Sabía, porque en alguna
parte lo había leído, que Australia, el único país del mundo que también es
continente e isla al tiempo, era un lugar ciertamente peligroso.
Al parecer, hay especies
aparentemente inofensivas y anodinas, que pueden acabar con la vida de
cualquiera en cuestión de segundos. La
lista parece ser bastante extensa. Sin embargo, lo que no sabía, y ahora me
estoy enterando, gracias a Byll Bryson y a su ameno libro “En las antípodas”, es una anécdota, de carácter trágico, que él
narra con desparpajo y que tuvo como protagonista al primer ministro
australiano.
Sí, porque en
Australia, ahora independiente, aunque todavía pendiente de la Gran Bretaña (aunque,
cada vez menos), tuvieron un primer ministro, allá por los sesenta, si mal no
recuerdo de lo leído, llamado Harold Holt que, según Bryson, un que un día que
caminaba por una playa, una ola se llevó.
Lo buscaron durante
semanas y el pobrecillo jamás apareció.
Dice Bryson que, esas
cosas en EEUU, de donde él procede, no
pasan. Por desgracia. Y añado yo, que en Europa, que yo sepa, tampoco. Porque,
por mucho que algunos de los que viven aquí quieran que a alguno de los nuestros
les pase tres cuartas de lo mismo, las probabilidades parecen más bien escasas.
Después, como es
natural, sorprendido por el gracejo y la soltura con que Bryson cuenta la
anécdota, acudo a San Google de todos los Saberes, mi actual enciclopedia de
cabecera, y compruebo que la cosa es verdad.
Harold Holt existió,
alcanzó el grado de primer ministro cuando la isla-continente ya no era una
inmensa cárcel, y cuando a los aborígenes ya los habían sacado del catálogo de
flora y fauna en la que estaban metidos.
Pero que la cosa no fue
realmente así. Bryson, haciendo un alarde literario y en aras de la hilaridad,
hizo una versión cuasi libre de la cuestión.
Harold Holt era un tío
sobrado, seguro de sí mimo y que nadaba y buceaba tal cual pez fuere. Un día,
estando en la playa de Cheviot, en Point Napean, y habiendo un temporal de mil
pares de isobaras, decidió bañarse. Las personas que lo acompañaban, al parecer
tres, le conminaron a que no lo hiciera. Sin embargo, él, dueño de sus actos, y
conociendo como conocía la playa como la palma de su mano, hizo caso omiso y se
zambulló en el mar.
Y hasta luego, Lucas.
De Harold Holt nunca jamás se volvió a saber.
Por eso, desde aquí,
desde este humilde blog, no sé si lanzar una propuesta en alguna de esas
plataformas que hay para demandar cosas, para que nuestro presidente incluya entre
sus paseos a las playas. Por pedir…
También tengo que
escribir que, me dijo un conocido que se dedica a cosas de matemáticas, que las
posibilidades de tragedia son las mismas de que te toque el Euromillón.
Y ahora les dejo, voy a
ver si echo un boleto.
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