“Parece que le maneja un ventrílocuo
cuando está en la silla. Es imposible que esté usted quiero cuando intervenimos
los demás. De verdad, hágaselo mirar. Póngase un espejo, unos vídeos… Le entra
un tembleque… Deje de increparnos a los demás”— le dijo el
portavoz del PNV, Aitor Esteban, a Ciudagramo Rivera el otro día en el
Congreso.
Porque sí, porque una vez más
Ciudagramo Rivera había metido la pata. Había solicitado, otra vez el muy
cansino, la activación del 155 y fue cuando el vasco subió a la palestra y lo
puso en su sitio, y en apenas tres
minutos retrató al catalán, quien presa de su baile de San Vito habitual
gesticulaba y rascaba por la bancada.
“Es al Gobierno
al que le corresponde valorar si se dan o no las circunstancias que
correspondan al 155, no al parlamento. Eso es querer arrojarse indirectamente
un protagonismo que constitucionalmente no le corresponde ni al grupo
proponente ni a esta cámara”.
Fin de la discusión por K.O. técnico del
adversario.
Ciudagramo Rivera Intercambió unas muecas
con uno que tiene al lado, un tal Girauta, ese camaleón político que siempre
está al sol que más conviene, y vuelta a la rascada, al tic y a estirar la
chaqueta.
Ante lo cual me pregunto: ¿tiene un problema
Ciudagramo Rivera o lo tenemos nosotros por culpa de los adictos que lo votan?
Porque tengo la impresión de que las
nuevas promesas de la política en cuanto se colocan pierden el norte. Y
colocados están. Y muy bien, además. Tienen un buen sueldo, gastos de representación
de todo tipo, teléfono, tableta y todo tipo de prebendas y artilugios que les
facilitan el trabajo, y encima una cafetería subvencionada en la que ponerse ciegos
a precio módico con la ventaja de que en el Congreso de los Diputados no tienen
que pasar ningún control de alcoholemia. Claro que, comparados con los del el
Senado, son unos desclasados. Allí tienen piscina, tiempo de sobra para
rascarse los pelendengues y envidiar a los de Estrasburgo que gozan de sueldos
siderales por, básicamente, no hacer nada, aunque los días de mucha faena
sufran de agujetas al levantar el brazo.
Si la vida de Ciudadagramo Rivera fuera
llevada al cine habría que descifrar el significado de este gran Rosebud de las
rascadas.
Los periodistas indagarían y tendrían
que elegir entre diferentes explicaciones la clave de bóveda que aclarase la
personalidad de personaje tan picajoso. Y quizá, Rosebud sólo fuera el nombre
dado a las partes íntimas de una mujer, como sucede en Ciudano Kane, o, tal vez, sólo fuera el
nombre del trineo de su infancia. En todo caso, visto lo visto, y escuchado a
Aitor, nieve tendría que haber. Seguro, aunque no sé si ésta es la explicación
que explique a sujeto tan inexplicable como picajoso.
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