Lo confieso: he tenido
presiones. Y muchas. Sí, porque me han llamado. Ellos. Me han dicho, no lo
hagas. Aún estás a tiempo de arrepentirte. ¡Cuidadín! ¿Has visto la de veces
que le hemos tenido que entrar a robar en las casas de Bárbara Rey? ¿Sí? Y qué,
¿te vas a arriesgar? Tú sabrás. Si pierdes tu famosa colección de tangas de
leopardo después no te quejes.
Efectivamente, tienes
razón, amigo/a lector/a. Has pensado correctamente. Eran ellos. Ya sabes, los
que no se puede nombrar. Sí, esos. Porque, por si no lo sabes, que sí que
sabes, en España vuelve el hombre. El macho man. El que va cantando por la
calle, macho, macho, man. Ya sabes, música de… bueno, esos. No repitamos la
mamarrachada. Pero, a lo que iba. Ellos. Son peligrosos. Tienen medios y se rumorea
que dietas y kilometraje. Están armados, incluso usan caspa como arma química.
Te pueden hacer dudar. Pueden hacerte una campaña de desprestigio e incluso, se
sabe, y si quieren, te ingresan dinero en un paraíso fiscal y te la lían. ¿Qué
no? Bueno, lo confieso: conmigo no lo han hecho. Todavía. Estamos negociando o
en el negosi como se dice ahora en el catalán de Harward. Ellos ofrecen tres
(euros), y yo pido 100 (pesetas). 100 es mucho más que tres. ¿A qué soy listo?
Claro, con tantas pistas me habéis descubierto. Efectivamente, yo fui espía.
006. Mítico. Ahora estoy en la reserva más reservada. Y como no espero, no
fumo. O sea, me hago un Sara Montiel inverso. Técnica depurada.
Y viene todo esto a
cuento porque, el otro día, a mí las cosas siempre me suceden “el otro día”, la
editorial Chincheta me hizo una
propuesta. Me ofrecieron que si cuento toda la verdad y nada más que la verdad,
ellos a cambio me deslocalizan unos euros de sus Caimanes a mis (perdón, mí)
cuenta. Un potosí. A cambio me piden temario, localizaciones, resumen de
operaciones, contubernios y la lista completa de espías consumidores de coñac.
Lo del Juanca ya lo saben. Y no me preguntéis por qué. Ni lo sé, ni me lo
dijeron. Cosas, dejémoslo así. El caso es que no les interesa saber el nombre
de los espías que consumen cubatas, gin tonics o cervezas. No, sólo los que le
pegan al coñac. Esos, me dijeron claramente. ¿Y por qué esos, precisamente esos?,
tenía que haber preguntado. Pero, no lo hice. Me bastó mirar el comprobante de
ingreso en cuenta y canté la traviata. Porque sí, llegó. Al final llegó. Por
cierto, ¿la traviata es esa en la que dicen oh sole mío con una voz muy
modulada? Qué bonito. Me emociono. Aunque, supongo, del verbo suponer, que si
quieren saber el nombre de los espías que consumen coñac será porque es cosa de
hombres. Normal, ¿no? Un hombre, hombre, y patriota, patriota, te la lía, lía.
Pues eso. Fijo, fijo. El caso es, como decía antes, que la di. La lista. Con
sumo disgusto, manifiesto. Pero dar la di; y aunque después me arrepentí mucho,
pensé para mí: y qué más da. Si al final la van a saber igual, porque o lo
cuento yo o si no llaman a Bárbara Rey y lo larga todo. Eso sí, con pelos y
señales. ¿Comprendéis la disyuntiva a la que fui expuesto? Puestas así las
cosas, mejor yo. Dónde va a parar. Bárbara Rey ya ha chupado bastante. Uff, qué
agobio y qué asco da sólo pensarlo. Ahora es mi turno. Y que conste, a mí a
lareta, cuando me pongo, no me gana nadie. Ni Dios, vamos. Ni siquiera la
mismísima Bárbara Rey.
Además, se sabe: la
española cuando besa es que besa de verdad. Bueno, todas menos Bárbara Rey que
besa sin necesidad. Puro vicio.
Pues yo no voy a ser
menos. Y es que, a mí también me gusta que me besen cuando me joden. Montoro,
abstente. ¡Feo!
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