Leía ayer en la página
asocial ésa que es Facebook comentarios de todo tipo sobre las diversidades del
momento.
La mayoría, entre
colgar memes, power points y elucubrar chascarrillos sobre esa fuente
inagotable que es Cristina Cifuentes se conforma.
Sin embargo, y como
España es un país donde se le cantan corridos de exaltación a los corruptos,
los temas duran poco. Siempre hay gente dispuesta a coger el testigo y a echar
por tierra lo anterior. Y fue así, como una vez más se cumplió esa ley
inexorable. Al rescate de la cleptómana, cayo malayo en másteres, acudió un
trío de magistrados dispuestos a marcarse un corrido desafinado.
Fue entonces cuando
florecieron las amebas, cual si fueran flores, dejando un reguero de opiniones
a cada cual más exuberante.
Los hubo de corte
chabacano, insultante, amenazador e incluso algunos simplemente delictivos.
Un señorito, sin foto
de perfil y nombre falso, forma ésta que tiene de escurrir el bulto el hijo de
puta común, decía que no había derecho a que condenaran a tres pobres chicos
por un polvo de una noche. A lo que un replicante replicaba que era verdad, y
se unía al comentario con vehemencia: ¡no hay derecho!
Decía otro, del sector
ameba ilustrada, que los profesionales, los magistrados, si habían sentenciado
lo que habían sentenciado habría sido por algo. Que ellos tendrían razones que el
vulgar de las personas no éramos capaces de entender, y que había que ponerse
en sus pellejos y darse cuenta de que un Magistrado toma sus decisiones en
aplicación de la Ley, y que los ciudadanos no estamos preparados, ni tenemos
idea de leyes y que no somos quienes para poner en solfa sus decisiones.
Sinceramente, a mí el
botarate común, el que ni se atreve a poner una foto en su perfil, el
delincuente, no me interesa. Siempre hubo, hay y habrá gente así.
Tampoco les debe
interesar a los de la Fiscalía que, estando ocupados como están persiguiendo
raperos, no hacen nada por librarnos de
esta plaga cibernética de hijos de puta.
Me preocupan los
segundos, las amebas ilustradas.
Me ocupa esa gente que,
pareciendo suficientemente bien formada, deforman la realidad y la acomodan a
sus intereses.
¡Son peligrosos!
El lector puede caer en
la tentación del argumento y desatender lo obvio por lo absurdo.
Y es que, lo vemos a diario, se puede ser
licenciado, doctorado, tener veinticuatro másteres, hablar setenta y cinco
idiomas, y ser gilipollas. Vale, admito gilipollas como animal de compañía. A
cambio estoy dispuesto a combatir a ese gilipollas que, dando un paso al frente, se
postula para hijo de puta amparándose en la libertad de expresión y el derecho
al pensamiento.
Tolerancia cero. No es
no. Siempre.
Además, por esa regla
de tres, y si hiciéramos caso a esos desgraciados, amigos de justificar lo
injustificable, ¿cuál sería el siguiente paso, loar a Franco, a Hitler, a
Stalin…?
Cuando veamos algo así
lo que hay que hacer es denunciar.
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