Gente de mierda.


La cantidad de personajes que la actualidad inmola anualmente en esa hoguera de las vanidades que es la popularidad nunca dejará de asombrarme.
Se trata de personas que, si algún día aportaron algo, ahora simple y llanamente están de más.
Unos se han convertido en caricaturas de sí mismos, otros siempre lo han sido y todos viven el esplendor que la obsolescencia televisiva ofrece.
Hablan y dicen lo de siempre, lo habitual: nada.
Los orean en las televisiones el olor a alcanfor y naftalina que desprenden. En las radios y en los periódicos expanden su oler a revenido y putrefacto. Y encima, agradecidos, se muestran belicosos. Atacan con “su” verdad por delante y por detrás, cuando todos sabemos que nada hay más engañoso en este mundo que la supuesta verdad, máxime si es “su verdad”, la verdad fantasmagórica que estos personajes aportan. Consiguen lo imposible, la extraña paradoja de que cualquier parecido con la realidad sea mera coincidencia.
La nómina de estos personajes que aporta la supuesta derecha española (carpetovetónica hasta la náusea,  grande y libre de impuestos) es más que notable. Grande es el esfuerzo. Libres los estreñidos. En esta lista se podría incluir a todos los ex que peperos son o que peperos fueron. Todos están en posesión de la verdad, de “su verdad” de folclórica de la señorita Pepis. Todos cursan declaraciones con descaro, con total ausencia de auto crítica y hablando siempre ex cátedra como los buenos iluminados que son. Repiten su catecismo tal mantra fuere: Palabra de Aznar, te alabamos imbécil. Ad infinitum. Y aun así, y pese a la vergüenza ajena que tal gente produce, estos personajes tienen miles y miles de adictos. Al parecer, lo del Síndrome de Estocolmo tiene variantes poco estudiadas. Porque hay gente que los admira, que los quiere, que los idolatra. Nunca los batracios habían tenido  tan buen cartel y tan buena prensa.
Curiosamente, la supuesta izquierda también aporta un buen número de personajes a este circo de tres pistas. Personajes que, siempre insólitos y también instalados en “su verdad”, al igual que sus homólogos de la supuesta derecha, ofrecen discursos caducos y trasnochados a sus parroquianos. Siempre dan su opinión altruista arrimando todos el ascua a su sardina haciendo bueno aquello del ande yo caliente y ríase la gente, siempre tratan de hacer más creyentes a los ya de por sí crédulos y siempre dispuestos a alimentar a sus hooligans con “su verdad”. La única, la auténtica, la verdad revelada.
Después, lo malo que tienen los que nunca dudan es que siempre encuentran excusas cuando  llegan los fallos.
Sería bueno constatar que, a mí, todos estos personajes me sobran. Todos. Por repetitivos, por chuscos, por liantes.
Me sobran los Aznar de la vida y los Willy Toledo de los cojones. Tanto monta, monta tanto. Me parecen prescindibles los Monederos y los Rufiánes, así como la piara de Felipes y Marianos que tenemos en nómina en el epígrafe vampiros.
Y es que, aunque en la tele salga un busto parlante, con sonrisa cínica y mofletes colorados llamado Rufián o algún estómago agradecido llamado Aznar, Toledo, Monedero…, a decir “su verdad”, todos sabemos que la credibilidad que tienen estos personajes es la misma que tiene el croar de los batracios por allende esas charcas.
O sea, nada: hablamos de  lo insulso, de gente de mierda.


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