Cosa rara pero aquella
noche Luciano Del Chato era incapaz
de conciliar el sueño, por eso después de dar innumerables vueltas a la cama se
decidió.
A su lado, su esposa
todavía despierta dio un respingo.
-
¿Adónde vas?
-
A la cocina a tomar una cerveza y fumar
un pitillo.
Se levantó y poniéndose
unas zapatillas y un albornoz de baño, bajó las escaleras.
Cuando llegó a la cocina
se percató del error. Había dejado el tabaco en la mesilla de noche. Se acordó
del refranero: “Quien no tenga cabeza,
que tenga pies”. Se lo tomó con calma, abrió la nevera, extrajo una cerveza
bien fresca y la vertió en un vaso. Dio un trago. Más relajado encontró ánimo
suficiente para volver a hacer el camino de regreso.
-
¿Ya acabaste? Preguntó su mujer en un
murmuro y sin despegar los ojos de la película que estaba viendo en la Tablet.
-
No, me olvidé del tabaco. Vuelvo ahora.
La cajetilla y el
mechero aguardaban por él encima de la mesilla justo al lado del teléfono móvil
apagado.
La agarró, y cuando estaba
cerrando la puerta reiteró a su mujer:
-
Ahora vuelvo.
Salió cerrando tras de
sí. La gata que dormía en un sillón orejero justo al lado de la puerta ni se
inmutó con su presencia.
Recorrió la estrecha
distancia que lo separaba de la escalera abriendo la cajetilla de cigarrillos,
sacó uno, lo olió y se lo puso entre los labios. En ese momento la gata Miss se despertó emitiendo maullidos de
protesta. Se giró al tiempo que iniciaba el descenso, y cuando miró a la gata
sorprendido sus piernas parecieron hacerse un lío. Trastabilló, forcejeó contra
la inexorable ley de la gravedad y perdió. Cayó de cabeza por las escaleras
como un misil.
Y así fue como Luciano Del Chato, que ostentaba hasta ese
momento el dudoso honor de ser el último descendiente de la familia de Los Chatos, con bisabuelo, abuelo y
padre chatos, se convirtió en el más chato de entre todos los chatos que jamás
habían existido. Porque, aparte de desnucarse y pasar a mejor vida, Luciano Del Chato siempre sería recordado en
adelante como un esdrújulo, chato y accidentado al que la falta de sueño le
gastó una jugarreta letal.
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