Cuando vi la tangana
que le habían organizado a Felipe González y a su fiel escudero y socio Juan
Luis Cebrián, me prometí a mí mismo hablar, escribir, de ello. Luego se me
pasó. Pero cuando vi el vodevil que montó la prensa a propósito de la cuestión
me dije, otra vez, a mí mismo, no lo hagas. ¿Para qué? Ellos siempre tienen la
razón, y los que no están de acuerdo son tildados de anti sistemas cuando no de
cosas peores como antidemócratas o más directamente de fascistas.
Sí, fascistas. Porque
en este patio de comadres en el que vivimos el que protesta, aunque sea
legítimamente, es tildado siempre así: fascista.
No se tienen en cuenta
ni los hechos ni las circunstancias. ¿Para qué? Los periodistas fueron los
inventores de aquello de aquello que reza no
dejes que la verdad te estropee una noticia. Y claro los inventores de la
máxima no van a cejar jamás en su empeño, y prueba de ello es que la deriva
personal de Felipe González es ocultada, en la medida de lo posible, por
periodistas como Juan Luis Cebrián que siempre están a la que salta y cara al
sol que más calienta.
Oyéndoles hablar
cualquiera podría creer que la democracia la inventaron ellos. Y si bien es
cierto el mérito que ambos personajes tienen en la historia de España, y en su
desarrollo, también es cierto el demérito que ambos tienen en el ocultamiento
de la verdad. Y la verdad es cal viva. La verdad es Lasa y Zabala. La verdad
que explica el presente está en el pasado. La verdad son los muertos causados
por una banda de “chapuzas” contratados para la ocasión.
Amedo, ese matón de
medio pelo, que era subinspector de policía cuando le encomendaron misiones de
matarife Filemón, podría dar cuenta de ello. Es más creo que incluso escribió
(o le escribieron) un libro sobre el tema titulado Cal viva, aunque bien lo podía haber titulado como Historia de una chapuza.
En el apunta
directamente a Felipe González como señor X. Sin embargo, ni Cebrián ni todos
los Cebrianes que este país son, y que no son pocos, prestan atención alguna ni
dan pábulo al matón de chichinabo. Al contrario, si os fijáis un poco, tampoco
hay que esforzarse demasiado, cuando una persona, por la razón que sea, se
revuelve y muerde la mano que le da de comer, desde el poder siempre siguen el
mismo manual: campaña de desprestigio.
El manual funciona.
Prueba de ello es que el afectado o afectados queda neutralizado, y para
conseguirlo utilizan siempre los mismos argumentos: es un botarate, está
condenado por no sé qué, el testimonio de un delincuente no ofrece ninguna
credibilidad, es un borracho, es un putero, es un drogadicto, mira cómo se
viste (el yonqui del dinero)… y cuela. Siempre cuela.
Aunque, en honor a la
verdad, también hay que decir que Amedo antes y la recua de presuntos de ahora,
también colaboran y lo ponen a huevo porque saben que en el último momento “alguien”
les va a ofrecer un acuerdo. Salvan la pasta (es lo que interesa) a cambio de
una temporada a la sombra. Siempre es el mismo cambalache. Van a tirar de la
manta, pero… Y ahora echar cuentas, ¿cuántos son los Amedos a los que hay que
silenciar? ¿Cuál fue el precio? Amedo lo dijo hasta en la tele con ese deje de
chulo putas que tiene al hablar.
¿Y los Bárcenas, y los
Correas, y los Pujol y lo del Emérito Campechano… qué? ¿Lo veis o no lo veis?
Por consiguiente, este
país, si hacemos caso a lo que nos vende la prensa, está lleno de prohombres
que se rodean y confían en hijos de la gran puta que los traicionan sin que
ellos tengan nunca responsabilidad alguna. Epígrafe: cosas que pasan.
Felipe González no
sabía nada. Lo decía él. Se enteraba de lo que sucedía por la prensa, y por
consiguiente es fácil de imaginar que su amigo y socio Juan Luis Cebrián sería
el encargado de decirle lo que pasaba. Es mucho suponer. Pese a todas las
evidencias jamás nadie se atrevió a juzgarle. Ni por lo civil, ni por lo penal.
Está protegido. Para eso están los ministros y los secretarios de estado, para
cargar con el mochuelo.
En este país pasan
cosas raras: al Rey no se le puede juzgar bajo ningún concepto y haga lo que
haga, y los Presidentes y ex Presidentes gozan de bula en los juzgados.
Pero de repente a este
par de dos le hacen un escrache. Son víctimas de una algarada y todos unánimemente
cierran filas y prietas marciales despliegan comandos de plumillas para
neutralizar la osadía.
Fascismo, fanatismo,
intolerancia. Palabras de artillero plumilla.
La Universidad es un
espacio público del que haríamos bien no sólo de retirar las capillas
cristianas sino también a los fantoches. A los que dicen una cosa y hacen la
contraria. A los felones, a los tramposos y a los grandes figurones del
latrocinio.
Hay que deshacerse de
los vestigios del pasado, de los fósiles que nada aportan, y ya que ellos no
tienen vergüenza ni memoria ni ganas de jubilarse, tienen que venir unos
estudiantes, embozados por aquello de las multas, y recordarle a este par de
dos aquello de la cal viva y demás mandangas del pasado.
Sin duda estamos ante
unos fascistas, y además cobardes y embozados. Como si pagar multas fuera una
obligación.
¿Qué ocultarán, cuáles
serán sus intenciones? ¿Quién es más peligroso el que escracha o el escrachado?
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