En uno de los pueblos
de mi infancia había un busto dedicado a Simón José Antonio de la Santísima
Trinidad Bolívar Ponte Palacios y Blanco, conocido por Simón Bolívar, que
amanecía muchos días del año decorado con una pintada en la que se podía leer la
palabra TRAIDOR.
Todos los habitantes
del pueblo sabíamos quién era el autor de la misma. La autoridad pertinente se
desplazaba hasta el domicilio del “artista”,
y cuando conseguían hacerlo emerger del marasmo de la resaca le advertían: escucha bien, fulanito. Que sea la última
vez que haces lo que haces. La próxima vez tomaremos medidas.
Fulanito seguía
durmiendo la mona, y cuando al fin conseguía despertarse sentía levitar, otra
vez, su furia nacionalista española. Para aplacarla se iba al bar. Horas
después, cuando llegaba la hora de volver a los brazos de Morfeo, se pasaba a
echarle un vistazo al busto de su amigo don Simón.
Si la palabra TRAIDOR no había sido borrada regresaba
frustrado y tambaleante a casa, y si el escarnio ya había sido reparado volvía a
perpetrar lo que para él era un acto de justicia y volvía a escribir la palabra
TRAIDOR.
Lo dejaron por
imposible. Qué más da, ya se le pasará la
afición. Fulanito es un ser inofensivo y anodino. No le demos importancia.
Y se le pasó. Se murió
de repente. Una de las causas más comunes de óbito inopinado.
Sin embargo, ahora
estoy estupefacto. Resulta, o al menos así me parece entender, que la manía del
inofensivo y anodino borrachín de mi pueblo ha calado en la ciudadanía.
Bolivariano
en
España se ha convertido en sinónimo de insulto. El término bolivariano es utilizado como afrenta y arma arrojadiza. Dicen bolivariano y quieren decir peligroso.
A cambio de bolivariano ofrecen
patria, traición y felonía. Y sin embargo, para mí y para muchos, Simón Bolívar
no sólo no es un traidor sino que es un héroe.
Gracias a Simón
Bolívar, Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá, Perú y Venezuela, se liberaron del
yugo imperialista español. Él fue el artífice destacado de la emancipación
americana frente al imperio español
No hay que darle más
vueltas. La historia es la que es, y las cosas son como son.
A mí no me preocupa que
una pandilla de botarates, anodinos e inofensivos, digan y hablen de cosas que
no saben. ¡A quién le importa! El borrachín de mi pueblo lo hacía y nunca nadie
le dio más importancia de la que tenía. Lo que si me molesta es que los mismos
botarates que se llenan la boca con la palabra bolivariano, se muestren partidarios y cómplices con la UE y su
política de refugiados. Pero… esa es otra historia.
Porque si tonto es el
que dice tonterías, cabrón es aquél que no contento con decirlas también las
hace o las consiente.
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