Viendo su natural tendencia a la indolencia el padre le dio
un consejo: “hijo, hazte funcionario”. “Al fin y al cabo, siguió reflexionando
en voz alta, tienes apellido de funcionario, García, y un buen García, un
García de provecho siempre tiene un gran porvenir en la Administración.
Persevera. Seguro que con tesón llegas a Jefe de Negociado”. Y qué se le va a
hacer… García se hizo funcionario para
no desairar a su padre de apellido Fernández.
Cuando tomó posesión García recibió su primer consejo: “haz
algo, García, mueve papeles. Iniciativa, García, siempre iniciativa”.
García había aprobado la oposición por el turno restringido.
Le computaron sus años indolentes, y
tuvieron en cuenta su dominio de las lenguas muertas, en concreto la de
Viperino, que dominaba a la perfección, estaba muy solicitada.
Pero, García, no sabía que hacer. Tampoco sabía por dónde
empezar la labor ingente que conlleva el trabajo de funcionario. Se acordó del
consejo recibido, y después de tres meses de mover papeles encontró la mejor
manera de aliviarse de tanta tarea ingrata. Iniciativa. Hizo una enorme pira
con papeles, legajos y documentos, prendió un fósforo e hizo una hoguera digna
de un San Juan festivo. Después, y como ya era veterano en su negociado, le echó
la culpa de todo a Ferreiro, otro compañero con el que compartía habitáculo y
Olivetti.
Ferreiro se portó de forma desconsiderada con García el día
del careo para esclarecer los hechos. Lo negó todo. “Es imposible que fuera yo,
le dijo al Subjefe de Asuntos Extraños (el titular se encontraba en paradero desconocido.
Por cierto, un destino muy solicitado), todo el mundo sabe que yo hace siete
meses que no aparezco por la oficina. Estoy ultimando unas gestiones” “¿Qué
tipo de gestiones está usted haciendo, Ferreiro?”. “Mire, don Subjefe de
Asuntos Extraños, reverenciado señor de López, yo no es que no quiera
contestarle, es que no puedo. Sólo le diré que son de índole tan secreta, que
son secretísimas. “De acuerdo, Ferreiro, queda usted exento. Enhorabuena, se
explica usted muy bien”.
Los dos, Ferreiro y el Subjefe, miraron entonces para García,
inquisitivos. Y bien, García, ¿tiene usted algo más que añadir? García se tomó
su tiempo, caviló y dijo: ¿y bien? Pues entonces, gracias. No tengo más que
añadir en mi descargo. A las pruebas me remito.
El Subjefe fue magnánimo y salomónico, García, fue
entusiastamente felicitado, palmeada convenientemente por la espalda, y después
de escuchar las lisonjas de todo el departamento se decidió darle una comida de
desagravio. A escote. A los postres le regalaron una bandeja de plata de ley
con unas sentidas letras grabadas. “Al compañero García, todo un ejemplo. Un
pundonor, un referente, un espejo para generaciones futuras”.
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