El barrio.


Como se pasa el día en la ventana no hay cosa que Windows no sepa. El problema, para los demás, que no para él, es que sólo tiene sabiduría de lo que ve, de lo que oye y de lo que imagina, porque si decimos que para todo lo demás es un zoquete, tampoco exageramos un ápice.
Pese a todo, y como vive en un bajo, Windows complementa sus escasos emolumentos gracias a la ventana.
De tal suerte que, si pasas por mi acera, por su acera, por nuestra y vuestra acera, lo verás. Seguramente también lo oirás, ¿Tienes un cigarrillo? ¿Me puedes prestar un poco de café? ¿Me traes de Alcampo unas cosillas?
Ese es Windows siempre eclético en sus postulaciones. Un auténtico fenómeno. Necesita de todo, acepta de todo y conversa con todo lo que se mueve. Tiene gatos que campan por sus respetos y da horas extras al barrendero con tanta colilla como arroja al suelo. Su televisor está encendido desde que se levanta hasta que se acuesta, apenas sale de casa y cuando sale va al bar. Dónde si no.
A su lado, puerta con puerta, vive Chachipén. Forma pareja con Tulipán, y si bien Chachipén anda mediando la cincuentena, Tulipan ya no volverá a cumplir 70. Su ocupación principal es beber, y su hobby los gatos.
24 gatos según el último censo. La calle, el trozo de espacio que ocupa su balcón, huele a pis, y las pulgas están organizándose para poner un circo.
Todo cuanto tipo de policía hay sobre la faz de esta tierra ha pasado a visitar a Chachipén y a Tulipán. Creo que lo dan en Primero de Policía. Vienen, observan, con suerte hablan con los interfectos, menean la cabeza y se van. Si alguien les pregunta algo se limitan a decir “nosotros no podemos hacer nada”. Ante lo cual, Windows que es un sabiondo y un poeta de balcón, contesta encogiéndose de hombros.
Pero, molestan. A veces molestan. Porque, beben y beben y vuelven a beber. Como si fueran peces en el río y como si la vida fuera un villancico. Y como una cosa siempre lleva a la otra, después de beber discuten. A voz en grito.
Todas las semanas Tulipán, que es muy suya y muy de tratar de usted a Chachipén, sale al patio de la urbanización y orea un decálogo de improperios. Del me cago en tu puta madre, al hijo de puta malparido, todo es insulto. Así un buen rato. A veces, a la fiesta se une algún espontáneo con derecho a frase. Entra al paño como un miura, se enredan en un rosario de insultos, hasta que alguien llama a algún cuerpo policial que, una vez personado en el lugar de autos, vuelve a constatar lo habitual: encogimiento de hombros y frase ritual, “nosotros no podemos hacer nada”.
Mientras tanto, los gatos se desperezan y corren detrás de la hojarasca, el vecindario se agolpa en los balcones a ver el espectáculo. El dúo trágico-cómico integrado por Chachipén y Tulipán va a hacer un bis. Los signos y señales son inequívocos. De repente, Chahipén, balanceándose, salta el balcón, se dirige a Tulipán y agarrándola de los pelos dice a voz en grito: “pasa para casa, pedazo de puta”. La policía ve, la policía oye y la policía vuelve a repetir: “nosotros no podemos hacer nada”.
Y vuelta a empezar. Windows ya está en su ventana, oficina de recaudación número 3, Chachipén y Tulipán duermen la mona juntos y 24 gatos cagan y mean en los chalés adosados de enfrente.
Son las ocho de la mañana, comienza un nuevo día y hace sol. Seguro que hoy baja Hildita a tomar el sol y a hacerse la intelectual.
Y es que, hoy puede ser un gran día.


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