorio. De tal forma, que mientras no recapacitemos en lo que somos, no lo asumamos y no lo cambiemos, los gallegos sólo seremos otros aborígenes colonizados que ni siquiera nos damos cuenta de lo mucho que llevamos tomado por el culo.

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