Wenceslao recordaba que
desde que tenía uso de razón siempre había tenido una ilusión: ser cartero. Se
armó de paciencia y esperó años, y años a que la Administración convocara
oposiciones al Cuerpo de Correos, hasta que un buen día se enteró, por la prensa,
que habían sido convocadas trescientas veintiocho plazas. No perdió tiempo.
Pagó las tasas y preparó concienzudamente los exámenes. Aprobó. Pero su
sorpresa, y la de trescientos veintisiete más, se empañó repentinamente. El
Cuerpo de Correos decidió inopinadamente, y de forma unilateral, que aquellos
de los trescientos veintiocho que quisieran ser carteros tenían que pasar otro
examen, y que en caso de no superarlo con éxito, en vez de carteros se
dedicarían a cubrir las plazas de administrativo vacantes. Otra vez se
volvieron a presentar los trescientos veintiocho al examen sorpresa. GPS Humano
2, Level 10. El que superara la prueba ingresaría en el batallón de carteros.
Suspendió. Su gozo en un pozo. Pero, Wenceslao era tenaz. Incluso se podría
decir, sin caer en la exageración, que Wenceslao en vez de caer en el desánimo,
cayó en la exageración. Tomó posesión, y a los treinta días, con el estrés de
sellos urgentes, certificados, paquetes, y cartas con acuse de recibo, tuvo un
brutal acceso de caspa. De su abundante cabellera caía caspa sin cesar. Caspa y
más caspa. Sus compañeros se mofaban, hacían chistes a la hora del café, y
cuando alguno de ellos se dirigía a Wenceslao en tono de chanza, Wenceslao
siempre contestaba lo mismo: no es caspa, cáspita. Es maná. Lo repetía una y
otra vez: es maná, veis es maná, y se metía la caspa en la boca. Tantas veces lo dijo, que sus compañeros incluso llegaron a regalarle un CD de Maná, por supuesto,
pirateado. Hay que comprenderlo y hacer uso de la empatía en estos casos. El
sueldo del Cuerpo de Correos no da para más.
Al poco tiempo llegó la
crisis, los salarios fueron recortados, las pagas extras suprimidas y todos
empezaron a pasar necesidades. Y fue entonces cuando todos se acordaron de
Wenceslao. Y es que Wenceslao sería merecedor de una estatua o al menos de una
bandeja de plata de ley, porque gracias a él y a su maná comieron de forma
abundante y regular. Lástima que entre los otros trescientos veintisiete que
aprobaron las oposiciones no hubiera alguno que orinara pepsicola, aunque se
sabía que los había que meaban colonia. Lástima y pena, porque el menú hubiera
sido completo.
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