A veces se escuchan
cosas que no se sabe muy bien de donde salen. Porque, ¿quién no oyó alguna vez
hablar de aquello de las pastillas
calentonas o que si un pocero encontró un cocodrilo en una alcantarilla o que
si la hoja de sauco era fumable? Pese a todo, de infundio o de una mala
interpretación nunca pasa la cosa.
Sin embargo, no hace
mucho tiempo escuché algo que me dejó absolutamente patidifuso. Sucedió el día
que le escuché decir a un desconocido que pasaba por la calle, quien hablando
en un tono un poco más elevado de lo normal y dirigiéndose a otros dos de los
que parecía que se estaba despidiendo: esta
noche me toca polvo encebollado.
Sonreí como no podía
ser de otra manera. Pese a todo, quedé con las ganas de preguntarle a aquel
desconocido por aquello que había dicho: ¿Oiga,
joven, y qué es eso del polvo encebollado?
No lo hice y me
arrepentí. Habría salido de dudas. Las oportunidades, pese a todo, a veces se
repiten y esta ocasión no fue la excepción.
Al día siguiente volví
a escuchar otra vez la misma cantinela a otro hombre en un bar. El sujeto
aparentaba estar más bien perfumado y moqueando de lo lindo, cuando en levantándose
y dirigiéndose a los presentes dijo: “Marcho
que tengo que marchar, llegó la hora: esta noche polvo encebollado”.
Todos los que
escuchaban se rieron e incluso yo mismo sonreí un poco. La ocurrencia, a tenor
de lo escuchado, estaba siendo bastante repetida. La había escuchado dos veces
en dos días.
Pese a todo, el colmo
de los colmos y la confirmación de todas las reglas, ocurrió al día siguiente.
Estaba cortándome el
pelo en una peluquería de esas con rótulo unisex, y desplegando la antena todo
lo que podía, cuando escuché clara y nítidamente como una chica que tenía el “Hola” entre las manos le decía a otra
que la imitaba, pero con el “Lecturas”: “Esta noche ni catarro ni porras, esta noche
toca polvo encebollado”.
En ese momento
reaccioné, me levanté, caminé unos pasos y cuando hube estado delante de la
chica que ojeaba los santitos del “Hola” le
pregunté: Disculpa, pero ya es la tercera
vez que escucho eso de polvo encebollado. ¿Me podías decir, sin querer ser ni
parecer en absoluto maleducado, qué es eso de polvo encebollado?
La ojeadora alzó la
vista e hizo un mal gesto ante lo cual me apresuré a aclarar: Tampoco hace falta que entres en detalles.
Sólo quiero saber, de forma genérica, qué es eso de polvo encebollado. Nada
más. La chica pareció relajarse un poco, pero pese a todo me respondió de
forma desabrida: ¿Y a usted qué le
importa? Para saber vaya Salamanca, y si no puede inténtelo en Santiago que
allí la lluvia es arte.
Derrotado y
desinformado desistí de seguir metiendo la pata. Le di las gracias todo lo amablemente que pude, cínicamente puse mucho
énfasis en la cortesía, e hice mutis por el foro. Como decía aquel: A la mierda, no necesito su información. ¿Era
así, no? En todo caso, no lo hice. Efectos secundarios de la buena educación.
Los famosos daños colaterales.
Cuando hube salido de
la peluquería, con un estilismo hecho a medida de mis cuatro pelos y con la
barba recién podada, fui a un bar. Allí el camarero y también dueño, después de
servirme una más que generosa tapa de callos me dijo jovialmente: Hoy sábado sabadete, día internacional del
polvo encebollado.
Contuve apenas las
ganas de tirarle un garbanzo a la cara y forzando la más nívea de mis sonrisas
le espeté: Pero qué carallo es eso del
polvo encebollado, joder. Que me tenéis hasta los mismísimos huevos todos con
el mondongo ese de los cojones. El camarero y pese a todo propietario, me
miró y me dijo, para mí que medio cabreado: Joder,
tío, cada día vienes un poco más cretino. Después se dio media vuelta y se puso a pasarle la bayeta a la máquina de
café. A hurtadillas lo miré y recuerdo que pensé: Será cabrón el pedazo de mamón éste.
Al llegar a casa tecleé
polvo encebollado en varios
buscadores. Me salió hígado encebollado, atún encebollado, pollo encebollado y
tres millones setecientas cincuenta y dos páginas más que desistí de mirar por
falta de tiempo. Resignado a mí suerte, empecé a aceptar el triste sino que es
vivir en la ignorancia. Estando en esas llegó mi novia del trabajo. Cuando
hubimos acabado de cenar me dedicó una mirada de esas que promete noche de
algarabía y en llevándose un pañuelo a la nariz me dijo toda tierna: esta noche polvo encebollado.
Subimos las escaleras
cogiditos de la mano y haciéndonos arrumacos camino del nirvana y no se me
volvió a ocurrir preguntar qué era eso del polvo encebollado. Para qué. Todo el mundo
sabe ya que lo importante es tener salud y no llevar un golpe, y que si estás
acatarrado lo mejor es poner una cebolla partida al medio en la habitación. A
lo mejor echas un polvo, aunque eso sí, será: un polvo encebollado. Cosas del otoño. Por cierto, ¡qué bien rima!
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