Hacía algunos años que
se rumoreaba. Y este año la quiniela político-literaria decía que el premio
recaería sobre un americano. De un yanqui más concretamente. Y efectivamente,
así fue. Sin embargo, el premio no fue para el judío esperado, fue para otro
que también andaba a la espera. Porque cuando todos suponíamos que se lo darían
al autor de La mancha humana, el
premio se lo llevó el autor de Blowin in
the wind. Y es que, cuántos caminos tiene que andar un hombre para darse
cuenta que es hombre. He ahí la cuestión. Pero como las cuestiones siempre
vienen a pares, no es lo mismo Philip Roth que Robert Zimmerman. ¡Dónde va a
parar! Porque uno es escritor y el otro el cantautor más famoso del planeta Tierra.
A uno sus amigos le llaman Phil y al otro Bob. Uno se apellida Dylan y el otro
Roth. Y claro, no es lo mismo. Ni siquiera igual. Y no digo yo, o sea yo mismo,
que Bob Dylan no tenga méritos. ¡Quiá! No lo digo porque méritos tendrá. Pero…
¿el Nobel? Bien. El Nobel para un cantante. Para un visionario. Para un héroe
americano. Un hijo del marketing. Para un judío errante, que fue católico y que
es mediático. Lo merece. ¿Alguien lo duda? Además, es mayor. Y como este año el
premio más literario, y más político que en el mundo hay, tocaba ser dado a un
americano del norte, le tocó a él. A Bob Dylan. Al autor de Mr. Tambourine man, de la iconográfica Like a Rolling Stone, de… cientos y
cientos de canciones. Este año el premio recayó en Bob Dylan, el fenómeno
social más americano y más popular de todos los tiempos después de Elvis Pelvis. Lástima, ha ganado la
música. Ha perdido la literatura. Y todo para que el señor Bob Dylan siga
acumulando premios. Los colecciona. Gana premios musicales y premios
literarios. Lo gana todo. Bob Dylan es, en sí mismo, una plusvalía. La imagen
visible de la multinacional Bob Dylan. Un rompedor de esquemas. Un tipo capaz
de hornear en un concierto, a las pruebas me remito, y de elevarte al umbral de
la revolución. Y es, también, un judío errante. Un hombre que buscó y encontró
su destino. El éxito. Tan rotundo y aclamado como irregular es su voz. Y es que
los suecos reinventan la parafernalia anualmente, y este año la corona de
laurel y la pasta gansa del premio se la regalan a mr. Bob Dylan, nacido
Zimmerman, judío, poeta y cantante. Sin duda el mundo está de enhorabuena. Lo
malo, como decía el despechado y malhumorado Cela de otro premio es que: “El Cervantes es un premio lleno de mierda”.
Hasta que se lo dieron, claro. Después cobró el talón y…. eso: se limpió el
culo con el galardón. Pues ahora, lo mismo. Enhorabuena, venerable Bob. Dale recuerdos
a Dylan. De mis partes, siempre. O sea, for ever.
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