La mayoría de los
políticos que nos gobiernan jamás han trabajado en la empresa privada. Hablo de
los altos cargos. Pese a ello, ellos son los encargados de poner las bases
jurídicas para que los empresarios creen trabajo. Me descojono. Les debe
funcionar bien el sistema porque, como podéis observar, los más altos cargos de
la Administración una vez que están amortizados en el sector público se pasan a
trabajar en la empresa privada en calidad de Pongos.
¿Pongo? Objeto hortera
y pasado de moda.
Pero, ¿cuál es su
cometido?
Su cometido, aparte de
adornar en los Consejos de Administración, es cobrar por no hacer nada. Esa es
la realidad y eso es lo que mejor hacen.
La cosa resulta rara e
incluso chocante, máxime si tenemos en cuenta que los mayores de cincuenta y
cinco años son incapaces de encontrar empleo, por mucha experiencia que tengan,
en lo que han trabajado toda la vida. Aún así encontrarse con estos mega
fichajes, que nada aportan y que encima sobrepasan la peligrosa edad que debe
ser los 55 para un empresario, es cotidiano e indica la connivencia que hay
entre excelencia y estupidez en este país de demócratas.
Pero la historia de la
incapacidad elevada a la máxima potencia que es la estupidez la podéis observar
en la señora condesa consuerte que es Esperanza Aguirre.
Lo de Esperanza fue de
traca.
Esperanza presumía de
llevar no sé cuántos años, decía que más de treinta, trabajando en el sector
público. De repente una empresa privada la fichó a bombo y platillo como
captadora de ejecutivos. Alharacas, gran sueldo y manos a la obra. A los diez
meses la lideresa fue despedida. Jamás se supo el porqué de su contratación y
nunca se sabrán las razones de su despido
fulminante. ¡Diez meses!. Otra proeza de Esperanza, captadora de
batracios. El caso es que la empresa contratante de la condesa consuerte
decidió prescindir de sus servicios.
Conclusión: una cosa es
trabajar y otra bien distinta vegetar.
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