Yo creo que mi tío
Paquito no se llamaba Paquito. También creo que mi tío Paquito en realidad no
era tío mío. Y estoy seguro de que mi tío Paquito no era obispo.
Porque mi tío Paquito
era cura, o sea sacerdote, y si no recuerdo mal estaba empleado en la hermosa
parroquia de Toba, justo al lado de Cée.
Sin embargo mi padre
insistía en que mi tío Paquito era obispo. Obispo de Mondoñedo. Y como papá no
era un hombre de insistir para una vez que lo hacía tampoco era cuestión de
llevarle la contraria.
Cuando iba a venir tío
Paquito a casa papá siempre me decía:
Pórtate
bien que va a venir tú tío Paquito, el obispo, y a lo mejor te trae una
“hostia” de regalo.
Pese a lo que pueda
parecer papá era un hombre educado, reservado y maestro en el arte del dominó,
deporte éste del que impartía cátedra en el Casino de Cée.
Tío Paquito siempre me
regalaba caramelos que extraía de lo
profundo de su sotana. .Era afable, caballeroso y señor al tiempo que
sacerdote; pero un día alcanzó (a mis ojos) la aureola de santidad y después me
echó el sermón de la montaña:
Germán,
toma cinco duros y ve a dar la tabarra a otro lado.
El tío Paquito se hacía
querer.
Según mi padre, tío
Paquito, además de obispo y amigo suyo, era un hombre muy hombre que gustaba
del vino, el naipe y las mujeres.
Papá, que yo sepa, no
iba a misa, Al menos esa es la idea que tengo, aunque también es verdad que
nunca fui a comprobar el hecho.
Su vida era un estrés.
Entre ir al Casino, volver a casa, comer, hacer la siesta y dormir con mi madre,
papá siempre andaba muy ocupado.
Un buen domingo, harto
ya de que mamá hiciera conmigo el milagro de la zapatilla al descubrir que no
había ido a misa, y enterado como estaba de que papá tenía amigos muy bien
colocados en el escalafón de la curia, solicité su intercesión.
Papá,
¿y tú cómo haces para librarte de la zapatilla de mamá?
Mamá
sabe que tú tio Paquito me confiesa y me da la misa mientras vamos al
Carballino (un bar local).
Ahh…
¿y no podrías pedirle al ti Paquito que intercediese también por mí?
Veremos
cómo te portas.
Y así fue como a los
doce años descubrí la importancia de una buena recomendación.
¡Puede obrar milagros!
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