La pregunta que los
independentistas catalanes quieren hacer en el referéndum es la siguiente:
¿Quiere que Cataluña sea un Estado independiente con forma de República?
La verdad, si fuera
catalán respondería que sí. Como si estuviera en el altar: sí, quiero.
Pero como lo malo es
que soy gallego, y por tanto español (al menos de momento), también respondo
que sí. Sí, quiero.
Quiero ser español, soy
gallego y quiero que mi Estado, además de independiente, tenga forma de
República. Qué curioso, quiero lo mismo que un catalán. Eso sí, versión
extendida de la película.
¿Lo entendéis o
dialogamos?
Bien, dialoguemos.
Estoy en desacuerdo con la pretensión de independencia de Cataluña, y lo estoy
por varias razones.
La primera no me fío,
ni un pelo, de que los adalides de la independencia sean los representantes de
la derecha más nacionalista y más casposa del territorio nacional. Además de
ser corruptos, demostrado, y de ser capaces de pactar con Dios y con el Diablo
en beneficio propio, atienden a sus intereses, se mueven sólo por sus intereses
y no aportan nada, absolutamente nada, fuera del país catalán.
Las lágrimas de
cocodrilo no aportan ni sal.
La segunda razón, y la
que más peso tiene, es que cuando uno se quiere independizarse de alguien o de
algo debe presentar un plan de negocio viable. Preguntas como qué es lo que salimos ganando y en qué nos beneficia tal decisión
deberían de ser de obligada respuesta y no quedarse en un mero ensayo de
suposiciones. No sirven como aclaración las frases condicionales que empiezan
por si. Si nos independizamos. Si
cobramos nuestros propios impuestos. Si nos acepta la CEE. Lo condicional
no explica nada. Y lo cierto es que, escuches a quien escuches, nadie sabe a
ciencia cierta qué ganarían los catalanes si tal cambio se produjera y qué
ganarían los españoles consintiendo.
Y la tercera razón, y
tampoco menor, es que estamos asistiendo al timo de la estampita. Por un lado y
por el otro. Lo vemos a diario. Todos los intervinientes en este sainete
político de media capa abogan por el diálogo como única vía para solucionar el
problema suscitado entre los mangantes que dirigen el cotarro. Hay que
dialogar, dicen. Los unos y los otros, y después nada. No se sientan a dialogar
ni a tiros, y como todo el mundo sabe, dialogar sin hablar es absolutamente
imposible. Por tanto, los ciudadanos tenemos que soportar el resultado de la falta
de diálogo y soportar la crispación que producen. Y todo por culpa de nacionalistas
españoles y de nacionalistas catalanes que no son capaces ni de mirarse a las
caras estando, como están, ocupados metiendo sus manos en nuestros bolsillos.
Sin embargo, a mí,
encontrar una solución a todo este embrollo me parece de lo más sencillo.
Quiero lo mismo que los
catalanes y estoy de acuerdo con los españoles. Estoy de acuerdo en que España,
toda España, sea una República, y estoy de acuerdo con la unidad de España y de
Cataluña por una simple razón. Nadie hasta ahora ha demostrado que la
independencia de un país, miembro de un Estado, sea beneficioso para sus
ciudadanos. Nadie.
El día que alguien lo
demuestre cambiaré de opinión. Mientras tanto, por qué no negocian y llegan a
un acuerdo y hacemos de España una
república. Al fin y al cabo, siempre será mejor llegar a un mal acuerdo que
sacar la guillotina, ¿no?
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