Mis padres tuvieron cuatro hijas,
después sufrieron un aborto y luego llegué yo.
Mamá, después del aborto, dijo
que el siguiente nacería en La Coruña porque allí los niños nacían con más
facilidades.
Fue por eso que a las seis de la
madrugada del día dos de marzo de 1958 (hora de Cée. GMT+2:00 La Coru), y
habiéndose despertado de forma inopinada con contracciones, papá llamó al taxista
del pueblo y le dijo: “Ven para aquí que
nos tienes que llevar a La Coruña”.
Luego barruntó para sus adentros:
qué carallo, como es domingo aprovecho y voy a ver al Depor.
El taxista estrenaba coche ese
día, no recuerdo el modelo, aunque me dicen que era un fabuloso Fiat 1500.
Mamá lo estaba pasando mal. A la
altura de Carballo, justo enfrente donde hoy día está Conservas Calvo, no
aguantó más y le dijo al taxista que parara que tenía que soltar lastre.
Allí mismo, sin más preámbulos,
convirtió a papá en el primer hombre de su época en asistir al parto de su
esposa.
Resistió poco. Por lo que
recuerdo se desmayó o se medio mareó al poco, por lo que mamá que era una mujer
muy echada palante se asistió a sí
misma. Entre los dos conseguimos sacar con provecho el tema, salir del apuro y
dejar todo echo un asco.
En el asiento trasero de aquel
coche vine al mundo.
Posteriormente en aquél lugar
pusieron una Sala de Fiestas a la que llamaron A Revolta. .Una vez nacido me
llevaron a un sitio que se llamaba Clínica El Carmen. Allí el médico sólo tuvo
que cortar el cordón umbilical, cosa ésta que causó mi primer trauma. Porque…
había ido contento hasta allí. Viendo mundo. Miraba para abajo, veía todo aquello
y pensaba, ¡vaya instrumental que gasto! El “instrumental”
resultó ser el cordón umbilical.
Mamá se quedó descansando toda la
mañana, mientras yo mamaba que es lo mío. Sin embargo por la tarde ya repuesta
(menuda mujer) dijo: “Ya está bien, vamos
para casa que tengo más cosas que hacer que alimentar a este mamoncete”
Papá volvió a llamar al taxista,
quien ya había limpiado la tapicería, y se había tomado veinte tazas con mi
padre para celebrarlo, preguntó: ¿adónde
vamos?
Mamá dijo: “a casa”, a lo que papá
replicó: “de ninguna manera al niño hay
que bautizarlo en Cereixo”
Y allí nos fuimos.
Pepucho, un sacerdote de la
aldea, destinado en Misiones y que andaba por allí de vacaciones, fue el
encargado de echarme agua del Jordán encima.
Cuando salimos de la pequeña
iglesia de Cereixo mi padre dejó una de sus frases para la historia: por fin tengo un hijo que meará de pie.
A lo que mi madre más práctica
replicó: este niño va a ser ingeniero
Siento haberos decepcionado
tanto, pero tenéis que saber que siempre he orinado sentado y que si ingeniero
viene de ingenioso, quizá, aunque creo que tampoco.
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