Auschwitz.


 El mes pasado descubrí que sesenta y nueve (69), un número que me gustaba por demás, a veces no es un número de mí agrado. Y es que, sesenta y nueve son los kilómetros que separan a la hermosa ciudad que es Cracovia del infierno más repulsivo que fue Auschwitz.
En apenas algo más de una hora, y sin ir por autopista, alguna llegas al infierno. La Tierra está plagada de infiernos.
Allí los nazis, hace sólo ochenta años, practicaron todas las aberraciones que pueda albergar la sinrazón humana. Concentraron gente, practicaron la exterminación masiva y la degradación máxima del ser humano y los campos se llenaron de hiel.
Las cenizas de los masacrados, ni siquiera sirvieron de abono de aquellos yermos páramos y aquel basto paisaje fue testigo mudo de la desolación más absoluta.
El mundo se conmovió, la gente lloró al unísono al enterarse del horror sufrido por aquellas miles de almas abandonadas a su suerte y sobre el mundo cayó el oprobio de lo sucedido allí.
Aprendimos a vivir con la historia, la olvidamos y nos empeñamos en repetirla a cada rato. El terror siempre acecha, y aunque en un grado menor, no hay década que no suframos brotes de espanto.
Sin embargo, y aunque la cosa no parezca posible, el mundo está lleno de Auschwitzs. Lo más son desconocidos, los menos no son recordados y todos guardan un punto común entre ellos, todos son silenciados y a menudo desdeñados.
La gente, la gran masa, prefiere vivir en la ignorancia antes que en el conocimiento. Preferimos pasar página, e incluso los más melifluos optan, de forma descarada, por no oír hablar siquiera del asunto. Otros, pese a todo, se empeñan en negar la evidencia de la misma manera que hay imbéciles que todavía manifiestan estar firmemente convencidos de que la Tierra es plana. Cuestión ésta que, sin duda y pese a que todos los cráneos son redondos, que demostraría que el de algunos es plano.
En Auschwitz hubo muchos campos, la mayoría no existen hoy en día.
En Birkenau, apenas a tres kilómetros, los nazis dedicaron ciento sesenta hectáreas de terreno conquistado a practicar todos los horrores que fueron capaces. La degeneración y la depravación humana, alcanzó su máxima cota.
La solución final fue administrada allí sin discriminación alguna. La esperanza de vida de los internos en aquel Infierno, e Infierno se antoja eufemismo, apenas alcanzaba las dos semanas. Con aquel caldo de cultivo y con aquellas esperanzas, la mayoría de los internos se tuvieron que convertirse en bestias para intentar sobrevivir. Padres que mataban a sus hijos por un mendrugo mohoso de pan, heces y orines que caían de lo alto de literas entablilladas de madera y todo tipo de calamidades que la mente humana se pueda imaginar, sucedieron allí.
En aquellos campos, los nazis intentaron relegar a las personas a la condición de animales y lo único que consiguieron fue convertirse ellos en bestias y en lo más vil y rastrero de la raza humana.
Aunque, los nazis no fueron los únicos y posiblemente tampoco sean los últimos. Y si no, mirar lo que sucedió en Rusia, lo que ocurrió en Camboya o lo que…

Y aunque allí ahora florezcan las flores, los campos se rieguen con lágrimas y el respeto abone los campos, esta historia es tan interminable como bochornosa.

Si quieres un hijo pillo...


No lo veía claro. Consulté con mis amigos, y todos menos el hijo de Asunción dijeron: acepta, acepta, que así bebes. Sin embargo, el hijo de Asunción que no bebía, ni fumaba, ni jugaba al balón, seguía mostrándose escéptico. Para demostrar su desagrado dijo: “bah, qué asco”. Después siguió jugando a las tabas.
Al llegar a casa se lo dije a mamá sin ningún entusiasmo. “Mamá, mamá, ¿qué te parecería si…? Para mí sorpresa no me contestó ella. Lo hizo papá. Aquel día, el pobre andaba algo pachucho de lo suyo, y no había ido al Casino. ¿Qué dices, de verdad? Después de mirarlo un par de veces y comprobar que, efectivamente, aquel hombre guardaba un parecido sospechoso con mi padre contesté provocativamente: ¿qué pasa, es que no me crees? Mi padre, que ya se había ido, no contestó jamás la pregunta. Se limitó a desaparecer, o hacer un Houdini que era como denominaba mamá a lo que mi padre hacía en esos casos. Y así, estando en esa tesitura me puse a deshojar la margarita. Sí, no, depende (incluí depende en un arranque de creatividad).
Pasé la tarde así. Aquel día agoté las margaritas de los jardines que había al lado de casa. Sin embargo, al finalizar el día y como todavía me quedaba media bolsa llena de flores, todavía barruntaba sobre la cuestión. Mi madre, que a aquellas alturas ya me había aleccionado en el uso de la escoba, dijo poniendo cara de estar enfadada: “ya puedes ir barriendo”.
Aquella noche dormí mal. Aquella novedad, en el niño koala, era la primera vez que sucedía. Tuve sueños recidivantes, las margaritas perfumaron mi sueño delta y la confusión se adueñó de mí al despertar. Para colmo, la minúscula alfombra que había a mis pies estaba llena de restos mustios de las dichosas margaritas que me recordaron el suceso del día anterior.
Me levanté, para variar, de mal humor. Desayuné, y como ya tenía diez años y ya era mayor, me homenajeé con tres carajillos, un par de copas de garnacha y encendí una Faria. Cuando me marché al instituto iba la mar de animado.
Por el camino me encontré con él, con el hijo de Asunción. Sí, ese que no fuma, ni bebe, ni juega al balón. Por cierto, un chaval famoso. Fijaros si es celebérrimo al gachó que hasta tiene canción. Un fenómeno. El rey de las tabas. Pero, a lo que iba. El hijo de Asunción, de quien aunque mi vida dependiera de ello no recuerdo su nombre, volvió a machacar mis tímpanos con sus precauciones. “yo de ti no aceptaría, pero como tú eres tú y tú circunstancia, pues… tú sabrás”. No sé si me explico bien, pero si digo que en esos momentos, y animado como estaba, estuve a punto de convertirme en el primer asesino en serie de mi pueblo, tampoco creáis que estoy exagerando. Es que lo zapateaba, vamos. ¡Brrrrrrrrrr! Me contuve y los dos conseguimos llegar sanos y salvos al sitio donde se suponía que estudiábamos.
Teníamos clase de religión a primera hora. Así, a lo bestia. Para despertar. Unos días empezábamos por Gimnasia y otros días por Religión. Trabajando cuerpo y mente. Como se puede ver vivíamos, perdón, estudiábamos al límite. Forjando el carácter para lo venidero. El cura, los pelotas le llamaban Don Sacerdote, dirigiéndose sólo a mí preguntó: qué, que me dices Luis Germán, ¿aceptas, sí o no? Me hice el distraído, miré todo lo negro de mis uñas y maldije para mis adentros por haberme olvidado la petaca de garnacha en casa. Estaba sin palabra, no sabía que decir. Me rasqué, acomodé los bígaros en el pantalón mientras pensaba, mientras trataba de hacerlo, y contestar algo coherente. No se me ocurría nada. ¡Cáspita, qué hago! Me acordé de aquel forastero que había visto el día anterior y que manifestaba ser mi padre. “Pues, no sé, don Sacerdote (mejor optar por la prudencia y el buen trato), que dice mi padre que si quieres un hijo pillo, mételo monaguillo. Pero, yo no sé, no lo veo claro. ¿Y si pruebo el vino antes sería mucho pedir?. El cura, que pese a sus votos era un tío muy de andar con segundas y conocido por el exceso de sus perífrasis, contestó enfurecido: Sí hombre sí, lo que faltaba. Si quieres te compro rioja reserva, no te fastidia el niño.
Y tampoco era eso, claro.

Le dije que yo creía que con la bendición cualquier purrela de baratillo se convertía en el caldo más excelso, y resulto que no. Por lo tanto, y viendo que las contradicciones teológicas podían afectar a la calidad de los vinos, y dado que don Sacerdote no me ofrecía garantía alguna, fui consciente de que mi padre jamás alcanzaría su sueño de tener un hijo pillo. Quizá por eso, nunca alcancé el grado de monaguillo y, por tanto y por eso quizá nunca fui un niño pillo. 

El Cielo está sobrevalorado.



La mayoría de los presentes se miraban entre sí con cara de circunstancia, estaban asistiendo al funeral de Manolete de las Barrosas. En el atrio de la iglesia se habían formado grupos espontáneamente donde los afines cuchicheaban.
-         Desde luego- decía uno de los presentes-, a estas alturas Manolete ya debe haber llegado al Cielo.
-         Sí, sin duda- asintió uno de los presentes-, si alguien se ha ganado ir al Cielo, ese sin duda es Manolete.
El asunto se habría quedado ahí, máxime si todas las personas allí reunidas hubieran sabido que, efectivamente, Manolete de las Barrosas, ya había llegado al Cielo con bien y que, en ese mismo momento, llamaba a la puerta con los nudillos.
Le abrió San Pedro, quién si no. San Pedro, que llevaba en el empleo de portero desde que el Cielo se había constituido en Cielo, estaba más aburrido que un hongo y clamando por las esquinas por el convenio inter sindical del que era rehén.
Pese a todo, y fiel cumplidor de sus obligaciones, San Pedro enseñó a Manolete de las Barrosas todas las dependencias con orgullo como no podía ser de otra forma.
Manolete estaba encantado. Toda su vida había deseado que, llegada la hora de su muerte, su destino fuera ese, y mira por donde al final se había salido con la suya: Manolete de las Barrosas fue admitido en el Cielo.
La razón esgrimida fue: buen comportamiento. Un hombre amable, conversador y dicharachero, amigo de hacer el bien y enemigo acérrimo del mal, no podía pasar la Eternidad en cualquier sitio. No, al contrario. Manolete se ganó en vida un puesto eterno en el Cielo. Algo así, como ganar plaza de funcionario de por vida, pero en este caso cambiando vida por eternidad. ¡Un chollo!
Sin embargo, los que a esa misma hora estaban despidiéndolo también murmuraban otras cosas de él. Prueba de ello es que, la misma persona que antes había hablado ahora estaba diciendo:
-         También, ¡manda carallo y que Dios me perdone!, pero si no lo digo exploto: Manolete era un pesado de mil pares.
Y la misma persona que antes le había contestado añadió más explícito:
-         Sí, era un chapa de cojones. En fin, que Dios tenga en su gloria a Manolete y que se arme de paciencia. La va a necesitar.
-         Hombre, Dios es Dios, puede con todo, ¡menudo es”. Así que malo será que no ponga en vereda a Manolete. ¡Malo será!- exclamó como si fuera un mantra.
Y malo fue.
Porque, a los cuatro días de estar en el Cielo, Manolete de las Barrosas, ya había presentado sus credencias de pesado recalcitrante ante todos los vecinos del Cielo. Pero como allí todos eran cuando menos estupendos, todo el mundo parecía gozar de paciencia infinita y de tiempo ilimitado para escuchar las repetitivas historias que contaba sin descanso el bueno de Manolete.
Manolete de las Barrosas afirmaba, sin asomo de rubor alguno, que él se había ganado el Cielo porque durante su estancia en la Tierra siempre había hecho el bien y por haber sido un hombre cariñoso, que siempre había gozado con la presencia de la familia.
Sin embargo, ni su hijo que vivía y trabajaba en Alemania, ni su hermano menor, que estaba en la cárcel por haber esnifado unas prevaricaciones, se habían tomado la molestia de asistir al entierro.
Es más, se sabe, porque así consta, que cuando recibieron la triste notificación el uno dijo “anda y que le den, que se entierre solo”, y que el otro, desde la mismísima Alemania, mandó un tan sentido como explícito telegrama que ponía: “por mí como si lo ondulan”.
Pese a todo, reitero para que quede claro: cuando Manolete de las Barrosas tuvo la ocurrencia de morirse e irse al Cielo, todos los presentes hablaron maravillas de él.
A la semana de estar allí, en el Cielo, y cuando por cosas tan atemporales como difíciles de comprender para los terrícolas, a sus vecinos ya le habían computado esa semana por cinco quinquenios, se produjo el incidente.
Un mal día, Manolete de las Barrosas fue encontrado muerto a la orilla del río que desemboca en el Limbo.
Alguien le había asestado veintisiete puñaladas, todas ellas letales de necesidad. Aquel suceso, como no puede ser de otra forma, causó un malestar social más que evidente entre los habitantes del Cielo. Era la primera vez que tal cosa sucedía. Allí, se suponía, sólo iban los mejores y los que mejor se habían portado en vida, así que… ¿cómo era posible que tal cosa hubiera llegado a suceder?
Aquel día, el Cielo perdió parte de su reputación.
Claro que, también hay que decirlo, Manolete de las Barrosas era un buen tío, nadie lo duda, pero también era un hombre que sacaba de sus casillas a todo Dios.



A mí no me adoctrinaron, no.


De ninguna manera. Porque cuando yo estudiaba (si es que alguna vez hice tal cosa), en España gobernaba Franco. Franco, Jefe del Estado por la gracia de Dios. Lo ponía en todas las pesetas. Pero, a mí, no me adoctrinaron. Qué va, no seáis mal pensado. Yo tuve que estudiar FEN (Formación del Espíritu Nacional) porque sí, para no adoctrinarme. Tampoco nadie se molestó a enseñarme Lengua y literatura gallega, y sabéis por qué, pues porque si no quieres caldo te dan dos tazas. En vez de eso me obligaron a memorizar la lista de los reyes godos y descubrí que uno de ellos se llamaba Wamba, así… con dos adoctrinamientos; y también, para que no anduviera escaso de cultura por la vida tuve que aprender también de memoria la lista de los ministros que tenía Franco en 1.970. Claro que después, si lo pienso bien, me sirvió de mucho la cuestión. Sobre todo para saber que López Rodó un joven, por aquella época, listo, emprendedor y con cara de marsupial era el encargado del desarrollo español. Claro que, ahora que lo repienso, si los fabricantes de bambas eligieron llamarlas Adidas, Puma o Nike…, en vez de escoger el más lógico que es Wamba, la cosa no fue por falta de iniciativa, fue por falta de cultura. A ellos, como eran extranjeros, y además reincidentes al vivir fuera, desconocían la lista de los reyes godos, visigodos y hasta cómo se llamaba la madre que parió a Viriato. ¡Cuánta incultura! Por tanto, quede claro al menos un par de cosas en este caso: los extranjeros son unos incultos y López Rodó fue ministro hasta, como bien informó La Codorniz el burro de López, Rodó. Así que, por hoy termina este breve predicamento, aunque eso sí, otro día y si queréis os hablo de eso que los ilusos entienden por adoctrinamiento. Pese a todo, me pregunto: ¿sabéis de algún país en el que sus gobernantes no adoctrinen a los niños, a los hombres, a las mujeres o a los mayores? Y aunque, yo creo, que la respuesta ya la dio el eminente literato que es Bob Dylan cuando cantó aquello de Blowin in the wind, a lo peor va a ser verdad y la respuesta flota en el viento. Aunque, para viento, viento Lo que el viento se llevó. Esa sí que fue una borrasca. Y lo demás, florituras. Qué escenas, qué diálogos; porque quién no se acuerda de “francamente, querida, no te entiendo” o de aquella no menos mítica que decía la oronda mucama negra (uy, disculpas, de color) de Escarlata O`hara: “para estar guapa hay que sufrir” y después tiraba de los cuerdas del corpiño de su señorita mientras de la sufriente fluían los gases. Yo no sé, pero tengo entendido que así empezó el adoctrinamiento en tontería, en bulimia y en anorexia. Pero claro, cuando Hollywood adoctrina, adoctrina de verdad y no como estos gazmoños que adoctrinan en plan aficionado. Y de la misma manera que ningún español o española besa por frivolidad, tengo que decir y lo digo sin reserva alguna que a mí sí me tienen que adoctrinar pido que lo hagan a besos, y no dándome con la regla en la mano por la única razón de que al único godo que recuerdo sea un tal Wamba. Sin desmerecer, que conste, a Chindasvinto. Ese rey frustrado, que incómodo ve como sobre su tumba pisotean todo tipo de  zapatillas y ninguna se llama como debería de llamarse. Para terminar, como decía aquel personaje de Apocalypse Now, el coronel Kurtz estamos ante: “El horror, el horror”. ¡Ay, si Joseph Conrad levantara la cabeza! Formaría pareja de hecho con el visigodo Wamba. ¡Menuda par de incomprendidos!

La danza de la lluvia.

                                                                                                 Foto sacada de El Español

Los agricultores sacan los santos a la calle: comienzan las rogativas antisequía.

Acabo de ver ese titular en El Español, el periódico de José Pedro, y me he quedado turulato.
O sea, a ver si lo entiendo. ¿España no era un país avanzado y nuestra sociedad no era laica?  ¿Y si es así, porque nadie protesta por el hecho de que para tener un día festivo tengamos que conmemorar a un santo? No sé, es raro, ¿no? Claro que, cuando conviene aparcamos la laicidad en aras de un buen puente.
Los ciudadanos celebramos el día de la Inmaculada Concepción, la Navidad, San José, Corpus Christi, San José, San Juan, Santiago Apóstol… ¿sigo? Y lo hacemos con dicha, alegría y alboroto. Se sabe que, los más derrochadores viajan. Sobre todo los de Madrid. Tan es así, que si no vas hasta el fin del mundo y no ves a una familia o a un grupo de madrileños orneando por esas calles, se podría decir que no has viajado. Y es que, están en todas partes. Porque también se sabe, que el madrileño, ese que tanto presume de ciudad, en cuanto tiene ocasión coge el portante y se va con la música a otra parte. Por tanto, si dijéramos, que ni la molestia en el decir nos tomamos, que el madrileño es alguien que gusta de deslocalizarse a sí mismo, tampoco estaríamos exagerando un ápice.
Pero hoy, domingo, El Español, el periódico que perpetra José Pedro, tiene a bien informarnos de lo emprendedores que vienen siendo los agricultores. Gente aguerrida, sin duda; y gente por la cual manifiesto mi agrado. Son vitales, necesarios para la vida. Sin ellos no tendríamos ni una mala berza, ni una buena fruta, que llevarnos a la boca. ¡Viva la agricultura y por ende los agricultores! Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva, los pajaritos cantan y las nubes se levantan. Que sí, que no, que caiga un chaparrón por encima de las calles de Corcubión. Antes cantabas eso y llovía. Ahora, no. Ahora todo anda del revés.
Y es que algo parece que está pasando. ¿Pero qué? Pues unos hablan de la evidencia del cambio climático y otros apuestan por seguir haciendo millones, por silbar y por mirar a otra parte. Lo malo es que los que dicen estar preocupados no hacen nada, y lo peor es que el que está en situación de hacer algo todavía hace menos. Prefieren el dinero, al fin y al cabo en cien años todos calvos y, por tanto, más vale acumular billetes y dejar recursos suficientes a las generaciones venideras para el estudio de la alopecia.
Claro estando en esta tesitura, y copiando la iniciativa de los bienaventurados agricultores, los del Pp y esa banda de palmeros que les acompaña en su gira de bolos con el nombre de “constitucionalistas” unos días y “unionistas” el otro, imitan la ocurrencia de los agricultores y reparten entre sus fieles votantes estampitas del Demonio Puigdemont, mientras ellos siguen haciendo abluciones y entonando rezos que dicen: “a Dios rogando y con el mazo sigo dando”.
Creo que era sí, y si no lo era que me disculpen los agricultores. No quería compararles, ni por lo más mínimo con los del Gobierno ni con sus palmeros. ¡Todavía hay clases!


¿Transparencia? Dime de que presumes...

                           

                                                             Foto sacada de Google


Creo que en el código deontológico de cualquier sociedad avanzada que se precie debería de estar el derecho al acceso a la información.
Por esa razón, los gobiernos democráticos avanzados, que en este mundo hay, brindan a sus ciudadanos todo tipo de explicaciones sobre cómo gastan el dinero que es de todos. En España, a este principio elemental se le ha bautizado, cínicamente desde el Gobierno, como Transparencia.
Y así, de esa guisa, empieza la compilación de afrentas que sufrimos todos los españoles.
Porque yo no sé si lo sabéis, pero los súbditos de su graciosa majestad que es la reina de la Gran Bretaña, están informados de todo cuanto dinero sale de las arcas públicas. Tan es así, que incluso si quieres y eres curioso puedes consultar cuánto dinero gasta la familia real inglesa en bebidas espirituosas. Ese dato, y cualquier otro, está colgado en la red y a la vista de todo el mundo.
Sin embargo, aquí no. Aquí seguimos en lo habitual y en la fuerza de la costumbre. Aquí al oscurantismo los gobernantes le llaman transparencia y el público votante conforme, parece aplaudir con las orejas tal despropósito. Y no se crean que señalo sólo a los que actualmente están en el machito del poder. No. Cómplices de tamaño despropósito son todos los partidos políticos que no ponen el grito en el cielo y exigen, sí, EXÍGEN, la información a la que todos tenemos derecho.
Hoy hice una prueba. Puse en Google, ¿cuánto cobra el Presidente del Gobierno en dietas cada vez que hace un viaje? ¿El Presidente del Gobierno viaja a gastos a justificar o cobra dietas específicas para la ocasión?
¿Y sabéis que encontré? Nada. Absolutamente nada. Lo único que encontré, y es irrelevante, es un artículo de Escolar, director de eldiario.es haciéndose las mismas preguntas.
Ante lo cual, y sin el menor ánimo de incordiar, pero sí de saber, me pregunto, os pregunto, ¿a vosotros esto os parece admisible?
La respuesta también parece obvia.
Al parecer en España existen, al menos, ocho millones de personas a los que estos temas le importan una higa. Lo deduzco, más que nada, porque no sólo prefieren vivir desinformados y por tanto en la ignorancia, sino porque, además, cuando llega el momento nuevamente de una cita electoral vuelven a votar por los que nos roban a todos con la mayor profesionalidad y la máxima desfachatez que uno pueda imaginarse.
Trabajadores públicos, elegidos para administrar nuestros bienes y haberes, que no sólo no dan cuenta a nadie de lo que ingresan por “otros conceptos”, realmente es así, sino que también, llegado el momento, no se cansan de alabarse a sí mismos, de ponderar sus miserables gestiones y de propalar un patriotismo que se antoja más falso que un beso de Judas.
La prueba más evidente de todo lo que digo la tenéis estos días ante vuestros propios ojos.
El actual gobierno ha liquidado el fondo de reserva de la Seguridad Social (60.000 millones de euros) en apenas seis años, han condonado deudas a la banca (privada) por valor de otros tantos, ha rescatado autopistas hechas por empresarios privados con dinero público, porque el gestor así lo aceptó previamente… Conclusión: no sólo no dan cuenta de sus propios gastos y el epígrafe correspondiente de los mismos, sino que además presumen de su mala gestión y la publicitan con el dinero que es de todos.
Claro que, con ocho millones (por lo menos) de votantes adictos, y con esa gran escusa mediática que es el procés queda todo arreglado. La cortina de humo perfecta. Porque, en el colmo de todos los colmos, unos ciudadanos catalanes, tan independentistas como cobardes, tuvieron un sueño y se creyeron en la obligación de trasladar a la ciudadanía su pesadilla.
Y es que, disponiendo de dinero ajeno todo parece más fácil. También parecen saber que si se arman de desfachatez y practican la estulticia, siempre tendrán a ocho millones de personas detrás apoyándoles, y repitiéndole a todo aquel que pregunta por algo legítimamente ese viejo mantra que es Venezuela, Irán y no sé qué chorradas más. El catálogo es amplio.
No se quieren enterar; con decir “y tú más” y facilitar el engorde del merluzo deben ser felices.
Por lo tanto, señora, señor, ya lo decían los ácratas: “Como mierda, un millón de moscas no se pueden equivocar”. Y si a ese millón, una cifra más que respetable de moscas, le añadimos otros siete, los mandamases que nos desgobiernan alcanzan tal nivel de generosidad que, agradecidos como son no sólo roban, también nos dan mucha mierda.  



El chip.

Un copazo después fui consciente de que algo más anormal de lo normal ocurría allí. Las miradas de los parroquianos estaban puestas en él, en aquel ser con apariencia de diminutivo de hombre, que amenazaba con caerse en cualquier instante. Aquel extraño hombre estaba seriamente perjudicado. Su horizontal se veía comprometida a cada movimiento. La caída parecía inmediata e inevitable. Cuestión de tiempo. Al parecer, los parroquianos presentes, emprendedores ellos, habían tomado buena nota del asunto y ya habían hecho una porra aventurando el resultado. Iba ganando, casi por unanimidad, la casilla caída inminente en los próximos diez minutos.
Pese a todo, sobre todo a su estado, aquel hombre después de zigzaguear a su propia sombra consiguió llegar hasta donde yo estaba ocupado en sacándole brillo a la barra. Su mirada era turbia, su lengua estropajosa y su inglés, aunque fluido, resultaba absolutamente incomprensible dado su estado.
Lo miré, parecía chino y creo recordar que me pregunté, al igual que el resto de parroquianos presentes, ¿y qué carallo hace un chino en un farolillo rojo de la zona de Carballo?
Tal fenomenología tenía sobre ascuas a los presentes.
El chino, que luchaba denodadamente contra su propio vértigo, empezó a hablarme sin darse cuenta de que no le estaba entiendo ni una repajolera palabra. Sin embargo, al rato ocurrió el milagro, ese mismo que sucede cuando ves una película argentina, el milagro de la comprensión. Empecé a entender, pues. Tampoco piensen ustedes mal. Al parecer aquel hombrecillo era de Taiwan. La isla bonita. Tierra de portugueses, parte de mis ancestros. Estaba allí en una misión de estudio científico. Por lo que me decía, si es que no le entendí mal, era el jefe de una delegación que estaba estudiando el engorde del percebe en cautividad. En Carballo, todo el mundo lo sabe, hay una factoría dedicada a la conserva de pescados que también se dedica a la innovación tecnológica en tal materia y que es puntera en esta investigación. El taiwanés, que apenas llevaba tres o cuatro días en el país, decía estar más aburrido que un pulpo en un garaje, y que necesitaba un poco de expansión y volar un rato la cometa. Allí, me dijo, no le entendía nadie; y claro, después de tres horas tratando de confraternizar con las impropias y después de ingerir múltiples cubatas en busca del tan cacareado don de lenguas que dicen que otorga el alcohol, se había dado cuenta de que estaba borracho como una cuba y más empalmado que un adolescente con sobredosis de Enderezol.
Sí, lo confieso: lo ayudé. Carmuchiña que es una mujer fuerte, comprensiva y amiga de hacer favores, también lo ayudó. Lo volteó, cargó aquel fardo chino tal cual fuera una plumilla y en dándole unos cachetitos cariñosos en el culete le dijo: Te vas a enterar, chinorrito. ¿Te gusta el chop suey? Yo creo, a lo mejor es una maledicencia mía, que a estas alturas el chino iba desmayado, pero… qué sé yo.
Al rato bajaron ambos cogiditos de la mano. Parecían enamorados. Carmuchiña no paraba de mirarle arrobada y el chinorrín todavía se relamía la babilla. “Aquí te lo dejo”, me dijo Carmuchiña. “Parece muy recuperado de lo suyo”, contesté y añadí: “Carmuchiña, haces milagros”. “Por cierto, me preguntó, ¿y tú de qué conoces al chinorri? De nada, de ahora mismo. Ahhh, bueno. Es que está Crisanto, el proxeneta oficial del lugar, reclamando que le debe no sé qué. A mí ya me ha pagado, ehhh. Que lo sepas. Y haciendo un ¡jall!, en honor al gran Chiquito fallecido y entonando un no puedo, no puedo, Carmuchiña salió disparada hacia Manolete de las Barrosas que acaba de entrar con cara de risueño dispendio.
El chinorrín a estas alturas ya había recuperado parte de la compostura perdida. Los pocos parroquianos que habían ganado la porra apuraban sus copazos alborozados. Pagó todo lo debía e incluso le cobraron lo que no sin que el otro se molestara ni lo más mínimo.
Fue entonces cuando me dijo aquello sin venir a cuento:
-         No comple usté un teléfono chino.
-         ¿Y polque no?, contesté mimético como soy de lo mío.
-         Polque llevan un chip y lo espían.
-         Pues si me espían, que me espíen. A mí los chinos, y se lo digo sin ningún ánimo de ofender, me la refanfinflan.
-         Es peligloso. El chino ahora parecía demasiado hablador. Incluso se podría decir que pesado. Se dice pol Taiwan que los chinos pusieron un chip en todos sus teléfonos móviles. Imagínese usted que está con su chica, con su mujel, con su novia en la cama, y le dice ayyyy, Calmuchiña te voy a comel to el bacalao. ¿Qué sucede? Pues que a los dos minutos usted lecibe en el celulal un sms con lecetas de bacalao. Bacalao a la vizcaína, bacalao al pil pil, bacalao… ¿A usted esto no le palece molesto?
-         Pues hombre, contesté al chino sin pensar demasiado en lo que estaba diciendo, con sacarle los datos al móvil asunto resuelto, ¿no?
-         Usted sablá. Pol cielto, que me dijo Calmuchiña que la tenía como un pelcebe. ¿Me podlía decil si eso es bueno o es malo?
-         Eso es buenísimo, amigo Chinolli, dicen que los percebes tienen un miembro que es veintisiete veces su tamaño. Así que, según Calmuchiña, a usted la minga le debe llegar, por lo menos, hasta las afueras de Carballo.
Después de aquel extraño encuentro he tomado la decisión de sacarle los datos al móvil todas las noches y siestas de guardar. Como diría alguien que yo me sé “pol si ascaso”. Más vale plevenil que lamental.




Polvo encebollado.

                                                                                        Próximamente a la venta en Amazon

A veces se escuchan cosas que no se sabe muy bien de donde salen. Porque, ¿quién no oyó alguna vez hablar de aquello de  las pastillas calentonas o que si un pocero encontró un cocodrilo en una alcantarilla o que si la hoja de sauco era fumable? Pese a todo, de infundio o de una mala interpretación nunca pasa la cosa.
Sin embargo, no hace mucho tiempo escuché algo que me dejó absolutamente patidifuso. Sucedió el día que le escuché decir a un desconocido que pasaba por la calle, quien hablando en un tono un poco más elevado de lo normal y dirigiéndose a otros dos de los que parecía que se estaba despidiendo: esta noche me toca polvo encebollado.
Sonreí como no podía ser de otra manera. Pese a todo, quedé con las ganas de preguntarle a aquel desconocido por aquello que había dicho: ¿Oiga, joven, y qué es eso del polvo encebollado?
No lo hice y me arrepentí. Habría salido de dudas. Las oportunidades, pese a todo, a veces se repiten y esta ocasión no fue la excepción.
Al día siguiente volví a escuchar otra vez la misma cantinela a otro hombre en un bar. El sujeto aparentaba estar más bien perfumado y moqueando de lo lindo, cuando en levantándose y dirigiéndose a los presentes dijo: “Marcho que tengo que marchar, llegó la hora: esta noche polvo encebollado”.
Todos los que escuchaban se rieron e incluso yo mismo sonreí un poco. La ocurrencia, a tenor de lo escuchado, estaba siendo bastante repetida. La había escuchado dos veces en dos días.
Pese a todo, el colmo de los colmos y la confirmación de todas las reglas, ocurrió al día siguiente.
Estaba cortándome el pelo en una peluquería de esas con rótulo unisex, y desplegando la antena todo lo que podía, cuando escuché clara y nítidamente como una chica que tenía el “Hola” entre las manos le decía a otra que la imitaba, pero con el “Lecturas”: Esta noche ni catarro ni porras, esta noche toca polvo encebollado”.
En ese momento reaccioné, me levanté, caminé unos pasos y cuando hube estado delante de la chica que ojeaba los santitos del “Hola” le pregunté: Disculpa, pero ya es la tercera vez que escucho eso de polvo encebollado. ¿Me podías decir, sin querer ser ni parecer en absoluto maleducado, qué es eso de polvo encebollado?
 La ojeadora alzó la vista e hizo un mal gesto ante lo cual me apresuré a aclarar: Tampoco hace falta que entres en detalles. Sólo quiero saber, de forma genérica, qué es eso de polvo encebollado. Nada más. La chica pareció relajarse un poco, pero pese a todo me respondió de forma desabrida: ¿Y a usted qué le importa? Para saber vaya Salamanca, y si no puede inténtelo en Santiago que allí la lluvia es arte.
Derrotado y desinformado desistí de seguir metiendo la pata. Le di las gracias todo lo  amablemente que pude, cínicamente puse mucho énfasis en la cortesía, e hice mutis por el foro. Como decía aquel: A la mierda, no necesito su información. ¿Era así, no? En todo caso, no lo hice. Efectos secundarios de la buena educación. Los famosos daños colaterales.
Cuando hube salido de la peluquería, con un estilismo hecho a medida de mis cuatro pelos y con la barba recién podada, fui a un bar. Allí el camarero y también dueño, después de servirme una más que generosa tapa de callos me dijo jovialmente: Hoy sábado sabadete, día internacional del polvo encebollado.
Contuve apenas las ganas de tirarle un garbanzo a la cara y forzando la más nívea de mis sonrisas le espeté: Pero qué carallo es eso del polvo encebollado, joder. Que me tenéis hasta los mismísimos huevos todos con el mondongo ese de los cojones. El camarero y pese a todo propietario, me miró y me dijo, para mí que medio cabreado: Joder, tío, cada día vienes un poco más cretino. Después se dio media vuelta y se puso a pasarle la bayeta a la máquina de café. A hurtadillas lo miré y recuerdo que pensé: Será cabrón el pedazo de mamón éste.
Al llegar a casa tecleé polvo encebollado en varios buscadores. Me salió hígado encebollado, atún encebollado, pollo encebollado y tres millones setecientas cincuenta y dos páginas más que desistí de mirar por falta de tiempo. Resignado a mí suerte, empecé a aceptar el triste sino que es vivir en la ignorancia. Estando en esas llegó mi novia del trabajo. Cuando hubimos acabado de cenar me dedicó una mirada de esas que promete noche de algarabía y en llevándose un pañuelo a la nariz me dijo toda tierna: esta noche polvo encebollado.
Subimos las escaleras cogiditos de la mano y haciéndonos arrumacos camino del nirvana y no se me volvió a ocurrir preguntar qué era eso del  polvo encebollado. Para qué. Todo el mundo sabe ya que lo importante es tener salud y no llevar un golpe, y que si estás acatarrado lo mejor es poner una cebolla partida al medio en la habitación. A lo mejor echas un polvo, aunque eso sí, será: un polvo encebollado. Cosas del otoño. Por cierto, ¡qué bien rima!




Sesenta y nueve truenos y un relámpago.


Portada y contraportada de Sesenta y nueve truenos y un relámpago. A la venta el próximo 23 de noviembre en Amazon.

                                                                             Prólogo

   
A lo largo de los últimos diez años he escrito un sinfín de post en diferentes blogs.
Todo comenzó en el año 2008 con el primer blog al que titulé Desertor del arado. Aprovechando que El País tenía una sección llamada La Comunidad, dedicada a publicar contenidos de bitácoras, perpetré el primero.
Pasó el tiempo y con él las circunstancias. La Comunidad pasó a la historia, y con la desaparición de dicha sección también pareció irse la diversidad que aportaba dicho periódico en el panorama informativo.
Me fui a no sé dónde, ni lo recuerdo, y como es natural, la cosa no duró.
Yo quería ser articulista, que algún periódico me pagara por lo que escribía y que mi opinión fuese tenida en cuenta.
Pero, la ocurrencia, ¡qué ocurrencia!, no cuajó.
De repente, quizá como consuelo, tuve una revelación:
¿Escribir en un periódico? ¡Qué va, hombre, qué va! Además, ¿cómo se te ocurre?
Si escribes en un “mentireiro”, vocablo que utiliza para referirse a los periódicos alguien que yo me sé, y si encima te pagan por ello, porque oferta de hacerlo gratis sí que he tenido, quedarás a las órdenes del señorito de turno que, a su vez, rinde pleitesía a algún dios llamado Banco.
Recemos, pues, por los desafortunados mercenarios que ponen su pluma al servicio del mejor postor;  y como yo no quiero estar a las órdenes de nadie ni ser mercenario de un cualquiera, mejor no deseo nada, no vaya a ser que mi sueño se haga realidad, que se cumpla y que me meta en un lío de verdad.
Así que, una vez alcanzado el conformismo adecuado, seguí escribiendo post, que no artículos (que es otro ringorrango), como si nada hubiera pasado.
Lo hice, unas veces en el blog antes mentado, otras en el Facebook y siempre donde me convino y dio la gana. Porque, para mí, hacer lo que me dé la gana, hoy en día, es tan importante como otras cosas de igual enjundia.
Es lo que tiene ser pobre y aspirante a libre. Te liberas solo a poco que te esfuerces. Además, así soy tan prudentemente feliz como abrumadoramente pobre.
Aunque, eso sí, también admito que siempre hay días. Pares, nonos y algunas veces ñoños. Los hay para elegir.
Pese a todo, 1.700 post me contemplan, podría decir a todos aquellos que me quieran escuchar o leer. Y los que te rondaré, morena. Añadiría. Que la fuente no se seca y que de su caño no cesan de brotar las palabras, y que el librito que en estos momentos tiene usted entre las manos, sólo contiene una breve selección del trabajo realizado hasta ahora.
Concretamente, este libro alberga 69 truenos que, como es obvio, son 69 post de los más de 1.700 publicados.
Y aunque en el blog utilice la frase “De política y otras insensateces”, como segunda trinchera, después del explícito título que es  “Desertor del arado”, en esta breve selección que ahora presento en sociedad no hay cabida para ninguno explícitamente político.
Al contrario, este librito recopilatorio está enfocado a resaltar las insensateces de la vida, y lo que es más importante para mí, este librito se lo dedico a la persona a quien amo: a Lorena.
Por tanto, el hilo conductor y mínimo común múltiplo es el amor.
Después, por supuesto, también hay tiempo sobrado para otras menesteres: humor, infancia, chinos, anécdotas, cuentos, fantasías, recuerdos y mucho, muchísimo azúcar como antes ya apuntaba.
Amor a raudales, hasta la inundación, hasta la sobredosis.
Espero que sea de su agrado la selección, y crean que mi mayor deseo es que disfruten y pasen un rato agradable si se deciden a leerlo.
Sólo me resta, por tanto, darles las gracias por el desembolso que supone comprar un libro, aunque sea un librito, y desear que dicho esfuerzo lo vean ustedes recompensado por el placer que proporciona la lectura.
Esperemos que así sea.
Y ahora, señoras y señores, con todos ustedes: 69 truenos y un relámpago.
Que ustedes lo disfruten, porque para mí ya ha sido todo un placer. 

Gente mínima, otro caso irrelevante.



Que dice el señor Feijóo, uno que todavía preside la Xunta de Galicia, que de prevaricación nada de nada. Avala así el comportamiento del Director de Ordenación Forestal de la Xunta de Galicia. Este individuo, que atiende por el nombre de Tomás Fernández Couto, está acusado de prevaricación. Adjudicó de forma irregular el servicio de helicópteros en la extinción de fuegos en las campañas 2011, 2012 y 2013, y ahora su avalista y mentor nos dice sin el menor recato alguno que si se adjudicó así dicho servicio, a dedo, fue debido a la urgencia. La época de incendios se echaba encima, y según el Director Forestal y su avalista el Presidente Feijóo no daba tiempo a hacerlo de la forma ordinaria y procedente.
O sea y traducido: mienten como bellacos. ¿No les dio tiempo, en tres años, a convocar un concurso público para adjudicar dicho servicio? Vamos, a otro perro con ese hueso. Tanta desfachatez resulta peligrosa. No sólo para nuestros bolsillos, sino también para nuestra seguridad. Tanta incompetencia y tanto “supuesto robo” encubierto no da buena imagen ni de la marca España, ni consiguientemente de la sub-marca Galicia en todo este tiberio.
La Xunta de Galicia queda a los pies de los caballos con estos comportamientos. Y es que, no contentos con tomarnos por tontos (posiblemente lo sean sus votantes. La responsabilidad es de quien los vota), también aceptamos las mentiras que tienen por costumbre para explicarnos cualquier comportamiento indebido.
Porque a quien se le ocurre, después de emplear tres años en columpiarse, y después salir a la palestra a avalar el comportamiento venal de un funcionario que lleva diecisiete años ostentando un puesto de libre designación. Pues, se le ocurre a ellos. A los mentirosos que nos gobiernan, que confunden el dinero público con calderilla y que hacen de su capa un sayo al pasarse la legislación vigente por el mismísimo arco de triunfo.
Por tanto, dimisión de todos ya. Por inútiles, por mentirosos, por prevaricadores y por lo que es peor… ¡por vagos! Porque que después de tres años, empleados en columpiarse, que salga el primer ejecutivo de nuestra comunidad, el señor Feijóo, a decir lo que dijo, sólo quiere decir que estamos ante un uso indebido y torticero de los dineros públicos, avalado por el zorro que guarda el gallinero.



Indiciariamente, sí.



El Inspector Jefe de la Unidad de Delitos Económicos y Fiscal, Manuel Morocho, denuncia “presiones “desestabilizadoras” contra los investigadores para intentar frenar la investigación de la Gúrtel”. Añade más y señala a un grupo de  personas, entre ellas al actual Presidente del Gobierno, como receptoras del cobro de sobresueldos “indiciariamente, sí”.
Pero, ¿qué significa exactamente indiciariamente”. Según la RAE, indiciario es un adjetivo. Que se deriva de indicios o está relacionado con ellos. En leguleyo también podría significar: sospechar de una persona por indicios o señales.
Por tanto, los papeles de Bárcenas, señalan de forma indiciaria y sin el menor asomo de dudas que todas esas personas a las que escuchamos todos los días dándonos lecciones de ética, de comportamiento legal adecuado y de acatamiento de las leyes, se comportan, indiciariamente, de forma poco apropiada para nuestros intereses.
Llegados hasta aquí cabría hacerse otra pregunta, ¿cobrar sobresueldos es legal o ilegal? La respuesta es clara: no es ilegal. Otra cosa es que para encubrir el cobro estos sustanciosos sobresueldos se mienta en el Parlamento, se abra el ventilador del “y tú más” y se saquen a pasear, por omisión, a los Puigdemones de la vida.
Cortinas de humo y vacíos legales aparte, sólo resaltar otra obviedad: indiciariamente todo indica que nuestro cuerpo legal está lleno de vacíos legales para que, los que deberían dar ejemplo de comportamiento ético, se aprovechen y se lucren.
Tampoco está de más recordar que en cualquier país serio todos estos dirigentes ya estarían amortizados en sus cargos y, por tanto, dedicando su tiempo libre al paseo o dedicados a la contemplación de obras y relleno de baches. Sin embargo, no. Ahí siguen. Impartiendo clases magistrales de desfachatez y los adictos aplaudiendo con las orejas y votándolos sin descanso.
Es lo que hay. Vivimos en una Monarquía parlamentaria, de corte bananero (por el origen mismo de la restauración monárquica) y que, cuarenta años después de Franco, es incapaz de frenar los desmanes que estos malos gobernantes nos procuran.
Pero eso sí, ahora con el asunto catalán y con los arlequines del independentismo, han encontrado la cobertura perfecta para encubrir sus desmanes, de tal forma y manera que algunos, los más osados o los más suicidas, nunca se sabe, prefieren viajar a Bruselas y hacer el papel de coles en este guiso político.
Lo cierto es que entre los unos y los otros la casa sigue sin ser barrida, y que ya no hay alfombra para tapar tanta mierda.
Nota. Me hago otra pregunta, ¿y si a nuestro Presidente le importa tanto el dinero, por qué no se dedica a ganarlo y ejerce su plaza de Registrador de la Propiedad? En un año, y tirando por lo bajini, ganaría todo lo que ha cobrado en sobresueldos de forma legal y no de esa manera tan falta ética y tan mafiosa.


El molt honorable caganer a la fuga


Unos días ausente y sin apenas tiempo para ojear los periódicos y cuando llego me encuentro con que Puigdemont se ha ido a ver el Atomium, con el retrato de una niña rubita de doce años y con la invasión anual de las calabazas. Además, en el Facebook todo sigue igual, que si me cago en Mari Pili, que si María Cristina me quiere gobernar y que si patatín y que si patatán.
Yo quería ver a Puigdemont y hablar con él, pero no pudo ser. Le quería decir, sin meter el dedo en la llaga (que menudo asquito), que desde El Lute en España no había habido un prófugo tan célebre, ni que tampoco nadie había conseguido superar los derrapes de El Vaquilla. Pero llego él y puso de moda la fuga en directo y el derrape subvencionado con cuatro amigos haciéndose la ola. Ante lo cual me pregunto yo, ¿y quién paga la fuga de todos estos, y quién pone la pastuqui para pagar tanta goma quemada? ¿Quién hará la película?
Claro que, a lo peor tiene razón y España es un país opresor, que ningunea los derechos de los ciudadanos, que tortura, que persigue a la gente en razón de raza, sexo, religión o Puigdemont.
No sé, puede ser. Pero también puede ser que no y que todo sea una exageración y un intento de sedición o de rebelión de todo a cien. Cualquiera sabe, para eso al parecer están los fiscales que son como los académicos de la lengua, pero en leguleyo, y marcan el devenir.
Ahora, recién he regresado, también soy consciente de otra cosa:
España es un parque temático. Tenemos el político Tiovivo, la población Noria en el papel de hámster, 17 países acotados en el perímetro del parque, dos ciudades Estado e incluso unas cuantas islas en las que contemplar especímenes de borrachos foráneos con derecho a birra y a cacahuetes. Tenemos de todo, ¿entonces para qué vas a Bruselas, Puigdemont? ¿A ver el Atomium?
Para mí que Bruselas no es el sitio más adecuado para él. Además, a mí me han contado una anécdota sin gracia alguna pero que quizás aclare algo. Me dijeron que su maestro (posiblemente un español) cuando quería explicar lo del casquete polar ártico señalaba el peinado de Puigdemont y después preguntaba a la clase entre mofas: ¿habéis entendido el concepto?
Pues eso, Puigdemont, tendrás derecho a pensar lo que quieras, pero hombre acuérdate que da más trabajo hacer las cosas mal que hacerlas bien. Por una simple razón, si las haces mal hay que volver a repetirlas hasta hacerlas bien.
Por tanto, referéndum pactado ya.