Todos, en alguna ocasión,
hemos sufrido, aguantado, visto o escuchado, alguna tontería que tiene como
última finalidad la intoxicación. La mayoría de ellas no tienen pizca de
gracia, y los que a ello se dedican reciben el nombre de trolls en la red.
Pero, en ocasiones, demasiadas a mi modesto entender, los comentarios no parten
de los trolls. Proceden de tontos del culo con ganas de tocar los huevos o los
ovarios al personal.
Estos autores, a menudo
próceres de la política, lanzan al éter alguna tontería. Bajo el aura del cargo
que ostenta en ese momento él o la susodicha, dicha tontería no sólo es
recogida y difundida por los medios de comunicación, sino que además trolls de toda
laya y condición, que habitan en las redes sociales, también hacen eco de la
misma. La vuelven a difundir, la vuelven a alterar y de forma más o menos
graciosa vemos el resultado todos los días cada vez que abrimos la cuenta de
Facebook. Los más viciosos incluso tienen ciento y cuarenta caracteres de
Twitter para seguir sembrando el pánico.
Una estupidez por mucho que
la diga un gurú un prohombre o Rita la Cantadora jamás dejará de ser una
estupidez por mucho que el fulanito/a que la diga crea estar en posesión de la
verdad.
Después esa misma estupidez
la recogen los seguidores del gurú de turno, y la vuelven a difundir con el mismo
resultado. Y, aunque una estupidez sea repetida mil veces jamás se convertirá
en dogma de fe.
Estos últimos reboteadores
de comentarios ajenos son, a menudo, personas bienintencionadas, fieles cumplidoras
de sus obligaciones, que creen estar siempre atentos a la defensa de sus
derechos, y que tienden a confundir derechos con creencias, y creencias con
derechos. Llevados de su fe, e impulsados con las mismas ganas de tocar los
cojones que los primeros, que los autores, repiten la frase hasta la saciedad,
usan el mismo argumento una y otra vez hasta lo cansino. Se convierten en
monitos de repetición con derecho a voto y patada en culo ajeno.
Estos son los auténticos
trolls. Los que creen a pies juntillas a los demás sin cuestionar lo más mínimo
lo que dicen, y aún menos lo que hacen. Los que se convierten en cómplices,
cuando no en rehenes, de los autores de las frases originarias. Los
colaboradores silenciosos del poder.
No se deben dar cuenta de
que, además de hacerle el caldo gordo a toda esta pandilla de descerebrados que
dice dirigirnos, a la hora del reparto las tajadas se las quedan ellos,
mientras que a vosotros, monitos de repetición,
con unas palmaditas en la espalda vais que meáis colonia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario