La mayoría de los
presentes se miraban entre sí con cara de circunstancia, estaban asistiendo al
funeral de Manolete de las Barrosas. En el atrio de la iglesia se habían
formado grupos espontáneamente donde los afines cuchicheaban.
-
Desde luego- decía uno de los presentes-,
a estas alturas Manolete ya debe haber llegado al Cielo.
-
Sí, sin duda- asintió uno de los
presentes-, si alguien se ha ganado ir al Cielo, ese sin duda es Manolete.
El asunto se habría
quedado ahí, máxime si todas las personas allí reunidas hubieran sabido que,
efectivamente, Manolete de las Barrosas, ya había llegado al Cielo con bien y
que, en ese mismo momento, llamaba a la puerta con los nudillos.
Le abrió San Pedro,
quién si no. San Pedro, que llevaba en el empleo de portero desde que el Cielo
se había constituido en Cielo, estaba más aburrido que un hongo y clamando por
las esquinas por el convenio inter sindical del que era rehén.
Pese a todo, y fiel
cumplidor de sus obligaciones, San Pedro enseñó a Manolete de las Barrosas
todas las dependencias con orgullo como no podía ser de otra forma.
Manolete estaba
encantado. Toda su vida había deseado que, llegada la hora de su muerte, su
destino fuera ese, y mira por donde al final se había salido con la suya:
Manolete de las Barrosas fue admitido en el Cielo.
La razón esgrimida fue:
buen comportamiento. Un hombre amable, conversador y dicharachero, amigo de
hacer el bien y enemigo acérrimo del mal, no podía pasar la Eternidad en
cualquier sitio. No, al contrario. Manolete se ganó en vida un puesto eterno en
el Cielo. Algo así, como ganar plaza de funcionario de por vida, pero en este
caso cambiando vida por eternidad. ¡Un chollo!
Sin embargo, los que a
esa misma hora estaban despidiéndolo también murmuraban otras cosas de él.
Prueba de ello es que, la misma persona que antes había hablado ahora estaba
diciendo:
-
También, ¡manda carallo y que Dios me
perdone!, pero si no lo digo exploto: Manolete era un pesado de mil pares.
Y la misma persona que antes
le había contestado añadió más explícito:
-
Sí, era un chapa de cojones. En fin, que
Dios tenga en su gloria a Manolete y que se arme de paciencia. La va a
necesitar.
-
Hombre, Dios es Dios, puede con todo,
¡menudo es”. Así que malo será que no ponga en vereda a Manolete. ¡Malo será!-
exclamó como si fuera un mantra.
Y malo fue.
Porque, a los cuatro
días de estar en el Cielo, Manolete de las Barrosas, ya había presentado sus
credencias de pesado recalcitrante ante todos los vecinos del Cielo. Pero como
allí todos eran cuando menos estupendos, todo el mundo parecía gozar de
paciencia infinita y de tiempo ilimitado para escuchar las repetitivas
historias que contaba sin descanso el bueno de Manolete.
Manolete de las
Barrosas afirmaba, sin asomo de rubor alguno, que él se había ganado el Cielo
porque durante su estancia en la Tierra siempre había hecho el bien y por haber
sido un hombre cariñoso, que siempre había gozado con la presencia de la
familia.
Sin embargo, ni su hijo
que vivía y trabajaba en Alemania, ni su hermano menor, que estaba en la cárcel
por haber esnifado unas prevaricaciones, se habían tomado la molestia de
asistir al entierro.
Es más, se sabe, porque
así consta, que cuando recibieron la triste notificación el uno dijo “anda y que le den, que se entierre solo”,
y que el otro, desde la mismísima Alemania, mandó un tan sentido como explícito
telegrama que ponía: “por mí como si lo
ondulan”.
Pese a todo, reitero
para que quede claro: cuando Manolete de las Barrosas tuvo la ocurrencia de
morirse e irse al Cielo, todos los presentes hablaron maravillas de él.
A la semana de estar
allí, en el Cielo, y cuando por cosas tan atemporales como difíciles de
comprender para los terrícolas, a sus vecinos ya le habían computado esa semana
por cinco quinquenios, se produjo el incidente.
Un mal día, Manolete de
las Barrosas fue encontrado muerto a la orilla del río que desemboca en el Limbo.
Alguien le había
asestado veintisiete puñaladas, todas ellas letales de necesidad. Aquel suceso,
como no puede ser de otra forma, causó un malestar social más que evidente
entre los habitantes del Cielo. Era la primera vez que tal cosa sucedía. Allí,
se suponía, sólo iban los mejores y los que mejor se habían portado en vida,
así que… ¿cómo era posible que tal cosa hubiera llegado a suceder?
Aquel día, el Cielo
perdió parte de su reputación.
Claro que, también hay
que decirlo, Manolete de las Barrosas era un buen tío, nadie lo duda, pero
también era un hombre que sacaba de sus casillas a todo Dios.
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