Se acabó el culebrón,
empieza el dramón.
A partir de hoy el
futuro del Psoe está en el aire. Porque, ¿a partir de ahora qué van a hacer?
¿Se van a atrever a colocar a Susana Díaz al frente del partido?
No tengo ni idea de lo
que hará el Psoe, lo que sí se puedo intuir es que a partir de ahora tienen un
trabajo ímprobo por delante y que la solución o soluciones no van a estar
disponibles a tiempo para enfocar unas terceras elecciones de forma positiva.
Pero no llegarán a eso. Lo saben. Por eso, a partir de ahora y más que nunca,
se hace inevitable un pacto, un acuerdo o una componenda con el Pp y que sean
ellos, los adversarios políticos, los que les den árnica y tiempo para encontrar
al sucesor o sucesora de Pedro Sánchez.
Se acabó el experimento
Sánchez. Cometió demasiados errores, y los cínicos que no los críticos jamás
estuvieron por la solución Sánchez. Escribo cínicos de forma consciente. Los
prebostes del partido jamás lo soportaron. Lo soportaron, le hicieron la cama todo
lo que pudieron y lo finiquitaron con mayoría de navajazos. El cinismo en
estado puro ganó el pulso. La razón y las formas quedaron aparcadas y
prefirieron solucionar sus diferencias a navajazo limpio.
¿Acaba de morir el
Psoe? ¿Tendrá razón Solana cuando dice que “cuando se tome conciencia del destrozo, todos preferirán 85 diputados”.
No creo, es un partido
demasiado potente y establecido en el imaginario popular para morir de forma
súbita. Su existencia conviene a todos los poderes fácticos de este país. Ahora
todos harán lo imposible para insuflar aire al moribundo. Los editorialistas
aminorarán sus vehemencias, los del Partido Popular lamentarán públicamente el
espectáculo ofrecido y gobernarán otros cuatro años más. Y la culpa de todo
ello radica en la incompetencia del propio Sánchez para lidiar con los
detractores de su propio partido, y en las urgencias mostradas por los líderes
territoriales.
Cuando Isidoro dimitió
emergió Felipe González, el pragmático. Aparcaron el marxismo para llegar a las
mayorías y porque un líder marxista no tenía cabida en el fabuloso mundo
social-demócrata. Y después, en aras de la gobernabilidad y de sus propias
ambiciones, renunciaron a la marca de fábrica que el Psoe tenía en su origen:
la República.
A la traición la
llamaron estrategia.
Antes, en la
Transición, por un momento el electorado vio (vimos) en Felipe González y en el
Psoe el partido que España necesitaba para modernizarse. Lo hicieron, se
acomodaron, se acostumbraron a fumar Cohibas y empezó el olor a podrido. Aquel
presidente elegido con una mayoría absoluta aplastante comenzó su deriva
personal hasta acabar siendo víctima de sí mismo, de los aduladores que lo
rodean (y a los que baila el agua), hasta acabar convirtiéndose en un
millonetis que en su tiempo libre ejerce de gurú en su partido.
Creo que debe ser algo
habitual que los que son culpables de algo y que nunca fueron juzgados por nada
se crean más listos que los demás. Es el caso de Felipe González. Una rémora.
Un jubilado muy ocupado en hacer dinero y en viajar por el mundo haciendo
gestiones para él y para quien se las encarga para mayor gloria de su cuenta
corriente.
Su actual brazo armado,
Susana Díaz, ha ganado.
Pues bien, Susana Díaz
ha perdido.
Han perdido todos.
Y es que, ¿qué han
ganado? ¿Descrédito?
El último que apague la
luz.
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