006 Y LA EMBAJADA AMERICANA.

“Cualquier tiempo pasado fue mejor”.
Lo decía Jorge Manrique, poeta y espía a media jornada, y doy fe de que tal cosa es cierta. Porque antes, sin ir más lejos, cuando acababas los estudios de espía con aprovechamiento enseguida encontrabas trabajo. Y sin embargo hoy… mirar lo que pasa. Espías titulados y muy bien preparados en el paro. No hay derecho.
En fin, volvemos al principio, ya lo decía Jorge Manrique.
Mi primer destino como espía fue un trabajo en la central que tenemos los espías. Llegué allí, juré el cargo y morreé la bandera, y antes de darme mi primera misión me preguntaron si quería coche o moto de empresa. Opté por coche. Aunque después me arrepentí de no haber cogido la vespa. Era tan chula. Claro que un coche, y además de alta gama y en el que no llueve, no es un coche: es un cochazo. ¡Un seat panda del 83!
Para amortizar tamaño dispendio aprovecharon y me hicieron el primer mandado.
-         Tienes que llevar estos papelorios al embajador americano. ¿Me entiendes?- me preguntó mi nuevo jefe.
Lo miré sobrado, y contesté
-         Of course, chorvo.
En cuanto puse un pie en la calle la misión se complicó. Me estaban esperando. Alguien había filtrado el contenido altamente secreto de mi misión, y enviaron unos esbirros a intimidarme y hacerme desistir. No lo consiguieron. Puse en marcha todas las técnicas aprendidas en Alcampo. Derrapando el coche y usando el arma letal que es Mirar mal conseguí huir. Cuando llegué a Serrano le tiré las llaves del panda a un marine que andaba por allí, y diciéndole en perfecto inglés yanquis go home, le tiré una moneda de cinco pavos al tiempo que añadía autoritario:
-         Apárcalo, man.
Cruzamos un duelo de miradas.
Terreno americano en tierra española. ¡Paradojas!
Pregunté por el muy embajador al marine, que aún miraba extasiado la moneda de cinco duros, y después de hacerme esperar comiendo bombones, me dio acceso a las estancias privadas del embajador.
Cuando estuvimos a solas saqué mi bocadillo de tortilla francesa de entre los papeles, y en ofreciendo un mordisco al prócer, le tendí los papelorios pringosos objeto de la arriesgada misión.
-         Gracias- dijo cogiéndolos con cierta aprensión, y evitando las zonas de mayor pringue. ¿Qué me trae usted aquí?
-         Le traigo la lista completa, por orden alfabético (ha llevado su tiempo), de los espías que estamos en plantilla. La de los fijos discontinuos se la enviamos por fax, en cuanto sepamos cómo funciona ese aparato del diablo.
-         Ahhh- dijo en perfecto inglés
-         ¿Si el señor no desea ni ordena algo más, sería tan amable de otorgar su permiso para que este pobre manzanillo se retire de ante los ojos de su excelencia?
El embajador me miró por encima de sus gafas bifocales sorprendido.
-         Usted es nuevo, ¿verdad?
-         Sí, señor. Esta es mi primera misión, señor. Una misión de riesgo, señor- volví a insistir- Y ahora, si el señor no dispone de otra cosa, ¿da su permiso, el muy señor, para que me pueda retirar de ante su excelsa figura?
El embajador, displicente, hizo un gesto con la mano. Y cuando ya estaba en la puerta me detuvo su augusta voz.
-         Espere un momento, joven.
Se levantó, se acercó y me tendió un bolígrafo con el escudo americano.
-         Tenga, un souvenir. Seguro que le hace ilusión. Con este bolígrafo se rascaba el culo nuestro amado presidente.
Cuando lo conté en la oficina, sin ánimo de presunción (conste), se produjo una catarata de babas.
Efectos secundarios de la envidia.



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