PUNKARRA ES MUCHO PUNKARRA.

Creo que mi amigo Punkarra lleva razón cuando dice que a veces me expreso mal. Y es que a veces quiero decir una cosa para decir la contraria y acabo diciendo la de en medio. Me defiendo como puedo de la crítica, pero reconozco que en la mayoría de las ocasiones lleva razón.
Punkarra es mucho Punkarra. El tío es un fenómeno aun sin darse cuenta e importancia.
Somos amigos desde la infancia, y aunque nuestras vidas y circunstancias son muy diferentes la amistad que hay entre ambos es tan fuerte que no sabría explicarla ni medio bien.
Es pescador y amigo de lo sencillo. Su vida es cómo él quiere. Se quedó huérfano casi siendo un niño, heredó unas “leiras”, las vendió y con el dinero se compró una “gamela”. Como es un tipo trabajador y concienzudo la cosa le fue bien. Lo que vende siempre es lo mejor. Su clientela le es absolutamente fiel porque sabe que el pescado o el marisco que él vende siempre es el mejor en calidad y precio, aun sin ser barato. Con el tiempo se compró una lancha a motor de cinco metros y contrató como ayudante a un primo suyo que perdió el ojo derecho en un absurdo accidente doméstico. En los noventa invirtió unas perrillas en un par de locales comerciales. Tuvo suerte, los alquiló y hasta hoy. Mejor dicho hasta ayer.
Porque ayer Punkarra protagonizó el único episodio violento de su vida.
Resulta que Punkarra, uno de mis mejores amigos y sin duda el más querido, es de derechas.
Sí, de derechas. Pero cuando digo derechas no digo de la derechona de Rajoy, digo del fascio de Franco.
Es así. No hay nada que hacer. Y aunque pueda resultar paradójico que un facha y un rojo sean amigos, la verdad es que somos muy, muy amigos, como ya había escrito anteriormente.
Yo le llamo facha cabrón y él a mí rojo maricón y no pasa nada. ¿Qué es lo que tiene que pasar? Eso: nada.
Los amigos son cuestión de química. Vamos, aunque de química tampoco sé mucho si me sacas de SO4H2. Ácido sulfúrico. Lo que sí sé es que Punkarra es más que mi amigo, es mi hermano. Él no tiene hermanos de sangre y yo tampoco. Pero los dos somos hermanos porque hicimos un juramento indio siendo niños. Y además, a él le gusta pescar, y a mí la merluza.
Cosas.
Pero ayer, porque a eso iba a contar lo de ayer, Punkarra se pasó. Eso al menos dicen algunos por el pueblo adelante.
Uno de los locales lo tiene arrendado al Puskas, el proxeneta local.
Cuando hicieron el contrato de arrendamiento Punkarra le hizo escribir a Manolito el de la gestoría una serie de cláusulas de obligado cumplimiento.
Primera y transcribo textual: el local se llamará Polo Club. Así, porque sí  porque me sale del tirirí. Segunda: todas las noches, al cierre del local, tiene que sonar el himno de la Legión. Venga o no venga a cuento. Honor a la cabra hispánica. Y, tercera y la más importante, el local tiene que estar presidido por un retrato de María Jesús y su acordeón (especifica el tamaño). Si Puskas incumple alguna parte del contrato que se vaya preparando.
Pues bien, Puskas, un hombre fornido y con el tic de guiñar el ojo derecho y decir a todo O.K, aceptó todo de buen grado y a la primera. Pero ayer se puso emprendedor y descolgó el cuadro de María Jesús y su acordeón, y lo sustituyó por otro de su ídolo al que él llama Ché de Guevara.
Enterado Punkarra de la noticia por el correveidile que es Andresito el sacristán, quién había visto la jugada mientras estaba de visita, Punkarra se presentó en el local y exigió una reparación en forma de restitución inmediata. Puskas se puso bravo, y Pukarra dijo apcalíptico: bueno, tú sabrás.
Me dicen que el fiero Puskas ha puesto un cartel en el Polo Club que dice: Vendo bocadillo por no poder atenderlo.


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