EL PERRO DE SAN ROQUE.

Por casualidades del destino hasta mis manos ha llegado la revista Perros, gatos & peces. Se trata de una publicación quinquenal, editada en offset, con fotos de altísima calidad, y con unos textos que no quedan a la zaga.
 En el primero y hasta ahora último número, firma un artículo bajo el nombre de Áine Gutiérrez, seudónimo de la muy conocida amante de la fauna, de origen  irlandés, Caitríona O`connor.
 Para asombro de los afortunados lectores que lo hemos leído, Áine o Caitríona, como prefiráis, vuelca toda su magia literaria, y sale en defensa de la muy noble causa que también defiende la Plataforma Contra el Ninguneo, conocida popularmente por las siglas PCN.
Dicha plataforma lleva años llamando la atención y reivindicando la tesis de que algunos animales además de sufrir de maltrato, desidia y abandono; también sufren de ninguneo. Como prueba exhibe argumentos y nombres de animales, que han sufrido de la desidia del ninguneo a lo largo de la historia.
 El artículo, interesantísimo, rescata el nombre de uno de ellos. Más concretamente el nombre de un perro, del perro de San Roque.
Se pregunta Caitríona o Áine, como gustéis: ¿alguien se acuerda de cómo se llamaba el famosísimo perro de San Roque? Aunque, sin duda el afán de la pregunta queda en lo retórico me descubro respondiéndola. No, no lo recuerdo; es más, no lo sé.
Pues he ahí la cuestión, argumenta la irlandesa. Todo el mundo se acuerda de San Roque, sin embargo nadie es capaz de decir el nombre de su chucho. Una afrenta más, porque fue un buen perro, fue un animal de compañía que sufrió vejaciones, iniquidades e incluso amputaciones.
 Está documentado que su amo trabajaba en la Ermita de San Roque como santero, y que hasta ese lugar sagrado acudían los fieles en busca de remedios diversos.
 Corría el año 1885, una epidemia asolaba aquellas tierras cuando el santero tuvo la ocurrencia de elaborar unos polvos que después vendía a los feligreses que allí se aproximaban a orar. Este producto se obtenía de una mezcla eficazmente trabajada en la que el susodicho no había escatimado en raspaduras de rabo del perro. Como consecuencia de tan estupendo negocio el animalito fue quedando sin rabo. Pero, como las desgracias nunca vienen solas, un día se presentó en la ermita Ramón Ramírez. Compró una dosis de la pócima, y como ésta no le causó el efecto deseado, se vengó en el perro.  Nació la leyenda: el perro de San Roque no tiene rabo porque Ramón Ramírez se lo ha cortado.

 Termina la estupenda y breve reseña haciendo un alegato encendido en el que defiende que la población en general debería tomarse más tiempo para rescatar causas injustas del olvido, y repararlas a conveniencia. En este caso la solución es simple, remata: el perro se llamaba Melampo. 

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