Cuando Mariquito Marqués se mudó de barrio
pensó que iba a echar de menos a toda la fauna y flora con la que había vivido
rodeado hasta ese momento.
Nada más lejos de la
realidad. Pese a ir del barrio más o sea de su ciudad a uno de los más
humildes, la fauna y la flora más o menos venía siendo la misma.
Atrás quedaba el
recuerdo de Manolito Machetes, un
individuo más o menos de su edad, y que un buen día sufrió un repente.
Eran los previos de la
cena de Nochebuena cuando su padre le conminó: Manolito, a la mesa que ya está la cena puesta. Manolito no hizo
caso. Su padre se lo volvió a repetir de forma más imperativa: Manolito, a la mesa, coño. Manolito
siguió haciendo caso omiso. Y otra vez más: Manolito,
cojones, ¡me cago en tú puta madre, a la mesa, joder! Manolito se levantó,
fue a la cocina, abrió un cajón, extrajo un hacha pequeña que al parecer hay en
todas las cocinas para vete tú a saber para qué, y le pegó un machetazo certero
a su padre en todo lo alto de la calva.
Manolito
Machetes pasó una temporada a la sombra en un siquiátrico, y
a día de hoy ya ha sido visto de nuevo por el barrio apuntando matrículas de
coche sin que se sepa muy bien el objeto de tal diligencia.
También se acordaba de
su vecina Fefita la Guatiné. Una
mujer sin duda enfática con el don de mantener discusiones con varias personas
a la vez.
Tan era así la cosa que
el día que no chillaba parecía que estaba enferma, pero un día aulló más de lo
habitual. Su nieto de quince años, y que vivía con ella, llevó a vivir a su
novia a casa. La alegría, dicen los exagerados, llegó hasta el Tombuctú.
Al parecer la niña que era del género
emprendedor le dijo a su suegra: oíste
tú, personaja, lávame las bragas que me voy comer unas obesidades.
Como no podía ser de
otra manera Fefita la Guatiné estalló
en más cólera de la habitual. Abrió una ventana y desde el quinto piso en el
que vivía tiró la maleta por la ventana.
En ese momento por la
acera pasaba Brais el Píldoras, quien
haciendo un escorzo dijo: Joder por poco.
¡Mecagonlacona! Después, impasible el ademán, vio salir de un portal
contiguo a uno al que siempre confundía con su siquiatra y que en realidad era
un vecino rentista. Se puso a su altura y le dijo: doctor la medicación no me va nada bien. ¿Y luego qué te pasa Braisiño?
Preguntó el rentista siguiéndole el juego. Que tengo alucinaciones, doctor. A las veces veo llover maletas.
CONTINUARÁ.
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