Foto sacada de El Comercio
Jamás y bajo ningún
concepto justificaré la violencia. Aunque, a veces, la pueda comprender, no es
permisible en ningún caso. Y menos que ninguno, para decidir quién es y quién no
es turista. Hasta ahí podíamos llegar. Turistas somos todos. ¿O es que acaso
alguien por el mero hecho de haber nacido en algún sitio es propietario de ese
sitio? Así que, tonterías las justas.
Según Forrest Gump,
filósofo y costumbrista, tonto es el que hace tonterías. Si aplicamos esta
corriente de opinión, que aun siendo tonta parece bien fundamentada, habría que
homologar a turista con aborigen. El turista hace tonterías y el aborigen,
aplauda la gracia, o abomine de la misma, suele ponerse a la misma altura.
Empatados. Como cantaban antes los ciegos que vendían cupones: dos iguales para hoy.
Sí, porque el aborigen,
aparte de lo natural de su tontería y de creer que el nacimiento otorga derecho
adquirido sobre la tierra, con el turista suele tener básicamente dos caras: la
amable que extorsiona, y la quejosa. El que vive del turismo está encantado con
los turistas, y los que soportan a los turistas están hasta el moño de tales
hordas.
Y aquí viene lo raro,
porque España desde que optó por hacer del turismo su industria motora, vive
encadenada al turismo. Lo malo es que, al principio, el modelo elegido fue el
turismo de masas, el de baja calidad. Lo que ofrecíamos, aparte de sol, toros y
paella, no era nada del otro mundo. Costumbres rancias, pensamientos obsoletos
e integrismo religioso. Claro que los inmuebles hosteleros no iban más allá de
la fonda cutre o de la pensión de la Tía Paca. De aquel quiero y no puedo, que
empezó cuando el burro de López rodó, como decía el chiste de La Codorniz, quieren
pasar ahora al turista de élite. Lo malo es que la especialización en turista
mochilero y peregrino es más que obvia. Sin embargo, como decía, ahora la
Autoridad Incompetente aspira a otro modelo de turista. Acaban de descubrir que
un turista común en EE.UU gasta cuatro veces más que en España por hacer lo
mismo. Y como ahora aquí tenemos hoteles con más estrellas que el firmamento, fondas
y pensiones para todos los gustos y apartamentos y campings para amantes de lo
intrépido, se sienten obligados, ya que es lo único que crea empleo, a
actualizar el modelo de turista antiguo y cambiarlo por el de la gallina de los
huevos de oro. Pese a todo lo dicho, ponen poco empeño en la cuestión. Como en
todo. Nuestra principal industria se sigue sosteniendo gracias a la avalancha de borrachos, alborotadores y ruidosos que
aquí vienen a deslocalizar sus flatos.
Ante lo cual habría que
preguntarse, ¿si nuestra industria más puntera es el turismo, qué preferimos
fabricar Rolls Royce o Biscúter? ¿Cuál es el modelo de negocio a seguir?
¿Tienen algo en la cabeza… hay alguien ahí?
Ahí está la cuestión.
También haríamos bien
en erradicar al hostelero aficionado (en Galicia el problema alcanza cotas de
epidemia) de la faz de la tierra. Podíamos hablar de la avaricia, de la mala
praxis y de los robos de ínfima cuantía que practican algunos de estos
aborígenes.
Cuento lo siguiente:
Parábamos el otro día
(las cosas siempre suceden el otro día) en un bar. Diez y media de la mañana.
Aforo completo. En la barra pedimos dos cafés y dos tapas de tortilla. Por
favor. Tortilla no hay. ¡Caray, debe ser temprano! Vale, pues dos cafés. ¿Cuánto
es? 2,20 €, contesta amablemente la chica que nos atendió. La chica marcha
apurada a hacer otras cosas, y como teníamos algo de prisa, volvimos a decirle
a la otra persona que estaba detrás de la barra: nos cobra dos cafés, por favor. Ni corto ni perezoso, el que parecía
ser el dueño contestó: 2,40 €. ¡Cómo, nos acaban de decir 2,20! Ah, pues,
2,20€.
Y así continuamente.
Eso sí, después cuando vamos a hacer el turista a otro país nos quejamos, y
mucho, de lo incívica y ladrona que es la gente.
Creo que si escribiera
algo de la paja y de la viga en ojo ajeno la cosa estaría bien traída, pero
tampoco quiero abusar. Al fin y al cabo, es sabido que hay mucha gente que
tiene el ojo en el culo.
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