Acabo de leer un artículo
sobre el aquelarre ese famoso que se traen con la búsqueda de los huesos de
Cervantes, y sinceramente no me he enterado de nada de lo que me importaba,
pero, eso sí, mi léxico se ha agrandado de forma notable. Porque hay que ver que
palabras, qué cosas y cuánta tecnología tenemos. Jesusito de mi vida, qué
ignorante soy. Para que os deis cuenta. El supuesto sarcófago se encontró muy
carcomido por la humedad y los xilógrafos. ¿Xilógrafos? No puede ser. Un
xilógrafo, compruebo en google, es una técnica de impresión con plancha de
madera. Vuelvo a leer. Xilófagos. Claro, no es lo mismo. ¿Y qué es un xilófago,
aunque lo presumo? Efectivamente, un insecto. O sea, estoy leyendo algo serio
porque cuando un articulista escribe tecnicismos es que el asunto es serio. A
partir de ahora leeré con más atención. Y si no, capón. Uy, perdón. A ver si me
voy a traumatizar y luego de mayor ando buscando restos. Sigo. El médico
forense, Francisco Extebarría, movido por la prudencia no se atreve todavía a
asegurar de manera incontestable que los restos óseos hallados dentro del
féretro pertenezcan a Cervantes. Bueno, es una forma de escribir. Y que conste
que Francisco, al que alguno llamará Paco, hace bien en ser prudente. La tapa
pone M C, pero precaución, puede ser Mari Carmen. Hay que ser cauto, y por eso
en el primer momento, continúa el articulista, introdujo un estilete rematado
con una micro cámara en el interior de una de las sepulturas cuya erosión
permitió eludir su perforación. O sea, había un agujero. Pequeño, pero burato
de rato. Se detecto en el interior la presencia de material osteológico. Qué
raro, ¿no? ¿Huesos en un ataúd? Raro, raro. Pero, estos huesos no presentaban
lo que los forenses llaman posición primaria. Y aclara, es decir: exentos e
individualizados sino que los huesos se hallaban mezclados con otros, con toda
probabilidad huesitos infantiles. Conveniente es saberlo. MC está enterrado con
un niño al que en adelante llamaremos el párvulo. Estos huesos más pequeños se
encontraban a los pies del féretro. La euforia se adueño de los investigadores.
¡Eureka! ¿Abrimos el cava? A 4,80 metros bajo la cota del suelo, sudando, es un
suponer, había más de una docena de investigadores en ese momento. No lo abrieron,
aunque no les habría ido a mal. ¡Qué calor! Prudencia, decía Paco. Ver a tanto
investigador reunido hizo sospechar que habían encontrado algo relevante.
Efectivamente, habían encontrado a el párvulo que no buscaban. Por cierto,
párvulo era como se denominaba en el siglo XVII a los niños bautizados menores
de siete años. Lo dice el articulista, a mí que me registren. Los trabajos de
arqueología y medicina forense se enfrentan ahora al examen detallado de los
restos encontrados. Tratarán de encontrar coincidencias con la osamenta de Cervantes.
Atrofia ósea en los huesos del metacarpo de la mano izquierda. O sea, era
manco, o restos de impactos de pelotas de arcabuz en el esternón; aunque
advierten que al ser el esternón parcialmente cartilaginoso la cosa será
difícil. Vaya, qué contrariedad. Pero, no nos desanimemos porque hay dos datos
anatómicos más que pueden guiar a los forenses y a los arqueólogos, porque tras
la detección inicial del georradarista (¡carallo, qué nivel Maribel!) Luis
Avial, la cosa estaba más clara. MC tenía 68 años cuando murió. Sólo le
quedaban seis piezas dentales, por tanto estaba desdentado, y una artrosis
deformaba su columna vertebral. El pobre estaba hecho un cromo, vamos. Secuelas
de Lepanto. Y como a concienzudos a estos investigadores no les gana nadie también
van a analizar la madera del ataúd, y los restos textiles del sudario
franciscano con el que fue enterrado, porque, y esto es importante, Cervantes
se había unido a la venerable Orden Tercera poco antes de su muerte.
Y me pregunto yo después de
haber leído todo lo anterior. ¿Para qué demonios andarán ahora buscando los
restos de Cervantes? ¿Qué quieren hacer con ellos?
Y una cosita más,
irrelevante como todo lo anterior: ¿porque no dejáis a Cervantes en paz, coño?
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