A 006 LE BIRLAN LA NOVIA.

Estaba haciendo el examen de recuperación de la asignatura Mirar mal, impartida por el doctor en el trasunto y paranormal conocido, que es Jozemari Aznar, cuando de repente se escuchó un fortísimo ruido.
Del exterior llegaba hasta nosotros una voz desconocida, que en un lenguaje todavía más extraño, chillaba como un poseso.
Don Jozemari, que está pluriempleado y también da clases de Felonía internacional por las tardes, y yo nos miramos al unísono, y viendo que había descuidado la vigilancia, aproveche, saqué la chuleta y copié. Sobre-saliente. A partir de ahora puedo mirar mal y hacer daño. Así que, cuidadito conmigo. Soy peligroso. Voy armado de pupila, retina y humor vítreo.
Salimos al patio a ver qué pasaba, y pudimos ver que el resto del profesorado también se había congregado allí, y que al igual que nosotros también parecía alarmado.
Hay simulacros que se van de las manos.
Paz Padilla, la profesora titular de Patadas al diccionario, tenía una cara muy rara. Más de lo habitual. Sin embargo, a su lado Milagros de Santana, más conocida por Mi-la, y profesora titular de Introducción a la histeria, parecía ocupada y preocupada en acomodar pelo con flequillo, y en mirar hacia María Pestiño, la profesora adjunta que imparte Abre los ojos, y que parecía estar al borde del ataque de nervios. Por su parte Belén Esteban, la que nos da ¿Me entiendes?, miraba como Jorgeja, filólogo y erudito repasaba apuntes de Verbigracia del insulto.
Todos se habían cogido de la mano y esperaban órdenes por el pinganillo, que disimulan en la oreja, para romper a hablar al mismo tiempo.
Enfrente estaba él. El hombre del que últimamente todo el mundo habla: el coreano. El rey del Páilan Style, el mismo que en sus ratos libres y en sus fines de semana de asueto, se dedica a lanzar misiles por esos aires de Dios.
Shal Phi Chon, conocido en Alcampo por el familiar nombre de Salpicón, estaba allí. Mismamente. Plantificado delante de nosotros, de cuerpo presente, y con las piernas abiertas en actitud provocativa. Nos miraba desde allá abajo, oblicuo y con odio manifiesto en el mirar.  
Dirigiéndose a mí en perfecto coreano de Corea me preguntó.
-         Tú, mamalacho, ¿dónde está Telelu?
Casi me da un telele al oír el nombre de mi amada mancillado en labios ajenos: Telelu. ¡Hay que jodelse! (soy muy mimético).
-         Haciéndose las uñas- contesté disimulando el enfado.
-         Mala suelte, otla vez selá.- dijo resignado el avieso déspota.
De repente, mirándonos a todos añadió:
       - Pelo, vamos a lo que vamos. Vuestlo gobielno me ha contlatado pala que os dé          una lección magistlal.
-         ¿Y qué nos vas a dal, pedazo de cablón?- preguntó 002 metiéndose muy en el papel de meter la pata. Su especialidad.
-         Os voy a dal pol el culo- se rió- No en selio- rectificó casi inmediatamente-, he venido a enseñalos Plimero de Invasiones.
En ese momento apareció Terelu haciéndose unas tostadas de carmín. Come de todo la muy presunta.
Decir que el muy coreano la miró embelesado sería injusto. La miró arrobado. Arrobado del todo. Más propio. Por un momento quedó en estado catatónico, pero como es un dictador muy preparado, se recuperó en seguida. Fue entonces cuando nosotros, proyectos de espías, nos dimos cuenta de porqué aquel hombre era quien era y tenía el puesto de dictador-déspota-taimado que tenía.
Miró para Terelu largamente, se acercó a ella, la cogió de la mano y decidido y amo de la situación, le dijo en plan ordeno y mando:
-         Telelu tú venil conmigo. Te voy a enseñal la cabeza nucleal de mi misil de lalgo alcance, el Golden ciluelo. Te vas a entelal, goldochita.
Después nos miró a nosotros con manifiesta superioridad y dijo:
-         La lección queda aplazada.
A Telelu casi le da un parraque, en vez de eso un botón de la faja cedió al empuje de tanta emoción retenida.
Subyugada me abandonó sin siquiera decirme adiós.
En ese momento no reparé en que tengo un arma de destrucción masiva en el mirar, pero la próxima vez que le ponga los ojos encima lo desgracio.
Para algo he aprobado la asignatura que imparte don Jozemari con aprovechamiento y pundonor.
Pues eso, se va a enterar:
¡Sujetarme que me sublevo!



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