Ladillas reales.




Durante décadas todos los medios que hay en este país se dedicaron a loarlos y ensalzarlos sin desmayo. Para ello abjuraron de lo hecho anteriormente bajo el régimen franquista y pasaron de insinuar, cuando no a decir, que el Rey era cuasi boso y que no pintaba nada, a publicar sin desvergüenza alguna todo tipo de propaganda para hacer ver al pueblo español la necesidad de una Monarquía restaurada por un dictador.
La inmensa campaña publicitaria hecha por los medios de comunicación funcionó a la perfección.
Para conseguir tal fin tuvieron que ocultar al público las dotes del monarca ahora emérito para la campechanía, y no mentar los negocios que en su nombre, y para su beneficio, hacía su corte de crápulas del entramado financiero.
Después de múltiples correrías por aquí y por allá, después de haber matado animales de todo tipo y después de agotar el catálogo patrio de vicetiples casquivanas, alguien, quizá harto de tanto sindiós, publicó unas fotos del emérito campechano con un elefante muerto y le hizo una entrevista a la cortesana que en ese momento lamía el hisopo del monarca.
De la reina, por su parte, los más esdrújulos, los más pelotas y la división de Jaimes Peñafieles que en este mundo hay, ponderaban su profesionalidad.
Es una profesional, decían a todas horas. Equilibrada, sensata y buena ama de su Real Casa. Todo iba bien. Los que necesitan creer, creían. Todo el mundo se tragaba el cuento.
Pero un día se pasaron de vueltas. Una periodista amiga, del Opues Dei, Pilar Urbano, fue elegida como palanganera mayor del reino, y puesto que tenía experiencia más que contrastada en peloteo y sabía sorber babas ajenas con agrado, la eligieron para escribir un opúsculo de la griega.
Se publicó un libro, se vendió mucho y todo el mundo que quiso, sobre todo los que saben leer y tienen cierto nivel de comprensión, se enteraron de que la reina no era más que una ama de casa, consentidora, cornuda y aburrida que decía estupideces igual que todo el mundo.
Décadas de connivencia de la prensa empezaron a saltar por los aires. De repente empezó el cuentagotas de noticias de la Casa Real, y de la mano de los yernos llegaron más disparates.
Uno parecía tonto del bote, Marichalar, y el otro un listo de todo a cien, Urdangarín. Uno se entretenía combinando rayas con cuadros en su vestimenta y el otro emprendiendo negocios, con el consentimiento del ahora emérito, desvalijar dineros públicos y vaciar huchas de lo más desfavorecidos. Al uno se le juzgó por listo y al otro se le repudió por tonto. Eso sí, España entera asistió al circo de tres pistas en que se convirtió el juzgado que exoneró de toda culpa a la esposa del listo. Y una vez más, en nombre de España y de la unidad de España, los españoles tuvimos que soportar la connivencia del poder con esta familia tan caótica como desestructurada.
Y siguieron a bingo:
Los mamporreros, quiero decir los periodistas, siguieron practicando la connivencia ahora con distintos argumentos. De Campechano pasamos a Preparado y de Jroña que Jroña pasamos a Plásticos Ortiz. Otro nivel de modernidad.
Pero como la evolución de esta especie nunca cesará hasta que no los llevemos al precipicio del exilio o hasta que encuentren su Ekaterimburgo particular, cosa ésta bastante improbable teniendo en cuenta que afortunadamente este país está lleno de mansos, ya están preparando a dos niñas desde su más tierna infancia para que cojan el testigo, y aleccionándolas para que nos den lecciones de mamarrachería con fundamento sobrado.
En definitiva: todos ellos son material obsoleto y amortizado.
Viven a cuerpo de rey, nunca mejor dicho, y cobran un pastizal por hacer lo mismo que se supone hacen las ladillas.


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