Creo que al respecto
hay muchas teorías: lo que le pasa a uno le pasa a muchos. Claro que también
puede ser que no lo haya entendido todo, ni siquiera bien.
Viene a cuento lo
anterior porque, últimamente, tengo la sensación de que vivo en 1975.
No os preocupéis,
después me miro al espejo y se me pasa la tontería. Pero, no sé, ese poso, ese
regusto. Algo queda, siempre. Aparte de las arrugas, claro es.
Recordemos, en 1975 Franco agonizaba en un hospital, España era en blanco y negro, y pese a todo no
estábamos tristes, al contrario, éramos la envidia de Europa. Los jóvenes se
uniformaban, la música disco tomaba al asalto las discotecas; los economistas
ya practicaban la videncia, los abogados el frenesí y a los baches se les
hacían carreteras; la biología empezaba a estar de moda, algunos periodistas
madrileños vivían en comunas y los poetas servían de mobiliario en los pubs;
los pijos descubrían la zambomba con calcetín, los desclasados atracaban
farmacias y muchos murieron practicando la equitación.
Y así, y con diez mil o
seas más que en el tintero quedan, llegó la Democracia a nuestras vidas.
EE.UU, que tiene un
plan para todo, puso en marcha la versión “que
parezca un accidente”. Pergeñaron la llamada Transición, y como Victoria
Prego era joven y con buena disposición, aprovecharon y la nombraron
evangelista sine die del invento. Importaron un Carrillo, dijo amén como buen
monaguillo, y diez mil hijos del agobio y del dolor salieron de la cárcel. El
Psoe, que era un partido, también aprovechó y salió de la zona oscura donde
moraban los Isidoros, y empezaron los fuegos fatuos. Las ventas de cava subieron,
y para celebrarlo, don Manuel, inauguró un paso de cebra, no en vano la
calle era suya.
Y así hasta nuestros
días, versículo a versículo, golpe a golpe, víctimas de la maldición Iglesias,
no Coletas, sino Julio, aquel cantante premonitorio autor de “La vida sigue igual” Maniobras de
diversión. Porque sí, porque estamos en manos de gente buena, quién lo duda.
Gente que se preocupa unas veces por Lilian, otras por Tintori y siempre por
apiolar a sus opositores. Con lo de siempre, enviando a los muñidores a
organizar desprestigios y a pregonar desvergüenzas. Media España en nómina, la
otra media preocupada por los supermercados de Venezuela.
Estamos en España, ese
país en el que antes no se ponía el sol y en el que ahora siempre da la sombra.
500 años de desprestigio tiene la enjundia. De Colón, y su huevo, viene nuestro
engolamiento de medio pelo. Los más, los propaladores de infundios estatales, y
pese a todo preparados, no reparan en que son carne de cañón especializada que,
unas veces por una nómina y otras por el simple incentivo de un bolígrafo serigrafiado, venden sus neuronas al
diablo.
El serial de despropósitos
fue descrito por caballeros ingleses y vende biblias con rigor. Engolados andan
los españoles, como si fueran señores, y todos con espadones colgados en sus
cinturones.
Tal cual ahora que,
salvando las distancias, en que el gin tonic con enebro y esencia de mamalón ha
sustituido al espadón. Y de aperitivo unas aceitunas de mire usted, por favor.
Pero, no me hagáis caso
alguno, porque esa ilusión óptica que tengo últimamente, la de vivir en 1975,
la tengo diagnosticada desde 1975, así que tampoco es ninguna novedad. La
patología es crónica.
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